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La montaña de deuda triplica el PIB global y emite señales preocupantes

Vista exterior de la sede del Fondo Monetario Internacional (FMI).

Ignacio J. Domingo

29 de marzo de 2024 21:21 h

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El mundo vive a crédito, en dificultades extremas de pago y con oscuros presagios para solventar sus deudas. En 2023, los niveles de endeudamiento mundial alcanzaron la factura récord de 313 billones de dólares, según el Instituto Internacional de Finanzas (IIF), la entidad certificadora de los servicios de pagos de estados, hogares y corporaciones. El triple de los 104,4 billones en los que el FMI ha valorado el PIB mundial, en dólares, a precios constantes, el pasado ejercicio.

El diagnóstico del IIF deja varias señales de alarma. Por ejemplo, que el último trimestre de 2023, lejos reducir el tonelaje de deuda global, añadió 15 billones más; una cantidad similar a la suma de los tamaños de las economías de Alemania, Japón, India y Reino Unido. La montaña de endeudamiento ha elevado considerablemente su cota, porque hace un decenio, tras la crisis del euro, su altitud era de 210 billones de dólares.

No son los únicos signos de preocupación. “El 55% de este repunte se ha originado en mercados maduros, principalmente EEUU, Francia y Alemania”, desvela su Global Debt Monitor. A pesar de que la ratio de deuda respecto al PIB global descendiera 2 puntos por el sorprendente vigor adicional que mostró la actividad el pasado ejercicio (se situara en el 330%), corrección que se concentró en las potencias industrializadas y que aumentó en mercados emergentes como India, Argentina, China, Rusia, Malasia o Sudáfrica, especialmente.

Las cordilleras de deuda

El IIF también deja predicciones: “La Reserva Federal y otros bancos centrales han elevado las sospechas en las últimas fechas sobre la trayectoria que tomarán sus movimientos de tipos de interés”, lo que ha propiciado indecisión inversora y subidas en las escalas de riesgos de los mercados de bonos, volatilidad bursátil y suspicacias negativas sobre la capacidad de acceso al crédito en condiciones adecuadas en las plazas internacionales.

Aunque su informe ensalza la “resiliencia” de las economías a las oscilaciones de activos y a los costes de financiación -incluso haciendo rebotar el sentimiento inversor, señala- resalta que el apetito prestamista ha elevado el volumen de bonos soberanos y corporativos, una tendencia que se acentuará en 2024. Solo en enero, “hemos visto emisiones en Arabia Saudí, en México, Hungría o Rumanía” por un montante conjunto de 47.000 millones de dólares lo que, lógicamente, repercutirá en nuevos acopios de deuda. Aunque se hayan registrado ajustes, muy en concreto, en varios socios europeos y firmas no financieras de algunos mercados maduros que han relegado sus cotas de deuda a sus niveles anteriores a la Gran Pandemia.

Sin mencionar países, España, según datos de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIReF) publicados en su Observatorio de Deuda, cumple a medias con esta premisa.

La trayectoria de la deuda hispana se situó al término de 2023 en el 107,7% del PIB, tras recortar 3,9 puntos interanuales. Tras escalar al récord del 125,3% en 2021, por los estímulos fiscales a hogares y empresas y a la escalada de los gastos sanitarios por la pandemia, hoy continúa a 9,5 del registro previo a la Covid-19, cuando la relación deuda PIB era de dos dígitos; en concreto, del 98,2%.

El FMI coloca a España como la decimosexta economía del mundo con más pagos acumulados. El Global Debt Database del Fondo Monetario calcula una porción menor, del 104,7% del PIB al término de 2023 porque en su metodología valora los sistemas productivos en PPP (Capacidad de Poder de Compra) que evalúa elementos correctores respecto a sus parámetros de precios corrientes de mercado -ambos, en dólares- como los efectos inflacionistas o del tipo de cambio. En la misma longitud de onda que el endeudamiento de Portugal (104%) y Canadá (103,3%) que configuran el primer tridente de países con tasas de deuda de tres dígitos.

La lista negra de la deuda la encabeza Japón (251,9%) al que acompañan en este ingrato pódium Sudán (238,8%) y Singapur (168,3%). Con Grecia (160,2%); Italia (143,2%) y EEUU (126,9%) a la zaga y con Francia, decimoprimero, con un 110%, Bélgica, decimocuarta (106,8%) y Reino Unido, (105,9%), que antecede a España, como otros socios relevantes de su entorno económico.

Las cumbres borrascosas para pagar

El excelso grado de endeudamiento global ha hecho sonar las alarmas de analistas privados y de sus homólogos en los organismos multilaterales. La OCDE, el club de las 38 naciones con estatus de libre mercado, advierte de un peligro inminente: el 40% de la deuda soberana y el 37% de la corporativa colocada en bonos pasarán a engrosar el stock de deuda en tres años. Es decir, cuatro de cada diez dólares de pagos pendientes han sido colocados a cambio de refinanciación a tasas de rentabilidad excesivas por el encarecimiento del dinero y su plazo de caducidad está ya a la vista, en 2026.

De hecho, esta institución con sede en París calcula que sus asociados elevarán sus deudas en 2 billones de dólares, hasta los 56 billones, a finales del ejercicio, y recuerda que las condiciones crediticias que movilizaron estas emisiones -entre 2008 y 2022, según fueran a cortos, medios o a largos periodos de amortización-, eran más benévolas. Pero que ahora, pese a que se esperan rebajas de tipos en las potencias de rentas altas, los inversores no acaban de despejar las dudas, supeditadas a unos índices de precios que no acaban de entrar en estado de congelación.

“El horizonte de alta inflación y políticas monetarias restrictivas ha transformado los negocios de bonos como nunca antes en décadas”, reconoce el secretario general de la OCDE, Mathias Cormann, por lo que los supervisores oficiales y privados “necesitarán vigilar estrechamente la sostenibilidad de las deudas, especialmente, las corporativas, y su grado de exposición al sector financiero”. Cormann enfatiza que, al inicio de 2024, el 53% de los grados de inversión en deuda colocada por empresas tenía rating BBB, el más bajo de los peldaños de alta calidad que otorgan las agencias de calificación y “ya conocemos las dificultades de los mercados al absorber deuda sin sello inversor ni garantías de rentabilidad”.

En paralelo, los países de rentas bajas y medias están sometidos a las inclemencias geopolíticas, que han acabado con dos decenios de profundas reestructuraciones, dirigidas especialmente a los llamados países HIPC -acrónimo de pobres altamente endeudados- bajo supervisión del FMI. Sin embargo, en la actualidad, las disputas en el orden mundial han abierto una fragmentación entre acreedores y deudores. China rechaza jugar con las reglas negociadoras occidentales -los llamados clubs de Londres, de índole privada, y de París, pública- y la desconfianza inversora ha colapsado estos instrumentos.

De los 21 países que, en los últimos tres años, se han declarado en quiebra, solo Zambia ha sido capaz de acordar un nuevo calendario con condiciones restauradas de pago; incluso con Pekín.

Aunque ni China ni India, los dos mayores acreedores de Sri Lanka, lograron armisticio alguno, acudieron a esta suerte de solución de conveniencia, pero se perdieron en negociaciones de ida y vuelta que no cristalizaron. Líbano, Mozambique y Venezuela han estado más de tres años en declaración de default sin que ninguno de ellos emprendiera discusiones de reestructuración.

Una capacidad de endeudamiento sin techos

También la losa de la deuda privada exige una meticulosa atención. S&P detecta peligros de defaults corporativos porque sus tasas son las más elevadas desde el colapso crediticio de 2008 y después de que, en todo 2023, se declararan en quiebra 29 compañías, un censo de defunción concursal desconocido desde que, en 2009, se declararan en suspensión de pagos 36 empresas. Sus expertos dicen que el actual fervor bursátil sin bases económicas sólidas -con aterrizajes de distinta intensidad entre las grandes potencias- y dudas sobre salarios, inflación y tipos elevarán sus exposiciones al riesgo en 2024.

“No sabemos exactamente lo que va a hacer la Fed, pero si decide encarecer el dinero alguna vez más, aunque emprenda de inmediato ajustes a la baja, las quiebras empresariales crecerán”, advierte Torsten Slok, economista jefe de Apollo. En línea con sus colegas de S&P, que constatan un repunte del 80% de impagos -sin declaración de quiebra- en 2023, hasta totalizar 153 casos frente a los 85 del año precedente. Estos analistas resaltan el salto del 18,3% en las incidencias del sector privado de EEUU que, según la Reserva Federal, acumulan una deuda de 13,7 billones de dólares.

Atif Mian, asesor del FMI y profesor en Princeton, apuesta por “romper el ciclo de deuda” y por acabar con los “depredadores y presas” que habitan en “la jungla del endeudamiento”. Sería el gran desafío financiero del Siglo XXI, porque, en caso contrario, sus “desequilibrios persistirán y crearán riesgos económicos y sociales”.

Iolanda Fresnillo, de la Red Europea para la Deuda y el Desarrollo (Eurodad), dirige sus peticiones de reconversión al Sur Global: “La situación de los países en desarrollo no es la de una amenaza a largo plazo, sino la de una emergencia urgente y real, porque las losas de sus pagos impiden a sus economías crecer los suficiente como para atender servicios sociales esenciales o combatir el cambio climático”. Al tiempo que critica que las reestructuraciones se acometen “demasiado tímidamente, demasiado tarde y con todas las obligaciones en bloque.

A su juicio se requieren cambios de calado tanto en la arquitectura financiera internacional como en las mesas de negociación de las deudas. Un cometido que “debe realizarse desde el G-20 pese a su parálisis geopolítica” y preferentemente a lo largo de este ejercicio, con vistas a su aprobación durante la Conferencia de Financiación al Desarrollo (FfD4) de 2025 en España. Este encuentro conmemorará el 50 aniversario del G-7 y el 80 de Bretton Woods, la cumbre económica de la post Guerra Mundial que engendró el sistema multilateral con el FMI y el Banco Mundial como sus instituciones estelares.

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