La secretaria de Comercio estadounidense, Gina Raimondo, lo recita como si fuera un mantra: “nuestra producción nacional de chips ha pasado en las últimas dos décadas de significar el 40% de toda la demanda global al 12%”. Ahora -dice en su cuenta de X, la antigua Twitter, “estamos cambiando el curso de la historia”, en alusión a la Chips and Science Act, vigente desde julio de 2022, y su dotación de 280.000 millones de dólares para impulsar fábricas de semiconductores. En sintonía con la Inflation Reduction Act (IRA), alumbrada solo un mes después y dirigida a crear 1,5 millones de nuevos puestos de trabajo en la industria de las energías renovables en 2030, debería “devolver el esplendor perdido” en este sector a la primera potencia global.
La trascendencia de esta norma protectora de los chips se aprecia, además, en los 53.000 millones que se destinan a facilitar inversiones con las que atraer la producción de firmas en el exterior. Además, se complementa con los férreos controles a la exportación de materiales y know-how tecnológico made in US a China. Este doble viraje de las reglas de juego supone, de facto, el recrudecimiento del conflicto comercial entre la Administración Biden y el régimen de Xi Jinping.
Sin embargo, con el líder demócrata, esta tensión ha pasado a tener un cariz más geoestratégico. Ya no es una lucha subrepticia, sino una batalla abierta por el dominio tecnológico, los chips y la Inteligencia Artificial (IA), un tridente al que Biden y Xi han colgado el cartel de prioritario.
La Gran Pandemia solo fue un paréntesis en el abastecimiento de semiconductores, esenciales para consolidar la Revolución Industrial 4.0 que conecta negocios digitales y sostenibles. Estos componentes son el engranaje necesario para que industrias como la automotriz, la energética, la del transporte y, por supuesto, áreas tecnológicas que van desde la informática a la audiovisual o los videojuegos carburen en un estado de ebullición como el actual.
Yuchen Huo, analista de Bloomberg NEF, calcula que los minerales metálicos que se precisan para construir circuitos integrados movilizarán 10 billones de dólares en un futuro inmediato, un valor similar a la suma de las economías alemana y japonesa. “La demanda que ya se ha disparado ante la pujanza de la IA y con una oferta en restricción por la falta de chips”. Y será solo el principio, porque la transición energética hará que este pastel “se triplique en 2050”.
El pulso entre EEUU y China por ‘El Dorado’ del Siglo XXI
En juego está el liderazgo tecnológico global, la palanca que cambia el orden mundial con mayor intensidad. Puede que, a los ojos del número dos de Intel, Bruce Andrews, no sea “una medida anti-China” sino “una iniciativa para reconstruir la industria americana de manufacturas que dirigen la demanda global”, pero la afrenta geoestratégica entre ambas superpotencias es nítida.
Entre otras razones, porque el entusiasmo por la Chips and Science Act se ha traducido en más de 70 proyectos desde que recibió su luz verde con compromisos de casi 200.000 millones de dólares, según señala la Asociación de la Industria de Semiconductores. Este lobby insiste en el calado que ha logrado en el llamado Cinturón del Óxido -Michigan, Ohio, Pennsylvania, Virginia Occidental y Wisconsin- que tan duramente fue golpeado por la crisis crediticia de 2008 por las múltiples sucesiones de cierre de sus fábricas.
Esta fiebre nacionalista se ha propagado por Europa, Japón, Canadá y otras naciones de cultura anglosajona, así como mercados emergentes como India o países con amplias fuentes de materias primas como Chile o Argentina, además de China. Incluso con alianzas de por medio, como la atlántica, lanzada para crear colectivamente la mitad de los procesadores del mundo. “Todos los países quieren su industria nacional de chips”, reconoce la comisaria europea Margrethe Vestager, que se desmarca del apelativo de proteccionista: son normas -enfatiza sobre los fondos de Bruselas y Washington- que solo buscan garantizar la autosuficiencia productiva y elevar el peso industrial en el ecosistema de los semiconductores.
La estrategia de EEUU incluye, no obstante, a socios como Vietnam, Filipinas o Indonesia en Asia, que conforman la Alianza Indo-Pacífico lanzada por Biden junto a Japón e India, y que albergan fábricas de chips estadounidenses. En el continente américano, Costa Rica y Panamá son sus dos de sus históricos socios regionales.
Tanto Europa como EEUU siguen la doble táctica de hallar mercados promotores del de-risking (minimización de riesgos) por peligro de decoupling de la globalización y propensos al friendshoring o elección de deslocalizaciones en zonas amigas, dos conceptos que se han incorporado, curiosamente, a las renovadas estrategias diplomáticas de las dos orillas de la pasarela transatlántica.
Mientras, las grandes multinacionales de chips empiezan a escalar posiciones bursátiles. Nvidia, con sede en California, se acaba de convertir en el cuarto emporio por capitalización, al superar a Amazon y Alphabet, matriz de Google, con un valor de 1,83 billones de dólares, cifra superior al PIB español. Solo por detrás de Microsoft y de Apple -que cotizan en torno a los 3 billones- y de la petrolera saudí Aramco. También su rival holandesa ASML vuela en bolsa con una subida de sus acciones del 420% en cinco años en medio de presiones de EEUU para que deje de aportar chips al gigante asiático, al igual que la gran fábrica taiwanesa, TSMC, que cierra el top-ten de las mayores firmas bursátiles.
“China está tratando de crear su propio mercado tecnológico y de chips y no es el único que lo intenta!”, advierte Chris Miller, profesor de Historia Internacional de la Tufts University, y eso es algo que el G-7 “debería analizar en conjunto si quiere asegurarse un futuro de autosuficiencia deseable y posible”. Porque “igual que las reservas de petróleo han definido el poder económico y geopolítico del último medio siglo, los semiconductores dictaminarán el orden global en los próximos 50 años”.
‘Tierras raras’, el maná que conecta los circuitos integrados
Sam Altman, fundador y CEO de OpenIA y creador de ChatGPT, reclama inversiones que superan cuatro veces el tamaño de la economía hispana para financiar la escasez actual de chips. Entre 5 y 7 billones de dólares, declaraba a The Wall Street Journal antes de admitir que negocia con el fondo soberano de Emiratos Árabes Unidos, SoftBank o TSMC. Una llamada que también parte de Meta y su demanda de circuitos integrados destinados a su lenguaje LLaMA.
Altman dejó otro claro aviso a navegantes: la guerra comercial entre EEUU y China amenaza la construcción de cientos de fábricas de procesadores en el mundo. El gurú de la IA considera imprescindible que se retorne la cooperación mundial para sufragar este “alarmante” déficit. Pero su proclama contrasta con la apuesta por constituir clubs de minerales críticos; en especial, los metálicos, neurálgicos en esta revolución tecnológica. Es la consigna de la Casa Blanca a Europa. El control de las tierras raras evitará vulnerabilidades geoestratégicas futuras -resalta la Administración Biden-, que señala a China como foco de las disrupciones que han colapsado las cadenas de valor y la globalización desde antes incluso de la Gran Pandemia.
La decisión americana de realinear sus industrias digitales y sostenibles gira en torno a una idea motriz: “La globalización 1.0 encontró en los menores costes laborales de ultramar sus amplios márgenes de beneficios y su elevado valor productivo” asegura Kevin Book, director gerente de la consultora ClearView Enery Partners, “pero su versión 2.0 exige un repliegue manufacturero que asegure la estratosférica oferta de abastecimiento de la era digital y de las energías limpias y que requerirá, hasta 2050, millones de toneladas de minerales. Desde el litio para baterías que impulsan los vehículos eléctricos -y que China, la gran dominadora de las tierras raras, ya que es la abastecedora global del 77% de estos materiales- hasta el cobalto que se usa en los motores aeronáuticos que deben sustituir a la combustión de queroseno”.
Washington ha sellado alianzas para reducir la hegemonía del gigante asiático como la Mineral Security Partnership (MSP) con socios anglosajones, europeos y asiáticos con objeto de dotarse de medios que garanticen el tránsito energético hacia las emisiones netas cero, aclara Cullen Hendrix, del Instituto Peterson, lo que “requiere de un intervencionismo y de unos beneficios fiscales” que ponen en un brete al recetario liberal del pasado reciente. Entre otras razones, porque China “ha empleado décadas en cimentar sus fábricas y en amoldar su diplomacia con instrumentos capaces de obstruir los conductos de chips hacia las economías occidentales”.
La carrera de la descarbonización ya dejó traslucir la enorme competitividad y el encarecimiento de los denominados minerales críticos -cobalto, litio, cobre, níquel, los englobados como tierras raras o el grafito, básico en las tecnologías verdes- y que “han emergido para transformar las cadenas de valor, el capital humano, la propiedad industrial e intelectual y los lazos económicos y geopolíticos a corto y largo plazo”, sostiene Joseph Majkut, director de Cambio Climático en el Center for Strategic and International Studies,
China lidera el abastecimiento de 16 minerales críticos, asume la Secretaría de Estado americana en un reciente informe, y en otros 25 de ellos, como el telurio, “somos muy dependientes de Pekín, que ”nos lleva una ventaja de 20 años y nos pasa una factura importadora superior a los 90.000 millones de dólares“ en 2022. EEUU carece de toda capacidad productiva sobre 17 metales de las tierras raras, solo puede acceder al 50% de otros 30 de ellos y el déficit de suministro de otros 29 ”puede conducirnos a amenazas económicas o contra la seguridad nacional“.
“No puedes construir fábricas de chips de la noche a la mañana ni asegurar las cadenas de valor en seis meses”, admite Majkut. La carrera de los chips, que también ha espoleado la producción armamentística, “está bajo dominio de China”. Entretanto, EEUU, “al menos por ahora, sigue sin respuesta a su dilema sobre los minerales raros” sobre el que el mandato de Trump pasó de puntillas.