ANÁLISIS

Japón y Reino Unido, los enfermos económicos globales, tratan de reivindicarse en el G-7

¿Quién lo diría? Japón lidera el dinamismo económico y Reino Unido está a punto recuperar su liderazgo como principal mercado de capitales de Europa, a pesar del Brexit y del retorno a la insularidad geopolítica y comercial. En pleno acuse de derribo de la globalización y con una reedición geopolítica de la Guerra Fría, los dos enfermos crónicos parecen ahora en disposición de reanimar al G-7, el foro de los países más industrializados: Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido. A pesar del viento huracanado que sopla sobre la coyuntura internacional y que amenaza al club con otra recesión, la tercera desde su fundación, tras la crisis financiera de 2008 y la Gran Pandemia.

Japón ha resurgido de este vendaval con una virulencia inusitada. Su PIB creció un 6% en tasa anualizada entre abril y junio, último trimestre contabilizado, lejos de los índices de las potencias occidentales y a un ritmo doméstico desconocido desde la explosión de su burbuja inmobiliaria en los noventa, que propició su larga travesía de tres décadas de ostracismo.

El primer ministro Fumio Kishida, del Partido Liberal Democrático (PLD), es el arquitecto de la reanimación de un patrón de estancamiento secular, aunque de prolongadas expectativas de vida y prosperidad, que se ha combinado con leves repuntes de renta per cápita y retornos de beneficios bursátiles.

Su doctrina, el Kishidanomics, se basa, según sus palabras, en una reencarnación del capitalismo a la usanza japonesa. No le falta razón para proclamar su éxito, porque Japón ha entrado en “un círculo virtuoso de dinamismo y distribución de riqueza”, pese a que aún deba superar viejas anomalías como su tendencia a la deflación.

Kishida, sin embargo, ha convencido a los hogares japoneses de arrinconar su férrea cultura del ahorro. Esto ha movilizado a uno de los dos motores de la demanda interna con ayuda de aumentos salariales. Sin paralizar al otro propulsor, la inversión empresarial, pese a la instauración del impuesto del 20% a las rentas financieras. La cuadratura de este círculo de origen keynesiano del premier nipón “ha concentrado -según sus palabras- en manos de la gente los frutos del crecimiento”.

La subida del salario mínimo a 930 yenes (8 dólares) por hora y la equiparación legal de ingresos por tareas laborales similares ha incentivado la movilidad profesional, que también ha cobrado velocidad de crucero por la reducción de las restricciones a la mano de obra extranjera, medida con la que Japón empieza a sacudirse de la acusación de país sakoku o cerrado a la circulación de trabajadores.

La política económica se completa con una inusual apuesta por la sostenibilidad que incrementa la tributación por emisiones de CO2 y al carbón y que duplica los recursos destinados a mejorar “el jardín digital” japonés con masivos estímulos al concepto de innovación.

La agenda de reformas de Kishida “está reordenando la economía y fortaleciendo su vigor”, dice Kyohei Morita, economista jefe de Nomura, que apunta varias señales nítidas. La primera, un mercado laboral que ha despertado a las compañías de un letargo tecnológico y emprendedor. La segunda, es una incitación al consumo que ha generado más prestaciones crediticias de los bancos.

En tercer término, un renovado fervor bursátil que ha añadido liquidez individual. A lo que se suma el sorprendente descenso poblacional desde 2021, que ha reequilibrado el mercado de la oferta y la demanda laboral, y el aumento de beneficios de las empresas y de sus inversiones y dividendos.

Balón de oxigeno

Japón ha dado un balón de oxígeno a las economías del G-7. En un instante en el que el PIB de EEUU está más cerca de la recesión que del aterrizaje suave, auguran voces como la del CEO de JP Morgan Chase, Jamie Dimon, o la de expertos de BlackRock, que la consideran inevitable tras la arriesgada prórroga del Congreso al cierre de la Administración federal. El profesor de Wharton, Jeremy Siegel, acusa a la Reserva Federal de empujar a la primera potencia global al precipicio por su agresiva subida de tipos mientras la zona del euro se resigna a esperar unos números rojos inevitables por el parón industrial alemán y del resto de sus socios del G-7.

Si Tokio aporta impulso, Reino Unido, aunque tiene el PIB de capa caída, aporta un salvavidas de estabilidad financiera. En otro paradigmático giro de los acontecimientos, la City londinense se sitúa al borde de recuperar su cetro como primer mercado de capitales de Europa, entregada a París hace menos de un año.

El valor de su capitalización en dólares acaba de superar la barrera de los 2,9 billones de dólares frente a los 2,93 de la Bolsa de París, con un recorrido inversor más favorable a la City, según coinciden los estrategas de HSBC, Barclays y JP Morgan -entre otros-. Los analistas presagian el final de la cruzada por devolver a Londres el esplendor bursátil perdido por el Brexit.

En cualquier caso, entre Japón y Reino Unido persisten notables diferencias a la hora de ejercer su poder de influencia en el G-7. Las herramientas de éxito de Japón son una prueba de que el neoliberalismo está de capa caída, explica Michael Hirsh, corresponsal de Foreign Policy, a quien sorprende que Tokio implore a la Administración Biden nuevas reglas de libre comercio -y más abiertas- cuando la Casa Blanca ha criticado durante décadas el proteccionismo de su socio del Lejano Oriente.

En cambio, el primer ministro británico, Rishi Sunak, no sabe cómo afrontar el desastre económico. Tan pronto tumba proyectos como el tramo norte de alta velocidad, conocido como HS2, como hace retroceder la ambiciosa agenda climática británica, que prácticamente arroja la actividad futura del país a los brazos de la Vieja Economía fósil, al prolongar las metas de sus emisiones netas cero en busca del rédito electoral perdido por los tories para 2024.

Parecida dirección geopolítica

Tanto Japón como Reino Unido empujan en la misma dirección que EEUU en el orden geopolítico. En Asia, con el vínculo de Japón en la Iniciativa Indo-Pacífico promovida por el presidente de EEUU, Joe Biden. El de Reino Unido, por su parte, con la alianza de seguridad AUKUS que han desatado las críticas de China.

Japón, además, ha incrementado en un 26% sus gastos en Defensa, y ha dado pábulo a la idea de aumentar el G-7 con Australia y Corea del Sur, las dos potencias que han consolidado con más solvencia sus estatus de rentas altas. Mientras que se vigila a India, el actor que se disputan las alianzas industrializadas, emergentes y el Sur Global.

Japón busca convertir el G-7 en un D-10 -las diez democracias con más músculo económico del planeta-, cuyas elites se encargarían de contrastar los sistemas liberales con los regímenes autocráticos en escenarios de conflicto, en especial, si están involucradas Rusia o China.