Más de dos décadas después de que Jim O’Neill, estratega jefe de Goldman Sachs, acuñara el acrónimo BRICS para describir el repentino protagonismo económico y creciente músculo geopolítico con el que Brasil, Rusia, India y China y Sudáfrica empezaron a confrontar sus fuerzas con las potencias industrializadas, otro grupo de naciones emergentes —Vietnam, Polonia, México, Marruecos e Indonesia— se han convertido en “mercados conectores”. Ese término les identifica como países nutrientes de las necesidades manufactureras, suministros de componentes o chips esenciales para la industria tecnológica y de no pocas materias primas con las que las naciones de rentas altas —y el resto del planeta, con China a la cabeza— buscan abastecer sus capacidades productivas.
El asalto a la cúpula del comercio global no resulta gratuito, sino que se basa en criterios y evidencias que desvelan saltos geoestratégicos de ciertos países en línea con la interpretación de O’Neill en 2001. Y estos “cinco conectores” han adquirido desde el colapso crediticio de 2008 y, sobre todo, en el decenio previo a la Gran Pandemia, la vitola de potencias exportadoras de primera magnitud. O, dicho de otra forma: han sabido aprovechar las afrentas comerciales, arancelarias, inversoras, logísticas y en las cadenas de valor mundiales ocasionadas por la Administración Trump, el vacío institucional de organizaciones como la OMC y, sobre todo, la convulsión geopolítica de la guerra de Ucrania y la escalada de precios energéticos para encontrar su lugar en un mundo de los mercados globales, que amenaza fragmentación.
Los cinco, además, operan desde enclaves geográficamente idóneos para ejercer de conectores de las demandas de manufacturas internacionales y han ido configurando una colosal estructura en sus sectores exteriores, la catapulta de sus progresos económicos. Algunos de sus PIB, como el de Indonesia, casi ha duplicado su valor desde el comienzo del milenio. Pero, además, se han acomodado a las embestidas de la globalización, y a ese dilema que alimentan Washington y Pekín de “o estás con nosotros o contra nosotros” que hace presagiar que el decoupling es una cuestión de tiempo.
Juntos, registraron en 2022 un volumen productivo superior a los 4 billones de dólares, más que el PIB de India, que rebasó ese año a Reino Unido como quinta economía global, y casi el tamaño de la actividad de Alemania y de Japón, que se han intercambiado este año el tercer peldaño, aunque por la revalorización del euro respecto al yen. Aunque, paradójicamente, ninguno de ellos recibió la invitación de ingreso en los BRICS + del pasado verano en Sudáfrica.
Los poderosos mercados emergentes prefirieron conceder el plácet a Argentina, Arabia Saudita, Irán, Etiopía, Egipto y Emiratos Árabes Unidos (EAU). Argentina ha denegado recientemente la invitación.
Este panorama ha otorgado a los cinco un estatus de autonomía e independencia frente a los riesgos sistémicos globales. Podrían incorporar a otras naciones como Taiwán, con un indudable liderazgo exportador y una enorme y efectiva industria de chips -pese a que en el orden mundial se considere una economía de renta alta-, y con sonados encontronazos políticos con China, que busca su anexión
No parecen necesitar nuevos aliados. Entre otras razones, porque se han adaptado a numerosas mutaciones comerciales. Pero ¿cómo lo han conseguido? Y, más en concreto, ¿tienen visos de mantenerse como fábricas del mundo?
Businessweek, en colaboración con Bloomberg Economics, han pasado revista a la estrategia de estos países que comparten la oportunidad de expandir su prosperidad desde sus circuitos de venta hacia EEUU, China, Europa y al conjunto del amplio mercado Asia-Pacífico.
Más que su poder económico -representan el 4% del PIB global- tienen sectores exteriores engrasados y acaparan más del 10% -algo más de medio billón de dólares- de las inversiones con sello verde desde 2017, que han destinado a nuevas plantas de producción, facilidades fiscales y burocráticas para que las empresas extranjeras se asienten en su territorio o para promover sus exportaciones en determinados mercados estratégicos.
Según el Banco Internacional de Pagos (BIS, en inglés) más de 25.000 compañías han reforzado en estos países sus cadenas de valor para suplir las interferencias de EEUU y China. Una parte substancial de ellas desplazadas por el gigante asiático a Vietnam. Pero también desde las dos superpotencias a México, que ha desplazado precisamente a China como primer importador de bienes de la. Casa Blanca. Otros dos botones de muestra de que la globalización se está agitando.
Vietnam, entre las aguas americana y china. Su impulso fabril lo lanzó Donald Trump con el alza de aranceles a China y se consolidó con la Gran Pandemia. La multinacional taiwanesa de chips Foxconn Technology Group empleó 1.000 millones de dólares en un complejo para abastecer a Apple, y la china GoerTek fabrica en este mercado sus AirPods. Los bajos salarios, la mejora de las infraestructuras y la expansión de los acuerdos de libre comercio de Vietnam han atraído a firmas electrónicas como Luxshare Precision Industry o Pegatron, también suministradoras de la multinacional americana de la manzana. La industria electrónica aportó el 32% de todas las exportaciones en 2022, casi el doble que en toda la década pasada, y emplea a 1,3 millones de trabajadores.
Polonia, el maná de las baterías. El Gobierno polaco anunció el pasado año que construiría su propia marca de coches eléctricos, Izera, y que este proyecto incluiría la producción de baterías para las marcas automovilísticas occidentales. La estatal ElectroMobility y la china Geely sellaron un acuerdo tecnológico para la fabricación de los primeros vehículos, a partir de 2025. El mayor de los mercados del Este europeo posee magníficas alianzas con gigantes del sector como Volkswagen o Mercedes Benz a las que nutre de manufacturas eléctricas. Pero igualmente ha sabido captar el capital foráneo con significativas inversiones verdes, de 125.100 millones de dólares desde 2017, para suprimir la huella de carbono de la industria del automóvil. Mientras ha impulsado con éxito su producción de baterías, hasta situarse por detrás de China al albergar a firmas como LG Chem, Northvolt, SK Innovation o Umicore, de capital polaco que elabora iones de litio y que exportó en 2022 el 2,4% de las exportaciones del país.
Con un indudable componente chino. Las importaciones de materiales como el grafito desde el gigante asiático para espolear la industria de baterías es cada vez más significativa. Desde 2017 las ventas chinas a Polonia han aumentado un 112%, hasta los 38.200 millones de dólares. Puede que esta dependencia genere vulnerabilidades a Polonia por el conflicto entre sus socios de la UE y China sobre el vehículo eléctrico, pero su apuesta es estratégica.
México: la puerta directa hacia EEUU. Aunque no solo hacia su vecino del norte. Desde 2017, las importaciones de China han crecido en términos nominales más que sus ventas hacia EEUU. Muchas de las nuevas plantas abiertas en los estados limítrofes con el mayor mercado mundial tienen capital chino para sortear los obstáculos arancelarios. Y con un claro rasgo manufacturero como el de la firma Yinlun junto a su socio mexicano TDI para servir a clientes como Caterpillar, General Motors o John Deere. El anuncio de inversiones chinas en 2022 ha aumentado su valor en un 50%, hasta los 2.500 millones de dólares. “Las compañías chinas han entrado en una nueva fase de configuración global con México como uno de sus mercados neurálgicos”, explica Zhang Run, embajador chino en el país.
Marruecos saca provecho a sus acuerdos comerciales. El mercado con las mayores reservas de fosfato será un factor diferencial en la transformación de la industria de automoción porque es uno de los componentes imprescindibles, junto al hierro y el litio, de las baterías y de los puntos de recarga de los vehículos eléctricos. Renault y Stellantis, el consorcio de marcas como Chrysler, PSA o Fiat con sede en Países Bajos, ya operan desde Marruecos, al igual que docenas de firmas estadounidenses de suministros como Southfield o Commercial Vehicle Group.
La fuerte relación comercial con EEUU y Europa ha facilitado la llegada de flujos de capital al país magrebí y le ha convertido en un banco de pruebas para la alineación de intereses privados en la creciente división y rivalidad entre las dos superpotencias. Porque China también ha suscrito, en mayo, un acuerdo para que su compañía Gotion High Tech construya por 6.400 millones de dólares uno de los centros de baterías más importantes del mundo. Al que siguió, en septiembre, el anuncio de otra empresa del gigante asiático, CNGR Advanced Material, para fabricar varios componentes de baterías por 2.000 millones. Marruecos recibió del exterior inversiones por 15.300 millones de dólares en proyectos verdes en 2022 y su relación manufacturera con EEUU se ha visto catapultada por la Inflation Reduction Act (IRA) de la Administración Biden con beneficios ficales de vehículos eléctricos fabricados en el mercado americano, pero con procesos minerales made in Marocco; en parte, por el acuerdo bilateral de libre comercio.
Indonesia, el abastecedor de Asia-Pacífico. La estadounidense Ford, la china Zhejiang Huayou de cobalto o la brasileña Vale de suministros de níquel y otros metales para producir baterías se han acomodado en el mayor país musulmán del mundo al calor de su abundancia de fuentes naturales y su nexo de unión entre Australia y Nueva Zelanda con el continente asiático. También Tesla o Volkswagen barajan invertir en el mercado emergente que más ha repuntado en el lustro pasado y donde mejor se ha manifestado el pulso entre EEUU y su Alianza Indo-Pacífica, y China, aunque al término del primer semestre de 2023 las inversiones directas chinas duplicaron a las estadounidenses.
Esta rivalidad ha motivado que su ministro de Asuntos Marítimos e Inversión de Indonesia, Luhut Panjaitan, aplicara paños calientes a la queja de Washington por la escalada de capital chino en el país al decir que “podía entender su enfado por comerciar con otros mercados, pero tenemos que sobrevivir”. En alusión a las “nuevas demandas de un mundo fragmentado” y a las rupturas reiteradas de las cadenas de valor que “deben resurgir y reconstruirse con mayor fortaleza”.