“Un hombre que tiene el mismo puesto y que hace las mismas tareas que yo, cobra más. Esta es una realidad que la propia empresa reconoce y ha confirmado con información confidencial entregada al comité de empresa. Se hace a través de complementos salariales: el plus de disponibilidad y lo que llaman 'la actividad extra del mes'”. Lo dice María, de 43 años, que vive cerca de Madrid y trabaja como camarera. Su testimonio forma parte del último informe de Oxfam Intermon, 'Mujeres y pobreza laboral en Europa', en el que desgrana los datos y causas que hacen que la precariedad y la exclusión social laboral se cebe en las mujeres.
El estudio constata que las mujeres forman parte de la fuerza laboral en mayor número que nunca, pero que, una vez allí, sus oportunidades aún son menores que las de los hombres: segregación ocupacional, aumento de casos de acoso y violencia, o más probabilidades de encontrar empleos sin contrato, inseguros y con bajos salarios son algunas de las desventajas que describe Oxfam.
Algunos datos. En Europa, del 10% de la población con mayores ingresos solo el 20% son mujeres. Las trabajadoras jóvenes son el grupo de población más proclive a sufrir pobreza. Más de 80% de las familias monoparentales está encabezadas por mujeres y son las unidades familiares más expuestas a la exclusión. Tres de cada cuatro personas con un contrato parcial involuntario son mujeres. Las mujeres siguen siendo quienes cargan con la mayor cantidad de horas dedicadas a los trabajos de cuidados no remunerados.
“Las concepciones tradicionales acerca de los roles y habilidades de las mujeres en el mercado de trabajo continúan influyendo en la llamada segregación ocupacional, concentrando a mujeres y hombres en determinados sectores y tipos de trabajo socialmente considerados como 'masculinos' o 'femeninos' y que afecta a los tipos de trabajo que las mujeres esperar encontrar. Los sectores en los que las mujeres superan en número a los hombres, como la asistencia social, el cuidado infantil, la restauración, servicios de limpieza o la atención al cliente, son reflejo de estas normas y suelen estar peor pagados que aquellos dominados por hombres”, dice el estudio.
Otra de las historias personales que contiene el informe es la de Ana. “Tienes que trabajar tanto como puedas porque necesitas el dinero para tu familia. Esa presión constante es horrible. Nunca termina... a veces es una carga tan pesada. Cuando eres pobre, pierdes amigos. Toda actividad social es un coste extra”, cuenta esta trabajadora, que con 53 años cobra un salario de entre 700 y 750 euros mensuales juntando el dinero que recibe en las casas donde limpia y cocina. Solo el 60% de su jornada está cubierta por un contrato formal por el que cotiza a la Seguridad Social. No sabe con certeza cuántas horas trabajará cada semana y ya no espera tener un trabajo diferente. A él llegó después de doce años como asistente de contabilidad para una empresa que perdió tras su baja por maternidad. Su marido está en paro.
Un perfil diferente es el de Cristina, que con 24 años batalla para salir de la espiral del empleo precario. Con un doble grado en trabajo y educación social, y un Máster en género e igualdad, Cristina trabajó durante tres años como camarera en un bar. “Mi paga eran dos euros por hora trabajando diez horas al día. No tenía contrato ni cotizaba a la Seguridad Social. Hace unos meses decidí valorarme a mí misma y no aceptar cualquier trabajo. Ahora busco y me presento a puestos relacionados con mis estudios. Es difícil decir 'no' cuando sale algún trabajo de camarera, pero que sé que si lo cojo, seré camarera toda mi vida y lo que realmente quiero es ser trabajadora y educadora social”.
El estudio de Oxfam confirma la intuición de Cristina: coger un trabajo con bajo salario, en lugar de seguir desempleada, no mejora las posibilidades de una mujer de conseguir un buen trabajo. Menciona por ejemplo los resultados de algunos estudios que muestran el poco interés de las empresas por promocionar o ayudar a progresar a personas que están en puestos de baja cualificación, por comprender el trabajo de cuidados que desempeñan muchas trabajadoras y su interés principal por encontrar mano de obra barata para cubrir sus vacantes.
Los bajos salarios, más que una entrada al mercado laboral, se han convertido en un riesgo en el que quedarse atrapada, “entrando en un círculo vicioso de bajos salarios y periodos de desempleo” que tiende a generar carreras laborales interrumpidas y truncadas y con pocas posibilidades de prosperara más allá.
Impacto emocional
Más allá de las consecuencias sociales y económicas de esta segregación y discriminación laboral que sufren las mujeres, Oxfam indaga en el impacto emocional. “No tener suficiente dinero para pagar el alquiler o las deudas, junto con el agotamiento de trabajar largas jornadas (de forma remunerada y no remunerada, dentro y fuera de casa), no gozar de tiempo para una misma, sintiendo que el trabajo y el esfuerzo personal no se reconocen, ni económicamente ni de ninguna forma... Todo ello sin impactos de la pobreza laboral y la precariedad que dejan huella, que provocan lesiones invisibles y de larga duración”, explican.
“A veces siento que estoy yendo a ninguna parte”, dice Rosa, empleada del hogar en Madrid de 56 años. Las encuestas de calidad de vida muestran que las personas que viven en precariedad laboral están, de media, menos satisfechas con su vida y sufren ansiedad en niveles más altos que la población general. El estrés, la ansiedad y la angustia son las sensaciones más compartidas por las mujeres entrevistadas por Oxfam.
“Las energías que se exigen a las mujeres por las personas, la familia, y la sociedad en general es mucho mayor que la que se exige a los hombres. Las expectativas sociales y culturales, la exigencia de hacer muchas cosas a la vez en las esferas pública y privada, dentro y fuera de casa, hace a las mujeres más propensas a sentirse emocionalmente agotadas”, señalan.
El informe de Oxfam incluye algunas propuestas para cambiar las situaciones descritas. Planes para acabar con la brecha salarial que incluyan sanciones y compensaciones para las víctimas, promover servicios de cuidado asequibles y con condiciones dignas para las personas cuidadoras, garantizar permisos de paternidad y maternidad iguales, obligatorios e intransferibles, racionalizar horarios o fortalecer la negociación colectiva.