¿Trabajamos menos horas? Las discrepancias entre la EPA y las encuestas a las empresas
El tiempo de trabajo es un tema de creciente relevancia. El gobierno está dando los primeros pasos para aprobar una reducción gradual de la jornada máxima legal a 37,5 horas semanales y ya han comenzado las negociaciones con empresarios y sindicatos. Por otro lado, un número creciente de economistas están interesados por la evolución de la jornada efectiva de trabajo, es decir, considerando no solo el máximo legal, sino también el empleo a tiempo parcial y los periodos en que los trabajadores no están trabajando por diversos motivos (vacaciones, bajas, permisos, ERTEs, etc.). El FMI y la OCDE han destacado que, en las últimas décadas, las horas efectivas de trabajo han descendido de forma gradual y que la pandemia de 2020 ha podido acentuar este proceso. En España, el Banco de España y Fedea también han llegado a conclusiones similares dado que, en apariencia, la jornada efectiva de trabajo se sitúa todavía por debajo de los niveles previos a la pandemia.
Ambas cuestiones tratan sobre aspectos ligeramente distintos –en un caso es el máximo legal, en otro la jornada efectiva– pero existe una evidente relación. Si las horas efectivas vienen descendiendo, es legítimo preguntarse por el impacto que tendría la reducción de la jornada legal en el desempeño de la economía. La mayoría de las veces este interrogante se resuelve argumentando en términos de una posible mejora de la productividad. El sentido de este artículo es bien distinto. En realidad, buscamos poner de manifiesto que, en España, la reducción en la jornada efectiva producida desde 2019 está lejos de ser un proceso claro. Esta caída solo se refleja en una encuesta –la EPA– pero no en otras fuentes, entre ellas, una encuesta dirigida a las empresas (la Encuesta Trimestral de Coste Laboral o ETCL), la nueva estadística de horas de la Seguridad Social y la estadística de convenios de trabajo. Como argumentaremos, tras un examen en detalle, hay razones para dudar de que realmente se hayan reducido las horas efectivas de trabajo lo que sitúa, por tanto, el debate sobre el cambio en la jornada legal en términos sustancialmente distintos. Además, como veremos en un próximo artículo, el análisis de las horas de trabajo proporciona una imagen más completa sobre la recuperación económica experimentada en nuestro país a partir de 2021.
Antes de entrar en detalles, conviene situar las tendencias generales a partir de los registros disponibles. En España contábamos hasta hace poco con dos fuentes de información sobre el tiempo de trabajo, ambas del INE: la Encuesta de Población Activa (EPA), dirigida a las familias, y la ETCL, dirigida a las empresas. En fechas muy recientes –noviembre de 2023– ha aparecido la Estadística Trimestral de Horas Cotizadas (ETHC) del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones (MISSM) que presenta la información de todos los cotizantes al régimen general de la Seguridad Social. En el gráfico adjunto se compara la jornada efectiva de trabajo de los asalariados según estos tres registros. A primera vista se comprueba que existen pequeñas diferencias en niveles. Estas son el resultado de utilizar distintas perspectivas sobre el empleo, principalmente sobre el pluriempleo, tal como detallamos en la nota metodológica. Sin embargo, el hecho relevante está en la gran similitud en las tendencias registradas en la EPA y la ETCL durante casi veinte años. Ambos registros señalan un descenso gradual en la jornada efectiva entre el 2000 y el 2014, de forma que en este periodo la jornada semanal efectiva se redujo en cerca de dos horas. Ambas estadísticas constatan que el tiempo de trabajo se mantuvo prácticamente sin cambios de 2014 a 2019 y también la fuerte caída en 2020, fruto de la paralización de muchas actividades a raíz del estallido de la pandemia. La gran diferencia se manifiesta en el periodo más reciente. Según la EPA, en los años 2021 a 2023 la jornada efectiva se sitúa todavía por debajo de los valores previos a la pandemia. La ETCL y la estadística de horas de la Seguridad Social, por el contrario, indican que las horas efectivas sí han recuperado los niveles de 2019. Explicar estas diferencias obliga a entender las diversas definiciones del tiempo de trabajo y las diferencias en las metodologías.
¿Cómo se miden las horas de trabajo?
Medir las horas de trabajo es un procedimiento complejo y, en ocasiones, los agregados pueden ser difíciles de interpretar. La ETCL constituye el mejor punto de partida debido a que proporciona el mayor detalle sobre el tiempo de trabajo y el coste laboral por hora trabajada en España. El siguiente cuadro expresa la jornada en horas semanales, que es la referencia más habitual para muchas personas. La variable protagonista son las horas efectivas trabajadas que se definen como las horas pactadas entre trabajador y empresa (incluyendo lo acordado por vacaciones y fiestas) más las horas extraordinarias y/o complementarias, menos las horas no trabajadas por vacaciones y fiestas, incapacidad temporal (I.T.), permisos, motivos económicos y otras causas. Las evidencias muestran que el tiempo de trabajo efectivo se mantuvo en 2022 en los niveles de 2019: 29,6 horas semanales, 128 mensuales y 1.540 horas anuales. Estos niveles pueden parecer bajos con respecto al máximo legal de 40 horas a la semana, pero reflejan las importantes diferencias en el tiempo efectivo según el tipo de jornada, que también recoge la ETCL. En 2022, los trabajadores a tiempo completo tuvieron una jornada efectiva de 1.705 horas al año frente a las 962 horas de aquellos en jornada parcial.
Una perspectiva muy parecida se obtiene en la nueva estadística trimestral de horas cotizadas de la Seguridad Social (ETHC). Este registro proporciona las horas cotizadas y las trabajadas a partir de los datos de las cotizaciones abonadas por las empresas. Las horas cotizadas proceden de los registros de la SS para los trabajadores a tiempo parcial y los fijos discontinuos, mientras que para el resto de trabajadores se utilizan las pactadas en los convenios. A grandes rasgos, pueden asimilarse a las pactadas de la ETCL. En 2022, según la ETHC las horas cotizadas anuales por trabajador -incluyendo tanto a tiempo completo como parcial– se cifran en 1.737. Son niveles similares a la Estadística de Convenios Colectivos de Trabajo que, en 2022, registra una media de 1.743 horas al año pactadas para los trabajadores a tiempo completo. De hecho, esta última estadística añade un punto relevante. Al transformar las horas anuales en una media semanal es habitual tomar como referencia 52 semanas, pero es más preciso dividir por 45,6 semanas para descontar los periodos de vacaciones y festivos. Una vez hecho este ajuste se obtiene la jornada semanal pactada que, en los últimos años, se sitúa en torno a las 38 horas.
Estos registros son muy distintos de la EPA, la fuente habitualmente más citada por los economistas para estudiar la evolución de las horas trabajadas. Es una gran encuesta (recoge a 60.000 hogares al trimestre) en donde primero se pregunta a las personas si tienen un empleo y, además, si estuvieron trabajando en la semana de referencia. Los asalariados se considera que están ocupados cuando tienen un empleo, aunque en esa semana no hayan trabajado por causas económicas, por disfrutar de las vacaciones, por estar de baja (enfermedad, accidente), o con permiso para el cuidado de niños o familiares. Finalmente, a los ocupados se les pregunta también por sus horas de trabajo, tanto de las habituales, como de las que efectivamente han desempeñado –incluyendo las horas extra– en la semana de referencia.
¿Qué ha pasado en los últimos años?
El primer punto de comparación debe hacerse entre las horas habituales o pactadas. Como se ve en el gráfico, la EPA, la ETCL y la nueva estadística de horas muestran una gran coincidencia en las tendencias durante los últimos quince años. De esta forma, en 2023, los asalariados trabajaron habitualmente 37 horas en su empleo principal, según la EPA, mientras que de acuerdo con la ETCL las horas pactadas alcanzaban las 35 horas a la semana. No hay indicio alguno de que se produzca una caída de las horas pactadas a partir de la pandemia. Al contrario, según la ETCL, las horas acordadas han subido un 1,4% desde 2019, o lo que equivaldría aproximadamente a media hora más a la semana. La tendencia creciente en los años más recientes se aprecia también en las horas cotizadas en promedio a la Seguridad Social.
No obstante, el indicador económico más relevante es el de las horas efectivamente trabajadas y, tal como se mostraba en el primer gráfico de este artículo, en años recientes se registran una brecha creciente entre la EPA, por un lado, y la ETCL y ETHC, por otro. Resulta lógico que, si se coincide en cuantificar las horas habituales o pactadas, pero no en las efectivas, la discrepancia está en el cómputo de los periodos en que los asalariados no están trabajando. Sin embargo, la comparación plantea el problema de que la EPA no proporciona las horas semanales no trabajadas (por vacaciones, enfermedad u otros motivos), pero sí el número de asalariados que no han trabajado en la semana desglosados por el motivo de la ausencia. Lo más útil, por tanto, es analizar los principales motivos por los que habrían podido aumentar las horas no trabajadas.
La primera causa que pudo afectar a la jornada efectiva ha sido la suspensión de la actividad fruto de los ERTEs. Las dos encuestas –EPA y ETCL– coinciden en constatar la enorme caída (un 8%) en las horas trabajadas en 2020, lo cual es un gran mérito teniendo en cuenta los enormes problemas derivados del volumen inédito de horas pérdidas y los asociados a la recogida de datos en medio de una pandemia. La nueva estadística de horas coincide en la intensidad de la caída y arroja, además, un dato hasta ahora poco conocido: en 2020 los ERTE ascendieron a un total de 2.156 millones de horas (o el 8% de las pactadas ese año). Desde una óptica distinta, la EPA registró en ese año a un 6% de los asalariados en ERTE o suspensión de empleo. La pandemia fue un hecho inédito en nuestra economía y, sin embargo, todos los registros constatan que el shock no ha tenido efectos perdurables después de 2021.
La segunda causa potencialmente más importante son las bajas por enfermedad y permisos para el cuidado de los hijos. Como se puede ver el siguiente gráfico, todos los registros indican un fuerte incremento del tiempo no trabajado debido a estos motivos. Sin embargo, también se debe poner en contexto estas cifras. Aunque las horas no trabajadas por enfermedad, accidente o incapacidad temporal han subido bastante en tres años (entre el 30-37%), su peso sobre el total de horas pactadas sigue siendo pequeño, en torno a un 5%. La ausencia de discrepancias entre la EPA, la ETCL y los registros de la Seguridad Social permite además descartar que esta sea el foco de la diferencia.
La brecha más importante se debe a un tema que en apariencia debería ser tan fácil de medir como son las vacaciones. La EPA es el único registro que señala un extraordinario crecimiento de los asalariados con vacaciones. De hecho, como se observa en el gráfico, antes de la pandemia un 5% de los asalariados en nómina declaraban estar de vacaciones, mientras que en los dos últimos años este porcentaje ha subido hasta cerca del 7%. Una subida de esta magnitud eclipsa todas las otras causas. Además, es un patrón extraordinario que no tiene reflejo en otros registros. La ETCL apunta en un sentido contrario: las horas correspondientes a vacaciones se han mantenido estables (o ligeramente reducido).
Conclusión
Este artículo no puede resolver este enigma, pero sí proponer alguna forma de aclararlo. La pandemia de 2020 no parece que haya alterado el ritmo de desarrollo de la economía española, pero sí ha supuesto un reto sin precedentes para las estadísticas económicas en nuestro país. Este reto no es único y muchas otras economías desarrolladas también han visto perturbaciones en sus indicadores de referencia, fruto de diversos procesos como es el aumento del teletrabajo o el breve pero intenso periodo de inflación. En este contexto, la solvencia de los principales indicadores sobre el empleo –la EPA y los registros de la Seguridad Social– están fuera de toda duda. Sin embargo, en un aspecto clave como son las horas efectivas de trabajo, la EPA, dirigida a las familias, y la ETCL, dirigida a las empresas, muestran la mayor discrepancia desde que existe un marco comparable de análisis. Esta diferencia no es un mero detalle y, dado que es previsible un intenso debate sobre las posibilidades y oportunidades que ofrece la reducción de la jornada legal, es más importante que nunca tener un diagnóstico certero. Hoy es más urgente que nunca que las autoridades estadísticas aclaren las discrepancias entre las fuentes y establezcan un marco informativo sólido sobre el tiempo de trabajo en España.
A corto plazo, sería factible explorar tres vías para solucionar esta paradoja. Primero, se debería retomar el ejercicio de conciliar las cifras de empleo en la EPA y los registros administrativos para así convertirlo en una práctica regular. Como señalamos hace tiempo, los últimos estudios al respecto datan del año 2018 y, en este caso, podrían ampliarse para analizar las diferencias en horas pactadas y, también, en las efectivamente trabajadas. Otro avance importante se obtendría si la ETCL publicara, además de las ratios por trabajador (costes salariales y horas), la cifra de asalariados y los datos de horas totales trabajadas. La principal limitación de la ETCL en la actualidad es esta ausencia de “elevación a población” de sus registros. Este rasgo resulta particularmente sorprendente porque la ETCL es también la fuente de referencia sobre el número total de puestos de trabajo vacantes por sectores y por comunidades autónomas. Por último, sería idóneo que el INE recuperase, como un módulo de su Encuesta anual de Coste Laboral, la Encuesta sobre el tiempo de trabajo en España, que dejó de publicarse en el año 2000. El salto informativo sería mayor si pudiéramos conocer la jornada pactada y la efectiva en función de variables tan relevantes como el sexo, la edad, la nacionalidad, la ocupación, el nivel de estudios, la antigüedad en la empresa o el tipo de contrato. Para ello sería preciso investigar no sólo los centros de cotización sino una muestra de trabajadores de esos centros como hace el INE para los salarios por persona en su magnífica Encuesta de Estructura Salarial.
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