Ayer tarde conocimos el fallecimiento de Salce Elvira, militante de las primeras comisiones obreras durante la dictadura franquista, dirigente de la Confederación Sindical en la etapa de consolidación de la democracia en España y comprometida con el sindicato hasta su último suspiro.
Querida Salce, nunca he podido decirte —porque los hombres de mi generación tenían vetado expresar sus sentimientos— lo mucho que te he admirado y respetado como persona y como sindicalista. Digo como persona en primer lugar porque si no hubieras reunido los valores personales que yo he visto en ti, creo que no hubieras sido la gran sindicalista que fuiste.
Esa identificación con las personas trabajadoras como tú y, por extensión, con las personas más desfavorecidas de la sociedad; esa rebeldía visceral contra la injusticia; esa profunda convicción de que sólo se pueden cambiar las cosas desde el compromiso y la acción colectiva; y esa gran humanidad que siempre te colocaba al lado de los más débiles pero que también te permitía entender la posición de las contrapartes ya fuese en el debate sindical o en la negociación con empresarios y Gobiernos, explican que las personas que te han conocido, estuviesen en el lado en el que estuviesen, te aprecien, como yo, como persona y como sindicalista.
Empezaste a trabajar muy joven en una España que las nuevas generaciones no son capaces de imaginar, te rebelaste contra una sociedad injusta como trabajadora consciente de su realidad, llegaste a los primeros núcleos de las comisiones obreras a través de las organizaciones cristianas que junto a personas sin adscripción y particularmente al PCE contribuyeron a crear un movimiento sindical “de nuevo tipo”, que acabó siendo uno de los principales actores de la lucha contra la dictadura y por la recuperación de las libertades democráticas.
Asumiste importantes responsabilidades cuando a las CCOO les tocó combinar la defensa de los intereses de las personas trabajadoras y la consolidación democrática. Las nuevas generaciones igual que no se imaginan cómo era España bajo el régimen franquista, no saben, o tienen una idea imprecisa, que en 1981 hubo un intento de golpe de Estado y que en 1988 CCOO y UGT tuvimos que convocar una Huelga General, que paralizó el país para que la democracia estuviese asociada a más y no menos derechos laborales y sociales.
Querida Salce, has contribuido mucho a lo que son hoy las CCOO, pero creo que no exagero si digo que a través de la acción del sindicato, del cual fuiste una de sus grandes dirigentes, has contribuido a que los trabajadores y trabajadoras ganasen derechos y España sea hoy un país mucho mejor que en el que nacimos y crecimos.
A lo largo de la trayectoria de las CCOO no han sido pocas las polémicas en las que nos hemos visto inmersos, como, por otra parte, sucede en las mejores familias. Y tú, tan fiel como siempre a tus convicciones, has sido irreductible. Hemos pasado por distanciamientos y reencuentros. Yo me quedo con estos. Porque los reencuentros en una organización tan amplía y plural como son las CCOO expresan lo que está por encima de cualquier discrepancia, que no es otra cosa que la convicción de que luchando por los intereses de las personas trabajadoras, luchamos por una sociedad más justa y solidaria.
Si pudieses leer estas letras sé que te sonrojarías, te quitarías importancia y que dirías que como tú ha habido muchas otras personas. Tendrías razón Salce, la Historia, en la tradición del pensamiento con la que nosotros nos identificamos, la hacen los pueblos, pero los pueblos no dejan de ser comunidades de personas unidas en torno a un proyecto colectivo y esas personas tienen nombres y apellidos, y son muchas, es verdad, pero tú Salce también y de manera destacada. Te echaremos de menos. Hasta siempre, Salce.