Desde los tiempos en que Aznar repetía de forma mecánica “España va bien”, hay un razonable escepticismo en la opinión pública cuando un presidente del Gobierno presume en los términos más exagerados sobre el estado excelente de la situación económica. Dado que España es uno de esos países europeos que más cae en las crisis y que más rápido se recupera después, conviene mirar antes al calendario y hacerse algunas preguntas. ¿En qué fecha estamos? ¿Cuánto durará la fiesta?
En el balance final de 2023, hay poco espacio para las noticias negativas. Medio millón de empleos creados. El dato de paro en diciembre más bajo en dieciséis años. La temporalidad de los contratos reducida a mínimos históricos, la mitad que en noviembre de 2021. 20,8 millones de personas trabajando afiliadas a la Seguridad Social, otro récord. Un crecimiento anual del PIB del 2,5%, a pesar de las subidas de tipos de interés causadas por la inflación. “En los cuatro últimos trimestres, cuatro de cada diez empleos de la UE han sido creados en España”, dijo hace unos días el ministro de Economía, Carlos Cuerpo.
¿Todo ello porque se necesitan más camareros para atender a tanto turista? La razón también está en las actividades económicas de alto valor añadido. Pero no pasa nada por hablar de turismo: 85 millones de visitantes. Sobre el tema no menor de que importa más el dinero que gastan que el número de ellos: el gasto total de esos turistas fue un 18% superior a 2019, el año anterior a la pandemia.
Nada de esto sería posible sin el aumento del consumo. Y esto último tampoco sería posible si no hubiera mejorado la situación financiera de las familias. Su nivel de endeudamiento cayó al nivel más bajo desde 2002, según el Banco de España, muy por debajo de la media de la eurozona. La Bolsa española cerró 2023 con su mejor año desde 2009. La prima de riesgo está por debajo de cien puntos (para entendernos, superó los 500 en 2012). Ya sin la ayuda permanente del BCE. La balanza de pagos tiene superávit.
Fue en julio de 2022 cuando Alberto Núñez Feijóo preveía que España se dirigía a “una profundísima crisis económica”. Vale que la economía nunca ha sido lo suyo, pero no fue el único que tuvo que comerse sus pronósticos, en los que entonces basaba sus esperanzas políticas. Tampoco fue una voz solitaria entre las estimaciones que acabaron en el contenedor azul de reciclaje. Pocos organismos aciertan en sus previsiones a medio y largo plazo en épocas de incertidumbre. Hay algunas como la Airef, que fallaron a muy corto plazo, a tres meses vista.
La diferencia entre avisos terroríficos y la realidad se hizo más acusada con los aumentos del salario mínimo. Iban a provocar un descenso de la contratación, en especial entre los jóvenes, y un aumento del paro. Otro cálculo errado basado en la ideología.
Con la reforma laboral, una decisión que sólo iba a aumentar los despidos, según algunos, lo que ocurrió fue que originó un fuerte descenso de la temporalidad y el primer contrato fijo (discontinuo) para muchos jóvenes. Ahí el PP no tuvo más salida que culpar a las cifras y dijo que los datos estaban “dopados”. Son las mismas cifras, facilitadas por las CCAA, de las que los presidentes del PP en varias regiones presumen muy orgullosos, casi a tanta velocidad como el Gobierno central.
Toda esta realidad es la que permiten entender mejor la respuesta a la pregunta “¿cómo calificaría usted su situación económica personal en la actualidad?” que aparece con frecuencia en las encuestas del CIS. En la última de enero, un 66% dijo que era buena o muy buena, un porcentaje similar al de entregas anteriores. Cuando les preguntan por la situación económica de España, un 58,2% afirmó que es mala o muy mala. Está claro que conocen mejor sus circunstancias personales que la economía nacional, lo que tampoco es tan extraño.
Esa acusada diferencia se ha dado también en los últimos años en las encuestas realizadas en Estados Unidos, y no tanto en las de Francia o Alemania. Parece que el aumento de la polarización, junto a la cobertura mediática que recibe, hace que los ciudadanos vuelquen su frustración política en su visión de la economía del país con independencia de cómo les vaya personalmente.
Un Gobierno lo tiene difícil para beneficiarse de la situación económica si no se habla de economía. Pero eso no quiere decir que la gente no se interese por su situación personal. Un elemento de malestar en el último año fue el aumento de la inflación, que siempre tiende a dominar la conversación de las personas y termina por minar la confianza en los gobiernos, por mucho que sus instrumentos para reducir los precios sean bastante escasos y no siempre útiles.
Las empresas pueden quejarse poco. Desde luego en 2023 se vieron titulares como este: “Clamor empresarial contra Sánchez: 'El hostigamiento en esta legislatura ha sido inadmisible'”. Hasta mediados del año pasado, las grandes empresas dispararon sus beneficios hasta máximos históricos. Por algo Cepyme criticó la puesta en marcha del observatorio de márgenes empresariales, Decía que “estigmatiza la consecución de beneficio empresarial”. Hay ciertas cosas que es mejor mantener en secreto. Algunos no quieren que se sepa lo que ganan para así poder quejarse de ese “hostigamiento” que resulta que se traduce en más beneficios.
De los bancos, ya ni hablamos. 26.000 millones de euros de beneficios, la mayor cifra de su historia. En buena parte, gracias al aumento de los tipos y a la inestimable colaboración del Banco de España (de esto se habla mucho menos). Y porque han pagado por los depósitos mucho menos que sus colegas europeos.
A pesar de lo que se dijo durante y después de la campaña de julio, parece correcto sostener que sin todos esos resultados económicos de 2022 y 2023 los partidos del Gobierno habrían perdido las elecciones. Y no es que el resto de los asuntos fuera irrelevante.
El debate político en España desde 2017 ha estado dominado por el conflicto catalán. Eso no va a cambiar en los próximos meses. Lo han hecho posible los votantes al elegir un reparto de escaños en el Congreso en el que los apoyos de dos partidos independentistas son vitales para la supervivencia del actual Gobierno. Pero también por el hecho de que el PP vuelca toda su apuesta en Catalunya, porque sabe que la economía no le va a dar de comer.
Contra lo que piensa mucha gente en redes sociales, la gente no vota sólo con el bolsillo. Existe toda una serie de factores identitarios que condicionan su decisión. Tus ideas políticas no dependen exclusivamente del tamaño de tu cuenta corriente. Un asunto como el de Catalunya puede condicionar tu decisión en las urnas. Un partido debe saber dónde marcar las prioridades. Algunas no le beneficiarán mucho.
Si el Gobierno sobrevive al debate sobre la amnistía, e importa obviamente cómo lo haga, tendrá la oportunidad de hablar y actuar sobre la economía. Ahí la lista de asuntos pendientes siempre es interminable.
Cuando sólo puedes debatir sobre lo que interesa a tu adversario, no te quejes luego si no te salen las cuentas.