Pocas manzanas de Chamberí están cortadas por una calle interior. El distrito madrileño —céntrico, pudiente y ajetreado en una mañana de pandemia— está construido en forma de ensanche en el que, de vez en cuando, aparecen callejones sin salida. Desde uno de ellos suele observar Isabel Mijares (Mérida, 1942) mucho movimiento juvenil.
“Esta calle es tremenda los sábados. Aquí hay cuatro platós de televisión. Justo enfrente es donde graba Pablo Iglesias. Me lo he encontrado un montón de veces”, cuenta. La productora 360 Global Media, para la que el vicepresidente grababa el programa Fort Apache emitido por la televisión iraní HispanTV, tiene allí sus estudios. A pocos metros queda la oficina del equipo TEAM (Tecnología Enológica y Alimentaria Mijares), un profundo local en el que hasta hace un par de años se elaboraba la Guía de Vinos Repsol. Cuando el acuerdo terminó, Mijares alquiló el sótano desde el que “sus chicas” cataban a otra empresa audiovisual. En la parte de arriba mantiene su despacho, vetusto, lleno de botellas y diplomas que ocupan toda la pared.
“Un día salí y estaban grabando. Yo llevaba la agenda. Es discreta, pero suelo llevar seis o siete banderas. Se me acercó una joven periodista y me dijo: ¿es usted de Podemos? Oiga, ¿pero tengo yo pinta de ser de Podemos?”, ríe. “Nos conocemos y saben de sobra cuál es mi ideología. A veces me encuentro con Mahmoud [Alizadeh Azimi, el director de HispanTV] y tomamos café. La gente nos mira diciendo: ¿cómo es posible? Jamás hablamos de política. Él conoce mis ideas y yo las suyas. Cada uno que piense lo que quiera. Yo soy enormemente liberal”.
Isabel Mijares es una prestigiosa enóloga española. Hija de militar en una familia de ocho hermanos (cinco mujeres y tres hombres), conservadora y muy monárquica, estudió ciencias químicas en Madrid antes de mudarse a Burdeos con una beca, donde se licenció y doctoró en Enología. “Tuve la gran suerte de que Émile Peynaud, padre de la enología moderna, me propusiera quedarme con él durante casi cuatro años”, relata. “Para un experto en enología, eso es el sueño de su vida”. Cuando volvió a España en los 70, empezó a trabajar en bodegas. Y desde entonces. A sus 78 años acumula premios, reconocimientos y conoce como pocos los entresijos del sector. “Aquí se cuecen muchas cosas”, murmulla misteriosa antes de empezar la entrevista. “Si este despacho hablara...”
Mijares recibe a elDiario.es mientras ultima los premios del Concurso de Vinos del Casino de Madrid, que entregará pocos días después. “Aquí los tengo”, dice señalando la lista de agraciados. “Hay vinos súper modestos con gran puntuación al lado de vinos que valen diez veces más. Cuando me preguntan qué comprar, siempre digo: ven a mi despacho y prueba estos. ¿Este te gusta? Pues vale cuatro euros. Quizá para fardar o conseguir un cliente tienes que mostrar estatus y elegir uno caro, pero si se trata de tu gusto, ese es el que tienes que consumir”.
La enóloga va justa de tiempo porque ha quedado con Ágatha Ruiz de la Prada para pedirle que diseñe mascarillas transparentes para sordomudos, pero se queda con las ganas de compartir un espumoso, el vino de “estas horas” o de antes de mediodía. Aunque no tiene la mejor opinión del partido, reconoce que cuando no atina a cerrar la reja de su local pide ayuda “a los de Podemos”. Esta vez lo logra al segundo intento. Habla sin filtro sobre vino, política y el tema al que todo lo lleva: ser mujer.
¿No se jubila?
No, no. No me pienso jubilar. Yo puedo hacer lo que quiero y como quiero, soy mi jefa y no me veo. No tiene sentido.
¿Qué se cuece en este despacho?
Me quedé en Burdeos hasta el 71. Traduje el libro de Émile Peynaud, El Gusto del Vino, al español. Acababan de traducirlo al italiano y él decía que era una traducción demasiado libre. Se enfadó. Lo traduje con un periodista muy conocido, Gonzalo Sol, creador de las primeras guías gastronómicas, las Sol, y académico de la Real Academia de Gastronomía. Quedarme con Peynaud me llevó al mundo entero: acompañar a un personaje así te abre muchas puertas. Luego vine a España. Curiosamente, me casé con un francés que era del mundo de la banca y le nombraron aquí. Vine para casarme y empecé en Villafranca del Bierzo.
Pero el amor por el vino no viene solo de Burdeos: su familia tenía una pequeña bodega.
Mi familia paterna, leonesa, tenía la típica bodeguita abajo donde hacía vino que no se vendía. Pero siempre hubo un gran interés por el vino. Estoy acostumbrada desde pequeña a oír que hay que bajar a por vino de Castilla con el jarro. Mi familia materna es de Mérida —donde soy hija predilecta— y le daba mucha importancia. “Mañana es el cumpleaños de papá”. Pues en las primeras cosas que se pensaba era en una buena botella…
¿Cómo era entonces el sector?
Teníamos vino en casi toda España. Se vendía a granel y se consumía en la región. Solo las grandes zonas que tenían mucho vino lo mandaban a otras que tenían menos. Porque de las diecisiete comunidades autónomas, Cantabria, Asturias y alguna más han empezado a embotellar hace poco. El vino embotellado era muy poco. La gente decía: yo quiero un Rioja y pensaba en vino embotellado, cuyas primeras bodegas fueron Marqués de Riscal, Paternina… Pero embotellaban pocas botellas. El resto eran garrafas de dieciséis litros y se vendía a granel. La estructura eran bodegas familiares que se fueron agrandando.
Llegó el mundo cooperativo. En vez de que cada persona instalara su bodega, se reunían los bodegueros de la zona y constituían una gran cooperativa. En España tenemos cooperativas enormes: en La Mancha, en Tomelloso, en Socuéllamos, con más de 150 millones de litros. Pero nuestro mercado era todo a granel. Como también era apreciado en el exterior, se empezó a exportar a granel a través del puerto de Valencia.
En 1930 España ya tiene denominaciones de origen. Ismael Díaz Yubero [académico de la Real Gastronomía que ocupó varios cargos en los Ministerios de Agricultura y Sanidad, fallecido el día antes de hacer esta entrevista] fue presidente del Instituto Nacional de Denominaciones de Origen. Había 22 antes de entrar en la Unión Europea y cuando entramos se plantea un problema. El vino que no tiene denominación de origen es vino de mesa, que tiene un término peyorativo, barato. Todas las regiones quieren crear sus denominaciones de origen para poder entrar como VCPRD: Vinos de Calidad Producidos en una Región Determinada. Por eso se crean. Entramos en la UE con 22 y ahora hay unas 140.
¿Son muchas?
No, Francia tiene más de 300 e Italia más de 400. Y nosotros somos el primer viñedo del mundo: el primer país en superficie, el segundo en producción y dentro de los tres primeros en importancia.
¿Cómo la reclutaron en Villafranca del Bierzo?
El dueño de la mayor bodega, Palacio de Arganza, fue a Burdeos para pedir asesoramiento al profesor. Él respondió que tenía mucho trabajo, pero que una alumna española de confianza podía hacerlo perfectamente. Me llamó.
Siendo mujer, no me dejaban entrar en algunas bodegas porque decían que se enturbiaba el vino
Cuando vuelvo de Burdeos a Villafranca yo me encuentro con una España… Una mujer, enóloga. La gente no sabía ni qué era eso. Me llamaban 'análoga'. Una mujer que venía de vivir en Francia, educada de forma muy libre. ¡Yo tenía moto y fumaba puros! Agradezco mucho a Villafranca cómo me recibió y trató. Pero me ocurrieron anécdotas cómicas. No me dejaban entrar en algunas bodegas porque decían que se enturbiaba el vino (risas).
Me encuentro una España en la que las bodegas están bastante atrasadas. No quieren hablar de lo que hacen. Era todo un misterio. No querían decir que tenían un técnico porque les sonaba a química. Y la gente lo sigue diciendo. “¡Mi vino es un vino sin química!”. Yo siempre digo: no me digas que es sin química porque no lo pruebo, me da pánico. El vino era como un secreto de unos cuantos, no había titulados superiores en enología. En esta bodega ya empezaban a pensar que, en el mundo del granel, el beneficio es muy pequeño y el valor añadido lo da el vino embotellado.
Podría decirse que usted abrió el camino a la bodega de Villafranca...
Yo nunca fui consciente de que por ser mujer hubiera algún problema. Tenía los mismos conocimientos que los hombres. Sí es verdad que la maquinaria era muy pesada: para prensar la uva y hacer las uniones de mangueras para trasegar el vino se usaba goma de rueda. Había que tener fuerza. Nada que ver con ahora. Pero yo salía con los obreros, me iba a tomar una copa a los bares del pueblo. Debía chocar, pero en mi cabeza eso era lo normal. Venían los inspectores del Ministerio de Agricultura. ¿Y su jefe? No, aquí la que manda soy yo.
Yo tenía 30 años. Ahora me cuenta la gente cómo lo veían en el pueblo. Me llamaban ‘la química’. Yo vivía en el albergue de turismo, porque no había Parador, con los ingenieros que estaban haciendo los accesos a Galicia, el notario y el registrador. Me sentía integrada.
Enseguida pensé que no era vida para una persona que se acababa de casar. Me vine a Madrid y monté, junto a mi hermano que era el director comercial, un laboratorio de análisis y control enológico. No todas las bodegas tenían técnicos, así que ofrecíamos asesoría externa. Era un sistema muy adelantado, porque nos traían los análisis de sus vinos y nosotras les decíamos si iba bien, mal, qué tenían que hacer. Funcionó mucho tiempo. Entre medias me nombraron Secretaria General de la Unión Internacional de Enólogos y llegó un momento que me hicieron presidenta de la Denominación de Origen Valdepeñas. Era muy complicado atender el laboratorio. También me nombraron jefe de proyectos en Naciones Unidas. Me mandaron a Perú, Bolivia, Moldavia…
Ha dicho alguna vez que presidir una denominación de origen es complicado.
Muy complicado. Valdepeñas es una parte de la Mancha que se ha distinguido siempre por el vino. Con los impuestos que pagaban los camiones de vinos que iban y venían a Valdepeñas [llamados alcalabas, que gravaban el comercio al 10%], se pagó la puerta de Alcalá. En las tabernas de Madrid la gente pedía un vino embotellado o un Valdepeñas. Tenía marca. Por otra parte, es un enclave dentro de La Mancha con unos límites muy claros. Valía mucho más Valdepeñas que lo que le rodeaba. Una denominación de origen implica una adscripción geográfica y había que vigilar ese entorno, controlar que las zonas limítrofes no se metían. Era muy difícil.
Por otro lado, había más producción de blanco que de tinto y se consumía más tinto que blanco. De siempre. Es un consejo que sigue teniendo ese problema. Era conflictivo. Las organizaciones agrarias tenían mucho peso. Los intereses del agricultor no son los mismos de los que hace el vino ni del que lo vende. Y el presidente es el árbitro. Yo me encontré de todo. Recuerdo una de las huelgas de agricultores que fue muy fuerte. Chocaba ver a una presidenta. Era la primera vez en el mundo que una mujer era presidenta de una denominación de origen. Que yo tampoco veía por qué una mujer no podía serlo. En una de esas huelgas me llamó el Gobernador y me dijo: te mando a la Guardia Civil. Y yo: no, no. Si les voy a recibir y voy a hablar con ellos. Dialogando, se dieron cuenta de que yo no tenía ninguna culpa, que era un tema de infraestructura de la región. Y ahí ya me hicieron presidenta de la feria del vino de Barcelona y vicepresidenta alimentaria. Era muy difícil compaginar.
Ahora tienen lío en Valdepeñas: el Consejo Regulador ha admitido un fraude masivo y la venta de vino joven como crianza o reserva. ¿Qué sucede?
Valdepeñas tiene dos grandes productores. los dos primeros de España en volumen, que son García Carrión y Solís. Siempre que ocurre eso, hay guerra.
¿Qué hacía en los países a los que viajaba con Naciones Unidas?
Asesorar a los gobiernos para el desarrollo vitivinícola. En Bolivia creamos el centro vitivinícola de Tarija, cuyo jefe sindicalista era Evo Morales. Era un personaje, se quejaba de todo. Venía: “doctorita…”. Me llamaba así (risas). Por eso tengo ahí la bandera boliviana, le tengo mucho cariño.
Cuando veo un anuncio de Coca-Cola, siempre hay movimiento y diversión. El vino es solemne y no interesa a los jóvenes
¿No ha asesorado al Gobierno de España?
No le hacía falta, España tenía técnicos de mucho nivel. El apoyo de Naciones Unidas a esos países se unió con la cooperación española. Pero mi contrato era con Naciones Unidas para el desarrollo industrial. Era más ventajoso trabajar para ellos.
Dice que se produce más vino del que se consume. A partir de los 60 España empezó a consumir más cerveza que vino. ¿Qué pasó?
En los 70 en España llegamos a los 83 litros de vino por habitante y año. Ahora estamos en 18. Es una diferencia brutal. Pero Francia estaba en 100 y baja a 63. En la vieja Europa empieza a consumirse más cerveza, refrescos… Hay otras cosas. Antes uno llegaba a un bar de pueblo y lo que había era vino. Ahora hay mucha alternativa. La cerveza le ha comido mucho porque la gente joven bebe mucha cerveza.
Usted sostiene que “el vino ha perdido a los jóvenes”. Desarrolle.
Creo que la culpa es nuestra, porque a los jóvenes les hemos comunicado el vino con mucha complicación. Con un lenguaje que no entienden. Se lo hemos presentado como algo de tradición e historia que no les importa nada. Yo cuando veo un anuncio de Coca-Cola siempre hay movimiento y diversión. El vino era solemne, con una persona muy bien vestida.
Si hubiera que fomentar el consumo de vino entre los jóvenes, ¿no se acusaría de incitar al alcoholismo?
No, porque ellos se beben un pelotazo de 40º en vez de un vino de 12º o 13º. Pero claro, si lo que quieren es ponerse, con un vino te tienes que beber una botella entera. Y con un gin-tonic o dos ya vas… Es una cuestión de cultura desviada hacia algo que les parece arcaico.
El vino es una cultura. Nosotros nacimos en una cultura en la que bebíamos vino desde pequeños. Y en los pueblos más. Se daba a los niños pan mojado en vino con azúcar. Pasar de la Coca-Cola a un vino complejo es difícil. Por eso están tan de moda los vinos de 5 y 6 grados, medio refrescos.
¿El cambio climático complica producir vinos con menos alcohol?
Sí. Lógico. Al haber más calor, las uvas están más maduras y el azúcar se transforma en alcohol.
¿Se puede revertir?
Vamos a tener que volver a la vieja costumbre de echar agua al mosto. Sin fermentar. Yo ahora mismo estoy haciendo el vino más alto del mundo, Puna, en los valles Calchaquíes. A tres mil metros. Era impensable que pudiéramos hacer vino a esa altura y ahí ya tenía los mostos a 16º. Un consumidor no quiere beberse una copa de vino y que sea un mazazo. Lo ideal sería hacerlos entre 12 y 13 grados. Pero esto pasa en todos los países porque hay calentamiento. Ahora vamos subiendo cada vez más y buscando zonas más altas y más frescas. Los catalanes, que elaboraban mucho cerca del mar, están metiéndose hacia la montaña para tener menos alcohol. Antiguamente, cuando había exceso de alcohol al mosto se le ponía agua. Volveremos ahí.
Uno de los trabajos más importantes de su carrera ha sido la elaboración de la Guía de Vinos Repsol. ¿Cómo llega a esto?
Trabajábamos aquí en un equipo que formé yo. Lo monté con José Antonio Saénz Yllobre, el director general de agricultura anterior a Díaz Yubero. Solo tenía mujeres trabajando conmigo: biólogas, químicas. Por eso la gente nos llamaba “las chicas de la Guía Repsol”. La Gran Academia de Gastronomía presidida por Rafael Ansón nos encargó la elaboración. Aún se llamaba Campsa. Hemos estado haciéndola años hasta que Repsol terminó su acuerdos con la Real Academia.
Era una guía muy detallada. Abajo teníamos un laboratorio de análisis sensorial donde mi gente cataba permanentemente. Convocábamos a a las bodegas, mandaban las muestras y las cataba un panel. En vez de ser la opinión de una persona, era la de cinco.
¿Recibían presiones para meter vinos concretos?
Sí, muchas. Todas las bodegas quieren aparecer. Nos daban mucha coba. Llamaban e invitaban a todas mis chicas. Siempre decíamos lo mismo: nosotras somos insobornables.
El esnobismo ha ayudado mucho, no éramos nadie al lado de los franceses
En los últimos años, se han puesto de moda las guías de vino de supermercado.
Todo lo que no sea una guía con un panel de cata detrás no me parece justo. Por mucho que la haga el crítico más renombrado del mundo. Debe haber un técnico, un comercial, un comunicador, un periodista, un sommelier y, si se pudiera, un consumidor. Por eso yo en el concurso del Casino he metido la mesa de invitados. El panel cata, hay una cortina y al lado una mesa de invitados.
¿Y qué dicen?
¡Pues no coinciden! ¿Cuál es el mejor vino? El que más te gusta. Lo demás son historias. Si no te produce placer… Ahora, hay gente muy snob que se deja llevar, porque lo ha leído en la Guía Gourmet o donde sea. Y yo siempre digo: ¿pero a ti te gusta? Anoche estaba en una cata en el casino de Madrid. Teníamos tres vinos. A ciegas, ¿cuál es el que más te gusta? Este. Pues ese es el que hay que consumir.
Hombre, ahora que la gastronomía está tan elevada en España…
Pero es porque la gente está con esta tontería de los maridajes. Ayer leí algo increíble. Decía: este vino va muy bien con lentejas rellenas de foie (risas). A ver quién come esas estridencias. Cuando me dicen 'le voy a hacer un maridaje', siempre digo: vale, a mí me dices qué va con la tortilla de patata, con lo que como habitualmente. No me vengas a decir que esto va divinamente con un pichón relleno de foie y caramelizado, porque quién hace eso en su casa.
Pero entiendo que todo esto habrá ayudado al sector del vino español.
El esnobismo ha ayudado mucho. Yo creo que la Real Academia de Gastronomía, y sobre todo Rafael Ansón, han puesto la gastronomía española en cabeza. No éramos nadie al lado de los franceses. Y ahora estamos muy por delante. España tiene 20 entre los 50 primeros restoranes del mundo. Lo hemos puesto por esnobismo y yo lo entiendo. Ferrán Adriá ha hecho muchísimo. Paco Roncero también. ¿Pero quién va a comer a Coque, a Ferrán Adriá a Paco Roncero? El 0,01 por ciento de la población. Porque son restoranes de 200 o 300 euros. Yo voy porque por mi trabajo me llevan. Pero si tuviera que ir en familia, con mi marido, mi hija y mi yerno, te metes en 1.200 euros. Más del sueldo mínimo.
Hay que ser realistas. Lo que pasa es que hay un boom de esnobismo tan grande que nos ha venido muy bien. Porque ha posicionado. Eso es como los vinos. Ahora mismo España está haciendo el vino más caro del mundo: 25.000 euros la botella. Lo hacen en Las Pedroñeras, en Cuenca, y se llama AurumRed. ¿Quién bebe ese vino? Eso va a los Emiratos Árabes por encargo. A mí me han entrevistado diciendo: háblenos del vino más caro del mundo.
¿Y usted qué dice?
Yo lo he probado porque hacía la guía y me lo presentaron. Pero el 80% de la población no.
¿Vale esos 25.000?
Bueno (sonríe). Cuesta. Está hecho bajo atmósfera de ozono y te dan una medallita que compartes con el propietario. Pero sumando todo…
Es más marketing que otra cosa.
Pero ¡chapó! Yo cuando critican a Hilario García digo: ¿tú eres capaz de hacer lo mismo? Yo no. Eso es como Parker, el crítico. Hay mucho anti-Parker y mucho pro-Parker. Yo pienso que que un abogado de Estados Unidos haya sido capaz de tener al mundo del vino en la mano, pendiente de su crítica, tiene muchísimo mérito.
Quité a Los Albertos de una foto con Juan Carlos I porque me dijo que se podía liar
Todo este boom coincide con la pandemia. ¿Cómo afecta al sector?
Hay dos grupos: las grandes bodegas, Marqués de Riscal, Miguel Torres… que han llegado a vender más, porque la pandemia recluyó a la gente en casa y la gente pide las marcas que conoce. No han sufrido tanto. En cambio a la bodeguita de tipo medio, que ha tenido premios pero que nadie conoce, la gente no pide. La Cruz Vega. Bogarve. Tarón. Pues nadie sabe lo que es. Esos sí que han sufrido. Muchos tendrán que cerrar.
[Mijares se da la vuelta y señala las fotos que cuelgan de la pared]
Eso es la inauguración de la bodega de Alfonso Cortina, que ha muerto por coronavirus. Tiene una bodega preciosa, de capricho, porque él era un financiero. Eso fue el día de la inauguración, que tuvo gracia porque me dijo el Rey: no quiero. Era cuando se hablaba tanto de Los Albertos. Y están ahí los dos, Alberto Cortina y Alcocer. Yo he tenido dos publicaciones, Marco Real y Negocios del Vino y la Restauración. Le dije: señor, me gustaría ponerla en portada. Y me dijo: no, porque si sale el Rey con Los Albertos la que se puede montar. Le di vueltas, quité a Los Albertos y lo saqué en portada poniendo “Apoyo real al vino español”.
Esa otra foto [señala una nueva imagen] fue en la primera feria de vino español. El rey era príncipe y yo le estaba haciendo una reverencia. No había mujeres, las únicas eran las azafatas. Y me dijo: ¿qué hace una chica como tú en un sitio como este? Era tan llano… Aquí [señala otra] sale con sus nietos en sus rodillas. Fue cuando el príncipe se iba a casar con Eva Sannum. Le puse un correo electrónico diciendo: señor, el príncipe no se puede casar con Eva Sannum por estas razones. Y no me contestó, obviamente, no me iba a contestar diciendo: ‘tienes toda la razón’. Pero me mandó la foto con sus nietos. También me lo encontré al poco de la inauguración de la bodega de Cortina, en la de Frank Gehry de Marqués de Riscal, que él estuvo inaugurando. Son una familia muy monárquica que ahora está muy jorobada.
¿Tuvo mucha relación con Juan Carlos I?
Mucha. Y me da mucha pena lo que está pasando ahora. Porque la mayor parte de las cosas que hemos conseguido las ha conseguido él y lo ha jorobado al final. Yo soy muy monárquica, muy juancarlista. También creo que hay un mal comportamiento: a la gente se le olvida, cuando critican, que España tiene los contratos de construcción de carreteras gracias a él. El error fue mezclarse con esta serie de gente que le ha metido en enredos. Todos los juancarlistas estamos muy jorobados.
Con el nuevo rey tengo menos relación. También es verdad que llevamos un año casi de inactividad y él va menos a estas cosas por prudencia. Debe estar pasándolo fatal. Justo antes de que empezara este lío le pedí una entrevista porque estábamos montando en Extremadura la Cumbre Iberoamericana del vino. Quería que fuera presidente, me dijeron que lo pidiera a través de la Casa Real y dije que no. Pedí una entrevista privada y me la dio. Y estuvimos charlando, recordando que mi abuelo era el presidente de los monárquicos de Extremadura.
¿Con los presidentes del Gobierno también tiene relación?
Yo tuve mucha relación con Aznar, de hecho en mi casa hay fotos. Soy muy derechas, o sea que ahora mismo no me siento cómoda. Y con Podemos mi trato es ninguno. Mi familia era muy de derechas y casi toda monárquica, lo más a la izquierda es alguien del PSOE. Mi crítica es a Irene Montero, porque siendo mujer me siento poco cómoda cuando la veo actuar en público. No por la ideología: Margarita Robles es de izquierdas y Nadia Calviño también y me siento cómoda con ellas.
¿Quizá la ve joven?
No, es que creo que es inculta y no me gusta que nos represente. Hemos luchado mucho. Yo soy súper feminista y hemos luchado por poder meter la cabeza en todas partes, para que ahora vengan cuatro y nos joroben el trabajo.
¿Cuándo empezó a ser feminista?
Desde que era una cría. Con 14 años fui sola a Francia. Era adelantada en mi época. No me van a enseñar lo que puede hacer una mujer. No creo que haga falta decir estupideces de 'sola y borracha'. Esa no es la imagen que quiero que demos las mujeres. No me interesa. Pertenezco a la red de mujeres hispano francesa, con gente de izquierdas y feminista que no se siente representada. Para mí lo importante del feminismo no es que nos llamen miembros o miembras, sino que no haya brecha salarial, que a igualdad de trabajo tengamos el mismo sueldo, reconocimiento y que no tengamos que estar todo el día demostrando lo que valemos.
Usted ha sido muy brillante en su sector pero habrá visto que otras no han podido llegar.
Claro. Y yo estoy de acuerdo en apoyarlas y ayudar a que lleguen. Pero no en basarlo todo en que 'al nacer no somos ni hombres ni mujeres'. Yo no tengo tiempo para perder en eso. El problema es que centran el feminismo en el absurdo y hartamos a la comunidad. No a los hombres, que me importaría un pimiento, sino a la comunidad global. Para mí feminismo no es sacar el pecho en el Congreso, donde hay una guardería fantástica. Creo que así haremos que la sociedad lo rechace. Y no quiero, porque llevamos muchos años luchando. ¡Si no hay nadie más machista que el macho alfa de Iglesias...! El machismo lo lleva la sociedad dentro. Y muchas veces las propias mujeres.
Yo se lo dije a ella directamente un día. Ministra: yo no tengo tiempo ni ganas de dedicarme a estas cosas. Así que conmigo no cuente.
¿Y qué le dijo?
Nos llamó pijas y de derechas.