Un espacio dedicado a conocer historias y experiencias reales a las que se enfrentan los inquilinos al alquilar una vivienda. Si tienes algo que contar, escríbenos a alquiler@eldiario.es y hablaremos sobre tu historia.
“El casero nos dice que con Airbnb ganaría 1.500 euros al mes, que tiene que cobrarnos lo mismo que por el alquiler turístico”
Llegué a Madrid en septiembre de 2013. Encontré milagrosamente trabajo de lo que estudié (Comunicación Audiovisual) y empecé a compartir piso. Era un piso muy chulo con tres compis que superaban los 32 años; 350 euros al mes sin gastos en el barrio de Almagro. No me pareció caro el precio por la zona y el aspecto del piso. Más tarde entendí que estábamos en la época floja del alquiler. Lo que me sorprendió fue la cantidad de fases que pasé para que me seleccionaran para vivir ahí: más entrevistas que para el empleo que acababa de empezar, eso sí que denotaba un problema creciente en la ciudad.
2015. Decido irme con mi pareja a vivir juntos. Buscamos piso y en la zona de Ópera encontramos una 'ganga' a 725 euros al mes. Era de lo mejor que había en el distrito porque ya veíamos pisos a 800 euros al mes y muchos peores que el recién alquilado que paso a detallar: un tercero sin ascensor, solo el salón daba a la calle y todo lo demás era interior; estaba bastante viejo, la instalación de gas era de butano, pero estaba cerca del trabajo de ambos y pagaríamos precios similares a nuestras viviendas anteriores. Todo subía pero creíamos que era la mejor calidad-precio que podíamos conseguir en un mercado en auge.
El año siguiente, sobre marzo de 2016, en el edificio de enfrente había un cartel de SE ALQUILA, a la vieja usanza sin pasar por Idealista. Era un cuarto piso sin ascensor pero con salón y habitación dando a la calle, piso semi-reformado con gas natural (un lujo en el centro de Madrid). Nos mudamos. El alquiler era de 850 euros al mes que pagamos a una asesoría que posee cuatro de los cinco pisos del edificio. Pagamos más por el alquiler, nos ajustábamos más el cinturón pero mejorábamos en calidad. Se acordó que el alquiler se fuera incrementado cada año según el IPC. Llegamos a 895 euros al mes en el tercer año de contrato.
Entre tanto, la pareja que vivía en el primero se fue. Los propietarios montaron un Airbnb. Un año después, el matrimonio con una hija del tercero también se fue. El casero decidió dedicarlo al alquiler turístico. Esto último ocurrió a falta de seis meses para acabar nuestro contrato y nos temíamos lo peor.
Hacía meses que estábamos al loro de toda la problemática de los alquileres y los pisos turísticos (subidas desproporcionadas de la renta, problemas de los turistas en los pisos, rescisiones de contratos de alquiler para poner Airbnb, etc.) así que empezamos a temer si podríamos seguir viviendo en el barrio en que llevábamos cuatro años ya.
Marzo 2019. El arrendador nos rescinde el contrato por email y nos reunimos en la agencia para negociar. Se acaba de aprobar el nuevo decreto del alquiler, nos alegramos en primer término porque sería un contrato de 7 años al ser persona jurídica. Nuestro gozo en un pozo, las cartas que saca el casero son que con Airbnb ganaría 1.500 euros al mes y que si hace un contrato de 7 años no le compensa, que tendría que cobrarnos lo mismo que por el alquiler turístico. Entonces nos ofrece renovar el contrato con la prórroga de un año a 1.000 euros mensuales o nada.
La correlación de fuerzas en la negociación está claramente de su lado, porque si no aceptamos nos da a entender que hará un piso turístico pero nos da un año de “tranquilidad” porque está contento con nosotros, es una faena porque él “también tiene familia” y sabe lo que es tener que cambiar todo y mudarse. Al final sacando un poco la parte más sentimental de la relación arrendador-arrendatario conseguimos prorrogar dos años a 1.000 euros + IPC. En dos años él podrá ver qué hacer con el alquiler y nosotros sinceramente podremos ir pensando en que tener una estabilidad en esta ciudad es imposible, porque hemos asumido que lo que estamos haciendo ahora es resistir pero ya nos va apeteciendo vivir.
En definitiva: seis años en Madrid, dos barrios, tres viviendas, muchas escaleras de subida y de bajada. De pagar 350 euros mensuales en 2013-2014 hemos pasado en 2019 a 500 euros al mes (42%). Una subida a años luz de las subidas salariales, y tengo que decir en mi entorno que soy un privilegiado, porque podemos permitírnoslo, pero me niego. Porque el mercado será insaciable, nos apretarán hasta lo máximo que puedan, lo sabemos. Seguiremos con la resistencia, seguiremos construyendo lazos en nuestro barrio porque en el centro también vive gente y si nos dejan, construiremos una familia.
Como última reflexión, estamos pagando por un piso sin ascensor en la cuarta planta más de lo que cobra mucha gente con el nuevo salario mínimo. No tiene lógica que con lo que se paga por un alquiler hoy en día una familia pueda salir adelante.
Llegué a Madrid en septiembre de 2013. Encontré milagrosamente trabajo de lo que estudié (Comunicación Audiovisual) y empecé a compartir piso. Era un piso muy chulo con tres compis que superaban los 32 años; 350 euros al mes sin gastos en el barrio de Almagro. No me pareció caro el precio por la zona y el aspecto del piso. Más tarde entendí que estábamos en la época floja del alquiler. Lo que me sorprendió fue la cantidad de fases que pasé para que me seleccionaran para vivir ahí: más entrevistas que para el empleo que acababa de empezar, eso sí que denotaba un problema creciente en la ciudad.
2015. Decido irme con mi pareja a vivir juntos. Buscamos piso y en la zona de Ópera encontramos una 'ganga' a 725 euros al mes. Era de lo mejor que había en el distrito porque ya veíamos pisos a 800 euros al mes y muchos peores que el recién alquilado que paso a detallar: un tercero sin ascensor, solo el salón daba a la calle y todo lo demás era interior; estaba bastante viejo, la instalación de gas era de butano, pero estaba cerca del trabajo de ambos y pagaríamos precios similares a nuestras viviendas anteriores. Todo subía pero creíamos que era la mejor calidad-precio que podíamos conseguir en un mercado en auge.