Aunque a simple vista no lo parezca, Adam Smith y Friedrich Engels tenían algo en común: en lados opuestos de la teoría económica, sus profundos sesgos de género condicionaron sus más relevantes ideas y propuestas. Para Smith, además de una mano invisible que regulaba el mercado, había otro factor invisible: todo el trabajo no remunerado relacionado con el hogar y los cuidados que hacían las mujeres. El revolucionario Engels mostró su estupefacción ante el relato de un hombre condenado a zurcir los calcetines de su familia porque la revolución industrial había convertido a su mujer en una trabajadora explotada. La estupefacción no tenía que ver con la explotación de ella, sino con el aciago y vergonzoso lugar que la economía estaba dejando a esos hombres sin empleo: encargarse de su hogar.
Katrine Marçal es una periodista sueca especializada en economía, finanzas e innovación que aplica la perspectiva de género a lo que hace. Su libro '¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?' (Debate) profundizaba en cómo la economía y la teoría económica se han construido históricamente sobre el trabajo de cuidados no remunerado. Ahora publica 'La madre del ingenio. Cómo se ignoran las buenas ideas en una economía diseñada para hombres' (Principal de los Libros), una historia de la innovación y el género. En él cuenta, por ejemplo, por qué la idea de añadir ruedas a una maleta se ignoró durante mucho tiempo.
¿Qué tiene que ver una maleta con ruedas con el machismo en la economía?
Es un ejemplo muy claro de cómo el sexismo ha lastrado la innovación y por eso elegí empezar el libro por ahí. No tendemos a pensar en innovación y género como conceptos que van juntos y sí lo hacen. Los estereotipos de género pueden retrasar la innovación. El de la maleta es, además, un ejemplo en el que seguramente mucha gente ha pensado alguna vez: cómo es posible que la humanidad llegara a la Luna antes de que se nos ocurriera ponerle ruedas a las maletas. Ha habido muchas explicaciones para esto y lo que cuento en el libro es que la gente ha olvidado que la clave tuvo que ver con el sesgo de género: que un hombre nunca necesitaría una maleta con ruedas porque eso no sería masculino, y que si una mujer viajaba, lo haría con un hombre al lado que podría llevar su maleta. Y todas estas ideas hicieron que el momento de tener una maleta con ruedas se retrasara increíblemente a pesar de que estaremos de acuerdo en que era una gran idea.
Dice que en ese caso, y en muchos otros que describe en el libro, la visión androcéntrica fue más predominante incluso que las ganas de hacer dinero. Es decir, los sesgos de género han sido malos para hacer negocios. Pero al mismo tiempo, ¿no explota el capitalismo igualmente esos roles y estereotipos de género?
Sí, especialmente con las mujeres como encargadas principales del trabajo de cuidados no pagado. Creo que las dos ideas son compatibles y suceden al mismo tiempo. Este ejemplo me parecía muy claro para entender que, a pesar de estas cosas que ahora son tan importantes para nosotros y que parecen tan claras, la gente sigue a veces sin ver cómo lo que tiene que ver con el género nos ciega a la hora de actuar, incluso aunque se trate de ideas innovadoras que puedan generar negocio.
Tenemos esa imagen del innovador tecnológico como un hombre blanco solitario, un genio al que hay que dejar que haga lo que quiera porque lo que hace es tan alucinante que no hace falta regular esa industria. Es una narrativa muy marcada por el género
En el libro explica que el proceso de inventar es más complejo de lo que parece, que suelen intervenir varias innovaciones que no siempre son simultáneas etc. Sin embargo, el relato sobre un logro suele ignorar muchos de los pasos o tecnologías que han sido necesarias. Uno de los ejemplos que cuenta relaciona la industria del látex y las fajas con la carrera espacial, algo muy desconocido, precisamente porque muchas de las que intervinieron fueron mujeres. ¿Los sesgos de género influyen también en cómo contamos esos grandes logros e inventos de la humanidad?
Sí, hemos definido 'tecnología' en función de lo que los hombres hacen. Cuando las mujeres hacían algo que ya era igual o parecido, entonces se dice que se trataba de algo pre-tecnológico. Cuando las mujeres programaban ordenadores, eso no era tecnología, ahora en cambio es el corazón de la tecnología. Eso significa que las mujeres están continuamente excluidas. Tenemos esa imagen del innovador tecnológico como un hombre blanco solitario, un genio al que básicamente hay que dejar que haga lo que quiera porque lo que hace es tan alucinante que no hace falta regular esa industria. Es una narrativa muy marcada por el género.
Entonces, si en su primer libro hablaba de redefinir la economía para incluir todo ese trabajo que no se ha considerado como tal, es decir, todo lo relativo a los cuidados, ¿en este libro propone hacer lo mismo con la tecnología, redefinir qué es tecnología?
Sí, absolutamente. Cocinar es una tecnología, es química, implica muchos procesos técnicos. Cuando los hombres lo hacen son vistos como grandes técnicos, la alta cocina se ve como una disciplina para la que hace falta mucha técnica. Es una idea muy victoriana esa de pensar que tecnología es solo lo que hace mucho ruido.
Habla de una crisis de crédito femenino permanente, ¿puede explicarlo?
Si miramos a las inversiones que se hacen en las ideas y problemas que incumben a las mujeres, vemos que hay un problema, un problema que se repite en todo el mundo, en todas las economías. Se ve claro que el capital inversor va en una sola dirección y que en un 99% llega a los hombres. El dinero no llega a las mujeres y, cuando lo hace, es a mujeres blancas. Es una realidad que está muy presente hoy en día, y que podemos observar en otros ámbitos, como la inteligencia artificial, donde muchos de los problemas que existen vienen de la falta de diversidad que hay. Esto va a ser especialmente problemático teniendo en cuenta cuánto poder tienen la tecnología y las compañías tecnológicas hoy en día.
La explicación de muchos economistas sobre la brecha salarial es que las mujeres elegimos sectores peor remunerados y que hay que animar a la población activa femenina a ocupar sectores mejor pagados. Muchas otras economistas y teorías sugieren explicaciones mucho más complejas. Por ejemplo, ¿hay que repensar por qué algunos sectores están altamente remunerados y otros, esenciales para la vida, no?
Sí, estoy totalmente de acuerdo con eso. Por muchas razones tenemos que repensar qué es el valor como concepto económico. Por razones que tienen que ver con el género, pero también con la emergencia climática y la sostenibilidad. Tenemos que renegociar qué consideramos valioso, cómo, y por qué.
Por razones que tienen que ver con el género, pero también con la emergencia climática y la sostenibilidad, tenemos que repensar qué es el valor como concepto económico. Tenemos que renegociar qué consideramos valioso, cómo, y por qué
Sin embargo, el discurso mayoritario es el que anima a las chicas a estudiar ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas. ¿Tiene que cambiar el sistema o tienen que cambiar las niñas?
Estoy totalmente de acuerdo en que es el sistema el que tiene que cambiar, pero también es cierto que necesitamos a más mujeres en STEM. Estamos haciendo avances en muchas de esas ramas, pero por ejemplo no en lo que tiene que ver con computación, a pesar de que el software fue inventado por una mujer, así que, ¿por qué es tan difícil ahora? Pero sí, el discurso está siempre muy centrado en las mujeres: las mujeres tenemos que cambiar, las mujeres tenemos que negociar mejor, las mujeres tenemos que asumir más riesgos...
Habla en el libro de las 'man-cession', las crisis donde el grueso del empleo que se pierde es masculino. Hay quien ha nombrado a esta última crisis una 'she-cession', por el impacto en sectores y actividades más feminizados. ¿Podemos hablar en general de una she-cession en el mundo?
Tenemos un problema en economía, que es que solemos ver los datos de América como la verdad y los datos que proceden de otros países parecen interesantes, pero 'la verdad' son los datos que vienen de EEUU. Allí, en EEUU sí hay muy claramente una she-cession, pero no sucede lo mismo en otros países, como Reino Unido o Suecia, donde la respuesta ha sido distinta. En términos agregados sí hay certeza de que debido a esta crisis, de media, se tardará 36 años más en cerrar la brecha de género, y eso es una mala noticia. Pero las diferencias entre economías demuestra que la she-cession no es una consecuencia inevitable de la crisis, sino una elección política, y que podemos analizar las respuestas que han tenido los países y su efecto en las mujeres.
No obstante, han pasado diez años desde que publicó '¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?' y la conversación sobre cuidados y economía está mucho más presente, ¿no cree?
Esta crisis ha puesto más en evidencia que nunca muchos de los puntos que traté en mi primer libro sobre cómo la fundación de toda la economía tiene que ver con los cuidados. Hemos visto que cuando todo se cierra nada puede funcionar sin ese trabajo no pagado. Debido a la crisis del COVID ha habido progresos en este debate. Hay un cambio en la conversación, aunque, por supuesto, eso no es suficiente para cambiar la vida real de la gente. .