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“Llevo más de 7 años viviendo en Madrid y jamás un casero me había hecho pagar la comunidad ni dar tantas credenciales”
No es la mejor historia, pero sí que es una más.
Hasta hace unos días, he estado alquilado en un piso en el Paseo de Extremadura (Madrid) durante un año.
El dueño, un señor de un pueblo de Guadalajara, muy majo pero consciente de que lo que tenía era una joya, a pesar de su mal estado.
El piso era de 36 metros construidos, distribuidos en un salón en forma de pasillo, un baño sin ventanas ni ventilación, una cocina con puerta corredera que en el pasado fue una terraza y una habitación que estaba bien, pero cuya ventana estaba en mal estado, mal tapiada, y entraba mucho frío en invierno. El piso a pesar de tener todo en doble ventana (un primero en el Paseo de Extremadura lo exige por el ruido constante) era imposible de climatizar con la calefacción. Cuando se apagaba, el piso se enfriaba en apenas dos minutos.
Por este piso el casero pedía 650 euros, precio que puede llegar a ser aceptable si no tienes en cuenta que también me hacía pagar la cuota de la comunidad: 41 euros (que después subió a 44 durante el año).
Cuando fuimos a ver el piso, mi novia y yo pasamos el ya típico casting de 30 personas, finalmente nos eligió a nosotros –y nosotros a él– aunque nos aguardó una primera sorpresa: Nos dijo que el piso eran 650 euros y otros 31 euros de comunidad; pero al día siguiente me llamó para decirme que no, que eran 41 euros de comunidad, que se había equivocado. Un pequeño percance que, dada la demanda en Madrid, no puedes negociar como inquilino, porque si no, pasan de ti (y nos costó dos meses que nos dieran por fin un piso).
El señor se blindó. Llevo más de 7 años viviendo en Madrid y jamás un casero me había hecho ni pagar la comunidad, ni tener que darle tantas credenciales para alquilar el piso. Lo que quería, claro, era firmar un seguro de alquiler con una cuota lo más reducida posible. Pidió:
- Dos meses de fianza (1.300 euros)
- Nóminas y contrato de trabajo
- Aval, con su respectiva nómina y declaración de la renta
El piso tenía los muebles viejos, casi de desecho. Las puertas no cerraban ninguna, la cocina era un asco, y aun así conseguimos organizar la vivienda para quedara habitable. Conseguí que me cambiara la lavadora, de los años 70, después de tener que demostrarle en varias ocasiones que el lavado manchaba la ropa blanca y que ni tragaba el detergente. También conseguí que se llevara una mesa redonda, de las antiguas en las que se instalaba un brasero por debajo. Nos ocupaba la mitad del salón y nos costó la vida que se la llevara, la conversación telefónica fue la siguiente:
- Yo (Jorge): Enrique, llévate la mesa por favor, que no nos cabe, y queremos poner una 'cuadradita' nuestra, más pequeña
- Casero (Enrique): ¿Y yo donde la meto?
- Yo (Jorge): Pues no lo sé, la verdad es que no está en muy buen estado, puedes llevártela al pueblo o tirarla
- Casero (Enrique): Hacemos una cosa, yo tiro la mesa y tu me dejas en el piso cuando te vayas otra igual
- Yo (Jorge): Mmmmm... vale (dije esto porque sabía que al final no me dejaría que la tirara, y acerté)
- Casero (Enrique): No no, espera, que me la llevo yo
Al final vino a por la mesa, y se la llevó. Pues bien, hace apenas unos días, me recriminó que no haya dejado una mesa, yo le dije que él se la había llevado, que en ningún momento la tiré yo, y que yo no sabía lo que él habría hecho con la mesa, y que por eso ni le había dejado ni le iba a dejar la mesa. Tras una discusión importante, finalmente me dio la razón.
Acordamos que me devolvería 1.100 euros de la fianza, de los 1.300 totales. Se reservaba 200 para las facturas que quedaran pendientes (que me devolverá a lo largo de este mes), así que finalmente, cuando salimos del piso y consciente de que aun tenía dinero mío, yo le hice la pelota: le dije que había estado muy a gusto en su piso y que simplemente me iba porque había decidido comprar un piso (porque el precio del alquiler está por las nubes y con ayuda de mis padres he podido costearme una hipoteca más barata que el alquiler, y en un piso de mayor tamaño). El casero, recogió el elogio y esta fue la conversación:
- Casero (Enrique): No te preocupes Jorge, entiendo que compres, es ley de vida. Además yo ahora puedo alquilarlo más caro
- Yo (Jorge) me quedé blanco, no le contesté. Es decir, solo había estado un año alquilado yo, en 36 metros mal distribuidos y con muebles destruidos, pagando 700 euros ¿y un año después quería alquilarlo más caro y sin cambiar nada?
- Casero (Enrique) -al ver que me quedo en blanco- : ¿Si o no Jorge? Lo pongo más caro ¿No?
- Yo (Jorge): Haz lo que creas que es más justo, Enrique
Una historia más de cómo la liberalización y la privatización debilita al Estado. Porque si al menos el 10% de la vivienda en alquiler fuera pública, el gobierno podría marcar la tendencia de los precios ante la vivienda privada, gestionada en su gran mayoría por pequeños propietarios.
A día de hoy el Estado ni con bonificaciones a propietarios que establezcan un precio justo, ni con legislación que de herramientas a los ayuntamientos para poner un techo al metro cuadrado, ni siquiera construyendo vivienda pública, puede paliar esta burbuja.
Gracias por la sección
No es la mejor historia, pero sí que es una más.
Hasta hace unos días, he estado alquilado en un piso en el Paseo de Extremadura (Madrid) durante un año.