“No hay ningún rincón de Oriente Próximo que Israel no pueda alcanzar”. Fue la amenaza, nada velada, que el primer ministro israelí quiso enviar al amplio espectro de enemigos vecinales que se ha labrado Tel-Aviv al día siguiente de la invasión terrestre del Ejército hebreo en el sur del Líbano. Pero la advertencia no vino sola. Benjamin Netanyuhu la adornó conscientemente con un mensaje a los iraníes: “con cada minuto que pasa, el régimen [de los ayatolas] os lleva, noble pueblo persa, más cerca del abismo”.
No son palabras gratuitas. Ni mucho menos un arrebato repentino de condescendencia de un jefe de Gobierno israelí a su adversario más irreconciliable en el convulso Oriente Próximo, cuyas alertas de riesgo geoestratégico han saltado hasta marcar niveles desconocidos desde los años sesenta y setenta. La eclosión de una contienda armada regional y abierta, con posible involucración de potencias como EEUU, ha pasado a ser un asunto de realpolitik.
La proclama de Netanyahu estaba dirigida a promover la insurrección de un país al que le rodea internamente un halo de incertidumbre política, por la sucesión de Alí Jamenei, e inestabilidad social, por la larga oleada de detenciones masivas a ciudadanos -especialmente, mujeres- por actuar contra los valores religiosos de la república islámica. Aunque el propio dirigente hebreo admita acto seguido que su mensaje servirá para unir más a los iraníes que para movilizarlos contra sus autoridades teocráticas.
Así lo reflejaron las manifestaciones de júbilo grabadas por la televisión iraní en la capital islámica tras la ráfaga de misiles lanzados hacia el territorio israelí en represalia por la escalada bélica de Israel en Cisjordania y Gaza y Líbano y sus ataques contra Hamás y Hizbulá, milicias bajo el patrocinio del estado chií.
Sin embargo, la apelación del líder ultraderechista israelí no pretende quedarse en el limbo. Más bien al contrario, su dialéctica está dirigida a reactivar las arenas movedizas de su rival regional -con permiso de Arabia Saudí con quien la Casa Blanca se afana en reconciliar diplomáticamente- en un triple juego geoestratégico.
El tridente de riesgos que atenaza a Irán
En el orden económico, donde las sanciones occidentales contra el inicio del programa nuclear han pasado factura a la coyuntura iraní. En vigor desde 2015, Europa acabó con ellas ante la aceptación de Teherán de admitir supervisores de la Agencia Internacional de la Energía Atómica (OIEA) para controlar sus avances nucleares, exclusivamente de interés civil, según sus mandatarios. EEUU, de forma unilateral, las ha mantenido desde 2018.
Los embargos y vetos occidentales han situado a Irán al margen de los mercados internacionales desde hace un decenio. Además de provocar saltos inflacionistas del 64% en 2023 y del 30% este año, caídas libres de los salarios reales y los niveles de vida de sus casi 90 millones de ciudadanos y un cuadro macro distorsionado con bajos ingresos estatales, un déficit desbocado y síntomas de anemia en su tejido productivo. En gran medida, la falta de crecimiento también se debe a la puesta en marcha de un plan de austeridad que ha plasmado recortes en Sanidad y que se ha llevado por delante los históricos subsidios a los combustibles.
Fitch Rating anticipa que las condiciones crediticias de Teherán se verán “seriamente alteradas” en una economía en hiperinflación, con tres de cada diez iraníes viviendo bajo el umbral de la pobreza, según Majlis Research Center, y hogares acumulando hasta 60.000 millones de dólares en divisas internacionales por el temor a una debacle del rial, explica Financial Times.
Todo ello, junto a una corrupción endémica y un precio del barril que, con los topes y descuentos globales por las represalias del G-7 a Rusia y el volátil mercado energético, ha navegado todo el año 2024 en torno a los 70 dólares; lejos de los 85 dólares que permitiría a las autoridades iraníes corregir las cuentas públicas. Por si fuera poco, su tradicional cliente exterior, China, ha rebajado su demanda de crudo por la crisis de consumo, la pérdida de fuelle industrial y la deflación que ha emergido en su economía. A lo que hay que unir una devaluación del rial que este verano ha llegado a superar el 30%.
El petróleo emprende su escalada
Aun así, el curso de los acontecimientos podría dar un respiro a las finanzas iraníes si el petróleo, que el viernes superó los 79 dólares el barril de Brent -la revalorización de mayor intensidad semanal desde comienzos de 2003- . Ante la perspectiva, que trata de aplacar la Administración Biden, de que Tel Aviv reaccione atacando no solo bases militares, sino infraestructuras petrolíferas y reservas de uranio iraníes.
Dos opciones, estas últimas que “están encima de la mesa”, admite la Casa Blanca, que insiste en su papel “disuasor” frente a Netanyahu, pero que podría precipitar atentados a instalaciones energéticas saudíes o de sus vecinos del Pérsico, como alerta Teherán.
Cada vez más analistas ven “factible” que se dispare la prima de riesgo del barril, que en periodos de alto voltaje geopolítico superó el 12% de su valor y condujo, por ejemplo, al récord histórico de 147,27 dólares al oro negro en julio de 2008. La firma de investigación de mercados Clearview Energy Partners cifra entre 13 y 28 dólares su encarecimiento inmediato en caso de que Irán interrumpa, como amenaza, el tráfico petrolífero por el Estrecho de Ormuz.
El mercado recuerda esta semana que grupos armados hutíes procedentes de Yemen y bajo financiación del régimen de los ayatolas, estuvieron detrás del atentado contra la mayor refinería de Aramco en Arabia Saudí en 2019 y que han colapsado el tránsito del Pérsico en meses recientes.
Desestabilizar el régimen iraní
El segundo de los fantasmas que ha tratado de reanimar Netanyahu es el que busca rebajar su estatus de potencia regional. Las dos piedras angulares de la diplomacia de Teherán, el dominio geopolítico de Oriente Próximo desde el control del Golfo Pérsico y la destrucción de Israel, que mantiene desde el siglo pasado submarinos nucleares apuntando permanente hacia la capital persa -como han reconocido en ocasiones fuentes diplomáticas occidentales off the record- han saltado por los aires ante la escalada militar del gabinete ultraortodoxo y de extrema derecha de Tel Aviv.
El tercero de los movimientos telúricos generados por Netanyahu es precipitar la toma de decisiones del régimen de los ayatolas, reacio a intervenir si está en riesgo su propia supervivencia. Jamenei, de 85 años y con cáncer diagnosticado, es consciente de que se juega su credibilidad.
El guía espiritual iraní tiene en este terreno una doble e ineludible pugna por delante. Por un lado, un conflicto doméstico, con una disputa por su sucesión entre el generalato de la Guardia Republicana y la alta jerarquía eclesial, donde ha emergido la figura de su hijo mayor, Mojtaba que, como Jamenei, cubre su cabeza con turbante negro, el que identifica a los descendientes directos de Mahoma. Pero al que, en paralelo, le ha salido un oponente, Alireza Arafi, el delfín del líder supremo durante más de 20 años, también ayatola y, por lo tanto, con mayor rango religioso que su primogénito, aunque mucho más proclive que éste a la modernización del país. Si se da credibilidad, como ha admitido Arafi en no pocas ocasiones, a su inclinación a favor de la Inteligencia Artificial (IA) o a los avances socio-económicos de la civilización islámica.
Y, por otro, una afrenta en el exterior, por el pulso geopolítico regional entre el estado chií y su rival wahabí que personifica la casa real saudí, hasta hace poco también enemigo acérrimo de Israel.
Economía y geopolítica se dan la mano en Teherán
La fragilidad económica de Irán se mezcla, además, con el alto voltaje geopolítico dirigido hacia sus zonas de influencia en la región. Con enigmas sin resolver como la muerte en un supuesto accidente de helicóptero del primer ministro iraní Ebrahim Raisi el pasado mayo y su reemplazo por el reformista Masoud Pezeshkian, partidario de ralentizar cualquier fuego cruzado con Israel y de la reintegración financiera de su país al orden mundial, buscando el levantamiento de las sanciones estadounidenses y la involucración europea hacia su causa, con sus históricos aliados Alemania y Francia a la cabeza, que dejan traslucir la seriedad de la triple amenaza lanzada por Netanyahu a Teherán.
Ali Dadpay, analista del Stimson Center, un think tank americano, destaca que la “economía iraní está en decadencia, alimentada por la incertidumbre política y el descontento popular”. A su juicio, con la escalada militar en Oriente Próximo y los denodados intentos de Israel de involucrar a EEUU en la guerra, los iraníes “vuelven a prepararse para hacer frente a los aletazos geopolíticos y la volatilidad financiera, tirando, como han hecho por otro lado en los pasados 45 años, desde el triunfo de la revolución islámica, para proteger sus patrimonios”.
Dadpay recuerda que el mercado persa “ya ha venido fluctuando entre el pesimismo y el pánico desde las elecciones” que llevaron en julio a Pezehkian al poder, con las acciones en descenso, el rial por los suelos y el oro, cuya cotización subió un 5,7% entre la primera y segunda vuelta en las urnas, empezando a almacenar las cajas fuertes de los hogares iraníes. Ahora con el peligroso juego belicista al que ha conducido al régimen el gobierno de Tel Aviv, incluso el organismo regulador de su bolsa “ha tenido que limitar los movimientos de valores diarios a márgenes del 5% para evitar caídas masivas de la moneda y alzas notables del oro”, explica.