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“Mis amigos me dicen que serán los primeros en tener una amiga pastora”
No hay vacaciones, ni siquiera fines de semana, pero ser pastor se ha convertido en una opción de vida para los hombres y mujeres que asisten a los cursos de la Escuela de Pastores de Andalucía, una iniciativa que pretende mantener viva una tradición que busca su futuro.
“Mis amigos me dicen que estoy loca y también que serán los primeros en tener una amiga pastora”, dice Andrea Vizcaíno, una joven de 26 años procedente de Valencia que, tras terminar sus estudios de Graduado Social, se ha apuntado a esta escuela con la idea de crear una cooperativa y poder ganarse la vida en el campo.
Ella es una de los 22 alumnos que han iniciado hoy en el Parque Natural de Grazalema, en Cádiz, un curso en el que, a lo largo de 528 horas, asistirá a clases teóricas y prácticas de la mano de técnicos y de pastores y ganaderos de la zona para conocer un sinfín de secretos sobre cómo cuidar y mejorar la rentabilidad de una explotación ganadera.
En estas clases aprenderá desde cómo reconocer dentro de un rebaño qué oveja es la madre de una cría, a cómo suenan los cencerros cuando una cabra va a parir o cuando se ha metido en algún lío, hasta cómo y cuándo esquilar o cómo hacer quesos.
Se trata de la tercera edición de una escuela que la Consejería de Agricultura, Pesca y Medio Ambiente puso en marcha para tratar de revalorizar la figura del pastor, actividad a la que, según los datos de la Junta de Andalucía, se dedican más de 20.000 andaluces y unos 90.000 españoles y que está necesitada de tutelar el relevo generacional.
Este año, más de 80 personas aspiraron a seguir el curso, que celebra su tercera edición, pero sólo 22 fueron seleccionadas para participar en esta iniciativa que, además de asegurar el relevo generacional, tiene el objetivo de mantener una profesión muy beneficiosa para la conservación de los espacios naturales y que, entre otras cosas, ayuda a conservar en buen estado los cortafuegos.
Al curso asisten alumnos muy dispares, desde Paquita Ruiz Escuredo, de 31 años, natural de Almoradi (Alicante) y doctora en Agroecología, a Marco Antonio Montero, gaditano de 35 años que de niño ayudó a su padre a cuidar el ganado, actividad a la que quiere volver tras haber estado ocho años trabajando en la construcción.
“La construcción es un trabajo más cómodo, descansaba los fines de semana”, cuenta mientras explica que lo más duro de ser pastor es que es una ocupación de “365 días al año, sin descanso” y lo mejor es “estar solo, quitarse de la rutina del pueblo y de la ciudad” y tener “una vida más sana, sin estrés”.
Para Paquita Ruiz, la escuela es “una muy buena oportunidad” para aprender un oficio con la experiencia de “un abanico muy grande de pastores”.
Ella tiene pensado ser pastora dentro de “un proyecto colectivo”, una cooperativa que está montando con otros compañeros en la provincia de Córdoba.
Porque parece que si algo quieren cambiar los pastores del siglo XXI es la soledad que tradicionalmente envuelve la profesión.
“Una de la cosas que tenemos que aprender a hacer para revertir el medio rural es que los ganaderos no pueden estar solos, los trabajos solitarios no funcionan. La idea es articular colectivos”, explica esta futura pastora que cree que su vida será “dura” pero también “muy sencilla y muy agradable” ligada “al ritmo de los animales y el sol”.
En esta edición, la Escuela de Pastores de Andalucía se centra en el sector caprino y bovino, y especialmente en dos razas de la Sierra de Grazalema, la oveja merina y la cabra payoya, y en la puesta en valor de los quesos artesanos de la zona, porque los pastores del siglo XXI, por lo general, quieren encargarse del ciclo completo de una actividad que sigue apostando por la supervivencia.
Por Isabel Laguna