Año de nieves, año de bienes. La Gran Pandemia ha dejado a las empresas estadounidenses una recompensa histórica: los beneficios más boyantes desde 1950, con un incremento de ganancias del 35% en 2021. Estas ganancias fueron impulsadas por la fuerte demanda de los hogares y por los intensos planes de inversión empresariales, las dos rúbricas esenciales de la demanda interna que se vieron favorecidas por la propensión al gasto facilitada por los extensos programas de estímulo fiscal que movilizaron 5 billones de dólares para luchar contra en impacto de la pandemia. A esto hay que sumar el acceso a créditos ventajosos por la gestión monetaria de la de la Reserva Federal, con tipos de interés cercanos a cero, y la puesta en marcha de mecanismos de compra de deuda y de activos soberanos y corporativos.
Sin embargo, esta lectura del vaso medio lleno, que anticipa etapas de bonanza a la mayor economía del planeta, deja otra perspectiva más sesgada y preocupante: una brecha aún más profunda de desigualdad. En este periodo las compensaciones a los trabajadores, a modo de emolumentos o subidas temporales de salarios calculados en función de la renta media nacional, se elevaron en un 11%. Una subida de doble dígito, pero alejado de los amplios retornos de beneficios empresariales en el ejercicio inaugural del ciclo de negocios post-Covid. Las transferencias fiscales y los anabolizantes monetarios han homogeneizado las cuentas de resultados de las corporaciones estadounidenses, que han superado en todos y cada uno de los cuatro trimestres el 13% de ganancias.
Este hito resulta excepcional si se tiene en cuenta que únicamente rebasó esa cota en un periodo de tres meses a lo largo de los últimos setenta años, además de haber generado todavía más patrimonio a las grandes fortunas del país. Jamie Dimon, consejero delegado de JP Morgan, por ejemplo, obtuvo casi 56 millones de dólares de ganancias en bolsa.
A pesar de la salud del sector privado americano, los tambores de recesión se han escuchado entre académicos y analistas del mercado. En Goldman Sachs llegan a otorgar hasta un 35% de posibilidades de que EEUU entre en números rojos en 2022. El ex secretario del Tesoro, Larry Summers, alerta de que no sería la primera contracción del PIB americano con buenos resultados empresariales y alta creación de empleo, en alusión a la caída en territorio negativo tras los atentados del 11-S.
Otro motivo de preocupación es el mensaje de soslayo que dejó el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, de que las tensiones salariales aconsejan nuevos encarecimientos del precio del dinero. Powell señalaba con el dedo las crecientes reivindicaciones de alzas retributivas de las últimas fechas, pero esconde que los repuntes de salarios fueron moderados y que apenas aumentaron de media un 5,6% respecto a marzo del pasado año, muy lejos del 7,9% que marcó el IPC en febrero. Un incremento salarial más alejado todavía de un coste del gas que ha subido un 38% y de unos alimentos que se apresuran al doble dígito en términos interanuales.
Tambores de recesión en el mercado
El profesor de Harvard Jason Furman habla de un 20% de opciones a una contracción en EEUU este año, debido a las tensiones inflacionistas desatadas en la economía americana y los efectos de la invasión rusa de Ucrania sobre su actividad. También alerta del escepticismo que se asienta en el subconsciente colectivo del consumidor americano.
Justin Wolfers, economista de la Universidad de Michigan, avisa de que los números rojos “han dejado de ser una opción extraña”, pero matiza que “no estén tan cerca si se concede valor a las 431.000 nuevas contrataciones de marzo del mercado laboral y a la política monetaria aún expansionista” de la Fed.
“Con casi medio millón de puestos de trabajo, no se puede avanzar una recesión”. Ni con unos beneficios corporativos que rozaron los 2,53 billones en el último trimestre de 2021, un 3,4% más que entre julio y octubre, y que dejaron inversiones netas de 3,23 billones y unos dividendos de 1,47 billones: un 1,8% más intertrimestral. Ahora bien, no resulta descabellada a finales de año o en 2023, “si el conflicto bélico y sus repercusiones económicas continúan deteriorando el ciclo post-Covid”, aclara Wolfers a Business Insider.
Quizás una de las voces más pesimistas sobre la coyuntura estadounidense sea la de Lawrence Lindsey, ex gobernador de la Fed y director del Consejo Económico Nacional con George W. Bush para quien la economía caerá en recesión este verano, “debido a que la inflación se comerá toda la capacidad de gasto del consumo” y recuerda que “se han perdido dos puntos de poder de compra que se deben añadir a los otros 2,5 que retrocedieron en 2021”. A su juicio, “no se puede abordar este shock sin entrar en una fase recesiva”, según afirmó en una entrevista a la CNBC. Sin embargo esta opción la cuestiona Robert King, director de investigación en el Jerome Levy Forecasting Center, porque los americanos “han acumulado en torno a los 4,2 billones de dólares de ahorros desde finales de 2019”.
El Departamento de Trabajo estima que las rentas personales cayeron en febrero un 2,6% en los últimos doce meses descontada la inflación. A la espera de que se desvele la evolución del IPC de marzo, Stephen Stanley, economista jefe en Amherst Pierpont, cree que mientras la inflación “siga drenando el consumo, es muy probable que los hogares dejen de gastar de la manera tan intensa y constante de 2021”.
Un frenazo brusco de la economía
En BlackRock -la mayor gestora de fondos del mundo, con más de 10 billones de activos en sus carteras de inversión-, se advierte de que las tensiones de precios en EEUU pueden desembocar en “un frenazo brusco de la economía” ante la actuación de la Fed: más subidas de tipos más agresivas y fulgurantes que las que descuenta el mercado y que podrían llevar a intensas volatilidades e, incluso, a tormentas bursátiles. Cuando se acerca el segundo mes de guerra en Ucrania, “siguen sin aparecen signos de progresos en las conversaciones de paz y la economía global está lejos de absorber el impacto” del conflicto.
Jamie Dimon, consejero delegado de JP Morgan, menciona tres causas de la chocante coyuntura americana. En primer término, el desbocado gasto público lanzado para contener la Gran Pandemia y que calcula en 9,4 billones, que condujeron al PIB a “crecer desaforadamente” y a generar “focos inflacionistas” que se unieron a las subidas de los precios de la energía y a la crisis logística y los cuellos de botella del comercio. En segundo lugar, por “las dificultades adquiridas por la Reserva Federal para afrontar un aterrizaje suave de la economía” tras la contienda bélica en Ucrania y las sanciones occidentales a Rusia. Y, finalmente, y en estrecha relación a la anterior, si persisten las represalias hacia el Kremlin, “podría forjarse un encarecimiento todavía de mayor calibre en los mercados de materias primas”, especialmente del petróleo y del gas.
Dimon rebaja medio punto, hasta el 2,5%, el crecimiento del PIB americano este año, pero avisa de que la economía de EEUU no está exenta de unos más dramáticos e impredecibles daños colaterales derivados de la incertidumbre geopolítica y económico-financiera global, lo que podría crear una “situación potencialmente explosiva”.
Un mercado de trabajo en tensión
En el orden laboral, el mercado estadounidense sigue alterado bajo las secuelas de la llamada Gran Dimisión, el fenómeno masivo de renuncias voluntarias a puestos de trabajo desde el final del confinamiento social porque no cubren sus aspiraciones la calidad de vida. La situación se va recomponiendo, aunque a marchas forzadas: más de 4 millones de americanos han abandonado sus empleos cada mes desde junio pasado, dando un espaldarazo a los salarios como señuelo al que acudieron los empresarios para cubrir sus demandas profesionales.
La Fed de San Francisco acaba de emitir un estudio en el que se aventura a presagiar que esta tendencia va a remitir. El final de la epidemia, de los subsidios personales; pero, sobre todo, del periodo de fuerte repunte económico y del empleo. Todo ello pondrá el epitafio al nuevo capítulo de este comportamiento en el terreno laboral, explica Bart Hobjin, su autor.
Sin embargo, y a pesar de que aún perdura un notable ritmo de creación de puestos de trabajo, se ha instaurado una intensa predisposición a la sindicalización. En compañías como Amazon y, en general, entre multinacionales y empresas de menor dimensión, no sólo para recuperar unos derechos laborales menos garantistas que los europeos, sino para acometer reivindicaciones de índole salarial ante la pérdida de poder adquisitivo por la escalada de la inflación. El director de investigación en el Jerome Levy Forecasting Center lo expresa de forma elocuente: “El apoyo directo del gobierno a los beneficios empresariales ha dejado un margen en 2022 para que el sector privado prosiga con sus contrataciones, pero tendrá que ser a cargo de unas retribuciones más generosas”.