ENTREVISTA Mónica Martínez-Bravo

La mejor economista española menor de 40 años: “Sin una universidad pública y de calidad, no estaría aquí”

Laura Olías

26 de septiembre de 2021 21:33 h

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Sentada en una clase de la prestigiosa universidad MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts), Mónica Martínez-Bravo vio reflejada la infancia de sus padres en las explicaciones sobre pobreza en países como India y Guatemala de los Nobel de Economía Esther Duflo y Abhijit Banerjee. La investigadora ha sido reconocida con uno de los premios nacionales más destacados en su campo, de la Fundación Banco Sabadell, y su discurso de agradecimiento se ha propagado una y otra vez estos días por las redes sociales. Entre otras cosas, por su relato de la igualdad de oportunidades en primera persona. Pero también por su voluntad de investigar las barreras que entorpecen todavía la vida de los más humildes. 

Su discurso en la recepción del premio a la mejor investigadora económica de la Fundación Banco Sabadell ha tenido una gran repercusión en redes sociales. El otro día la propia vicepresidenta Nadia Calviño la felicitaba en Twitter. ¿A qué cree que se debe esta acogida? 

La verdad es que me ha sorprendido un poco. Creo que sorprende la trayectoria personal cuando no es la habitual. Porque hay personas de entornos humildes que llegamos al mundo académico, pero estamos muy lejos de ser la mayoría. El discurso también explica por qué he investigado lo que he investigado y cómo esto se ha nutrido de mi trayectoria. 

Otro elemento que ha llamado la atención ha sido poner el dedo en las cosas que desde la ciencia económica creo que se deben mejorar. Es una disciplina que ha evolucionado mucho, aunque muchas veces es acusada injustamente de inmovilismo. Pero bajo mi punto de vista se ha evolucionado y ha habido personas que han ganado premios nobeles y otros muy reconocidos que han dicho “oye, que esto no lo estamos teniendo bien en cuenta, vamos a considerarlo”. 

En sus palabras de agradecimiento abordó la igualdad de oportunidades desde la propia experiencia. ¿Cómo se llega al MIT y a dar conferencias en Harvard siendo una niña criada en un barrio obrero de Barcelona? 

La clave para mí fue el acceso a la universidad pública de calidad. Las dos palabras, “pública” y “calidad”, son muy importantes y sin cualquiera de las dos no estaría aquí. Es obvio que sin educación pública no hubiese tenido acceso a nada, pero creo que una universidad pública de mala calidad tampoco me hubiese llevado a ningún sitio.

Respecto a esto último creo que falta pedagogía en la sociedad española. Estamos muy enfocados en que las tasas sean baratas, y claro que es importante, pero no percibimos el coste de que haya una educación con profesores desmotivados, que te expliquen el temario de hace dos décadas, con lo cual hace que internacionalmente no vayamos a tener ninguna oportunidad… La calidad universitaria es fundamental y creo que no es tan conocida. 

En su caso, cuenta que fue un profesor en la universidad quien le descubrió la posibilidad de alcanzar la excelencia académica. 

Para mí fue fundamental ese profesor de segundo de carrera que nos dijo que había oportunidades. Si lo piensas, es bastante excepcional que en segundo de carrera te sienten en una silla y te digan: qué vas a hacer cuando acabe cuarto. Pensaba “¡qué me está hablando este señor!”. Pero era el momento clave. Porque si quieres hacer un máster en cuarto, durante tu tercer año de carrera tienes que empezar a pedir becas, admisiones, preparar las solicitudes...

La calidad de la que hablaba está ahí, por ejemplo, en ese profesor que mandó un email a toda la clase. Si en lugar de eso, hubiera esperado a que le fuesen a preguntar, yo seguramente no habría tenido la información o la confianza en mí misma para hacerlo. 

Comenta que no es muy habitual encontrar a investigadores e investigadoras de alto nivel que provengan de familias humildes. ¿Ha visto diferencias en su trayectoria internacional y nacional?

Hace poco en Twitter hubo una especie de 'Me Too' sobre personas que afirmaban ser “first generation college” (primeros en ir a la universidad en sus familias) y contaban a qué se dedicaban sus padres, sus madres, etc. En el contexto internacional, hubo varias personas que lo dijeron y compartieron su experiencia. Yo también puse algo. A nivel español, hubo muy poco movimiento. Creo que aquí hay cierto estigma, como dije en mi discurso.

También defiende la necesidad de ahondar en barreras más sutiles, muchas veces psicológicas y sociales, de la pobreza y desigualdad. Y pone como referencia los estudios sobre desigualdad de género, con el análisis de micromachismos y discriminaciones más invisibles. ¿Qué barreras detecta en este sentido?

Para empezar, la estabilidad emocional y psicológica a nivel familiar. Estamos, lógicamente, muy preocupados de que haya niños que no tengan comida en la mesa, pero no somos conscientes de las dificultades, incluso mayores, que puede suponer que uno de sus padres esté deprimido o que en su casa estén siempre a gritos, por ejemplo. 

Hay un libro que me influenció mucho, Hillbilly Elegy, de un político del partido republicano que narra su historia. Vino de un entorno muy desfavorecido de EEUU y acabó siendo doctor en Derecho por Yale. Cuenta desde dificultades en entrevistas de trabajo en restaurantes, donde no sabía ni cómo se cogían los cubiertos, a cómo en una situación le llamaron del hospital porque su madre había tenido una sobredosis. No he tenido esas dificultades tan extremas, pero sí que me sentí muy reconocida en no saber cómo comportarte en muchas situaciones y, por otro lado, también al tener que lidiar con situaciones difíciles a nivel familiar, nada tan grave como las que relata el libro, pero que son cosas que mis compañeros de estudios no son ni conscientes ni de que existen.  

Son cuestiones muy difíciles de medir, pero no deja de ser importante ponerlo sobre la mesa. También la violencia de género era inobservada hace algunos años y hemos ido progresando. Creo que en las próximas décadas tenemos que preocuparnos de la salud mental en este sentido. 

En su discurso menciona también la barrera de información de la gente humilde, que hace que no aspiren a ciertos espacios que copan personas más adineradas.

Una persona me respondió en Twitter que era una tontería que el acceso a la información siga siendo una barrera en el mundo de internet. Claro que lo es. Si ese profesor no viene a mí en segundo, yo nunca habría ido a preguntarle por cosas que me parecían inalcanzables. 

Otro ejemplo. Cuando mencioné en mi entorno que iba a cursar estudios en la Universidad Pompeu Fabra varias personas me dijeron que era privada. Tuve que comprobarlo con mis profesores de instituto, que me confirmaron que era una universidad pública. En algunos entornos es muy fácil no darte cuenta de las oportunidades o desconfiar de que estas sean válidas para ti.

Al ver su interés por estas barreras psicológicas, o los estudios que ha realizado, por ejemplo sobre la transición democrática en Indonesia o las resistencias a las vacunas en Pakistán, sorprenden las temáticas. ¿Esto también es economía, no?

Sí, sin duda y es algo que os agradecería tremendamente a los medios de comunicación si nos ayudáis a difundirlo. Realmente la gente se cree que los economistas lo que miramos es si sube o baja la bolsa. Y no solo. La disciplina económica se ha acercado, al menos en mi campo, a muchas otras disciplinas, como la política, la psicología y la antropología. 

Aunque a veces no gustamos porque parece que vamos invadiendo otras disciplinas, lo que se pretende hacer es captar ideas que otras disciplinas nos han dicho que son relevantes e intentamos entenderlas con nuestro prisma. Desde un punto de vista lo más riguroso posible, de modelización teórica y de datos empíricos.

Otra transformación de la economía que usted reivindica. 

En los últimos años la disciplina económica se ha vuelto más empírica y más micro, en el sentido de hablar con las personas, pensar en las empresas, en sus decisiones día a día. Creo que es una buena dirección. 

Hace cincuenta años, los economistas se planteaban la pregunta de cómo el desarrollo económico aumentaba o disminuía la desigualdad y hacían unas regresiones en las que cogían todos los países y miraban la desigualdad y el crecimiento a nivel de país. En un periodo te salía una cosa y en otro, otra distinta, por países ocurría lo mismo... Como disciplina, algunos hemos dicho que no vamos a conseguir resultados grandilocuentes, por ejemplo cuánto aumenta o disminuye el desarrollo la desigualdad, pero que vamos a analizar caso por caso, contexto a contexto, con buenos datos para obtener los mejores resultados posibles.

Algunos economistas nos hemos alejado de los tertulianos y gurús y queremos acercarnos más a ser los fontaneros de la economía. Hay un discurso de Esther Duflo que defiende esto mismo. Somos menos prácticos como tertulianos, pero espero que seamos más prácticos para la sociedad. 

Hemos puesto en evidencia que con la COVID se redujo la renta del 20% más rico en España en un 6%, mientras el 20% más pobre perdió el 27%. Cuando viene una tormenta, no afecta igual a todos

En un reciente estudio ha detenido la mirada en España, en cómo ha afectado la pandemia a la desigualdad. ¿Qué han detectado? 

Lo que ponemos en evidencia es que, a consecuencia de la COVID, ha habido una disminución del ingreso a todos los niveles, pero los más humildes han perdido más. La población del 20% más rico había perdido el 6% de renta y el 20% más pobre redujo el 27% de su renta. 

Luego se ve una recuperación y, lógicamente, ha habido políticas económicas que han mitigado en gran medida los efectos de la pandemia, pero no deja de ser una realidad que cuando viene una tormenta no afecta igual a todos. La misma lluvia es más dramática cuando tienes más carencias.

¿Qué medidas nos muestra la ciencia económica que pueden ser más efectivas para combatir la desigualdad en los próximos años? El Gobierno ha puesto en marcha el ingreso mínimo vital. 

Sin duda el ingreso mínimo vital ha sido una medida extremadamente importante, que creo que ha ayudado en gran medida a mitigar el sufrimiento de muchas personas. Ha habido problemas en la implementación, pero soy consciente de que el Ministerio de Inclusión está desarrollando toda una serie de políticas adicionales para intentar mejorarlo. Era algo que se había dejado en el tejado de las comunidades autónomas y creo que es tremendamente importante una apuesta desde el gobierno central. 

A más largo plazo, hay que ver la evolución de las nuevas tecnologías, la inteligencia artificial, la creciente concentración empresarial, pero creo que todo ello va a requerir que tomemos acciones todavía incluso más contundentes. Probablemente vayamos a necesitar una mayor intervención en la economía. 

En Estados Unidos, los paquetes de Biden ya han ido en esa dirección. Reforzar y poner un paquete de empleo destinado al cuidado de personas, por ejemplo. Creo que es una apuesta muy buena, porque va a haber muchas personas que con la inteligencia artificial y la robotización se les desplace, pero sigue habiendo una gran demanda del cuidado de niños y mayores que no queremos que sea transferido a un robot. Claro, esto requiere una inversión pública muy fuerte, pero también de una mayor intervención de la economía. 

Aquí apunta la necesidad de abordar otro debate: en qué sectores o ámbitos intervenimos desde el Estado.  

Es el otro punto clave. Si la economía se vuelve más intervencionista, el problema es en qué intervenimos. Si intervenimos en fomentar el sector donde mi primo tiene contactos, será la receta del desastre. 

Se tienen que poner las bases de unos organismos de evaluación de las políticas públicas rigurosos. España creo que todavía no está muy avanzada en este sentido. Y los que hacemos las evaluaciones quizás tengamos que ganarnos la confianza de la sociedad, porque existe muchas veces esa percepción de que la ciencia económica tiene muchos sesgos ideológicos. Esto es muy negativo, porque disminuye la confianza en las evaluaciones y es lo que se necesita para fortalecer el sector público. Ver si las políticas funcionan o no para poder mejorarlas. 

¿Cómo cree que se puede convencer a la sociedad en este contexto de polarización y de fake news? Algunos actores difunden continuamente proclamas falsas, y aunque los datos desmienten sus teorías, siguen expandiéndolas y sumando adeptos. 

Entre todos creo que debemos hacer pedagogía. Una cosa que creo que nos puede ayudar es la ciencia. Se trata de una serie de disciplinas a nivel internacional donde quien progresa más es quien está más reconocido por toda la comunidad científica. Cuando alguien evalúa una política pública en base a criterios científicos a nivel internacional, ese es el estandarte que no depende de nuestro contexto y nuestros deseos a nivel local, sino que va más allá. 

Aquí hay otra cosa también muy importante: que los políticos tienen que ser conscientes de que, cuando evalúas una cosa, a veces salen cosas que no esperabas. Puedes hacer una política con tu mejor intención, creyendo que vas a ayudar a mucha gente, y luego que no haya evidencia de que eso ayude. Cuando esto ocurre, no implica que el investigador tenga unos sesgos u otros.

Y esto no siempre sucede. 

No. Esther Duflo y Abhijit Banerjee hicieron una evaluación muy importante sobre los microcréditos para el desarrollo, que en ese momento toda la industria decía que aquello era milagroso. Lo evaluaron y vieron que tenía un efecto pequeño, positivo, pero tampoco era para tirar cohetes. A toda la industria y las ONG dedicadas a esto les cayó fatal. Pero es lo que hay y creo que el contribuyente y el ciudadano deberían pedir eso: dime si esto funciona o no. 

Creo que la sociedad española no está ahí. Por ejemplo, hay mucho escepticismo con la ciencia económica por parte las fuerzas de izquierda, que creo que deberían ser las primeras interesadas en fundamentar un papel más activo de la economía que funcione bien. Para eso son muy importantes las evaluaciones y aceptar los resultados. Nos gusten o no.