El chat de whatsapp de Raquel y sus amigas echa humo. Algunas acaban de pasar la treintena, otras están más cerca de los cuarenta, pero a todas les une una circunstancia vital: sus hijos han nacido en el último año y medio, y su vida profesional y de pareja (heterosexual) echa chispas. “Ayer llegué a casa del trabajo y me puse a hacer cosas de la casa, las que me dejó el nene. Llegó la hora de cenar y Juan no llegaba. Cuando apareció, el niño ya estaba dormido. Me dijo que había estado en el gimnasio. Yo no había tenido tiempo ni de ducharme”, dice Carol, que ha pedido una reducción de jornada para poder atender a su hijo por las tardes. “Me paso el día haciendo cosas y él llega y dice que no es para tanto y que tengo suerte de tener a alguien como él que hace cosas en casa”, se queja Alicia, que cogió una excedencia por cuidado de hijo y cuyo hogar se sostiene económicamente con el sueldo de su marido, que ha ampliado sus responsabilidades.
Sus conversaciones son más que una anécdota, son la imagen de una realidad que se resiste a cambiar: las mujeres, también las jóvenes, siguen cargando en mayor medida con el trabajo doméstico y de cuidados; los hombres asumen más que las generaciones anteriores, pero el reparto aún está lejos de ser equitativo. “Desde 2002 hasta ahora se ve un pequeño aumento de su participación en las tareas domésticas, que tiene que ver con la bajada del empleo. Ha habido un reajuste interno, ahora hay más parejas con dos ingresos y donde ambos trabajan a jornada completa. Los padres jóvenes están más implicados que sus padres pero la desigualdad sigue existiendo. Ellas siguen siendo las principales responsables del cuidado”, resume la socióloga y profesora de la UNED Teresa Jurado.
Las encuestas revelan que las generaciones jóvenes se identifican con valores de igualdad en la familia y rechazan el modelo tradicional con una división asimétrica de las tareas. Según el último estudio Familia y Género del CIS, de 2012, el 88,9% de los hombres y el 92,5% de las mujeres prefieren un modelo de familia en el que los dos miembros de la pareja participen de los ingresos y las tareas de cuidado.
El día a día, sin embargo, muestra una realidad diferente. Las mujeres dedican diariamente 2,5 horas más al día que los hombres a tareas domésticas y de cuidado, 1,4 horas menos al trabajo remunerado y 1 hora menos al ocio y el tiempo libre, según recoge el informe Spanish Gender Gap, de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea). La llegada de un hijo, subraya el informe, ahonda ese reparto desigual de tareas.
Laura Baena, fundadora del club Malasmadres, tiene claro que para lograr la añorada conciliación en el mundo laboral que permita una racionalización de los horarios, antes hay que lograr la corresponsabilidad. La última campaña de sensibilización de este club se llama Somos Equipo y se crea bajo el lema “Por una conciliación real, una sociedad igualitaria. Por la corresponsabilidad”. En una reciente entrevista en eldiario.es Baena se preguntaba, “La mujer ha entrado en el mercado laboral. ¿Cuándo va a entrar el hombre en el hogar? Las mujeres acaban teniendo dos jornadas de trabajo”
“Es cierto que el concepto de paternidad comprometida está cada vez más presente entre los padres españoles jóvenes. Ahora bien, algunos hombres se han implicado en los cuidados pero otros reproducen en mayor o menor medida las pautas de las generaciones anteriores. Algunos hombres se consideran igualitarios porque ”participan“ más en el cuidado respecto a sus propios padres pero eso no les convierten automáticamente en padres comprometidos o corresponsables”, explica la investigadora Teresa Martín, investigadora principal de MenRolesProject, una iniciativa del Departamento de Población del CSIC. Martín cree que el margen para que, de facto, hombres y mujeres sean corresponsables de cuidados e ingresos es muy amplio.
Jurado y Martín describen varios modelos de paternidad que conviven actualmente. “Hay parejas que intentan hacerlo de otra forma. Padres que adaptan sus empleos a su paternidad. Padres que aportan más tiempo, aunque en su pareja la responsabilidad principal es de la madre. Otros padres se implican solo por las tardes y los fines de semana, y los hay también ocasionales, con muy poco tiempo para cuidar y que se ven a ellos mismos como sustentadores principales”.
Teresa Jurado es coatura del libro Padres y madres corresponsables. Una utopía real, para el que entrevistaron a decenas de parejas. Íñigo y Vanesa son una de ellas. Él es ingeniero de energías renovables, ella es asesora laboral, y tienen dos hijos de cinco y tres años. Después de que nacieran, Vanesa redujo su jornada en tres horas diarias. “Ya lo teníamos pensado desde el principio, desgraciadamente es lo que hace la mayoría, ella cuida más que él. En nuestro caso él es el que más gana y económicamente nos sale mejor. Si los sueldos hubieran sido al revés hubiera sido otra la elección”, asegura ella. Su organización no la ha perjudicado en su empleo, donde ha aumentado de categoría, algo que, sabe, “no es lo habitual” en su situación.
Sus horarios condicionan el reparto de tareas. Vanesa sale a las tres, recoge a sus dos hijos y pasa la tarde con ellos. “Él lleva al mayor al colegio, tiene cierta flexibilidad para entrar y salir, les puede llevar al médico”, explica Vanesa. Cuando acaba su trabajo, a las siete, Íñigo va a casa a encargarse de cenas, baño, “lo que toque”. “Hacemos un reparto muy equitativo. En su caso es lo que ha visto en casa porque su padre también era un hombre muy implicado, no era así en la mía. Sí creo que tengo suerte de haber dado con un hombre como él, en general las parejas de mis compañeras hacen menos”, reflexiona ella.
Participativos, pero no corresponsables
El desequilibrio va más allá del tiempo. Tiene que ver también con el tipo de tareas que asume cada miembro de la pareja y con quién toma las decisiones. “Un reparto verdaderamente igualitario de las tareas de cuidado implicaría que ellos también se responsabilicen y sean los encargados de la gestión y el control de los cuidados, aún cuando la madre esté presente. Por ejemplo, que decidan también qué tiene que comer el niño o niña (no sólo darle la papilla que prepara la madre), si necesita ropa nueva (no sólo ponerle la que le deja la madre ya preparada por las mañanas), qué hay que meterle en la mochila para ir a la escuela infantil (no sólo cogerla cuando van a salir de casa), concertar citas con el médico (no sólo llevarlo), buscar una cuidadora (no delegar la tarea sólo a la pareja)...”, explica la investigadora de Men Roles Project.
Ese es uno de los motivos, apunta Martín, por el que algunos hombres que se consideran igualitarios porque participan más en el cuidado de lo que lo hacían las generaciones anteriores no sean en la práctica padres corresponsables. “Piensan que hacen mucho pero en realidad sólo son participativos o accesibles, sin llegar a asumir la toma de decisiones o planificación del cuidado. Por eso muchas mujeres se lamentan. Ellos creen hacer mucho pero en realidad hacen aquello que planifica y decide la pareja e incluso delegan tareas si ella está presente.”.
Lo que sucede en los hogares condiciona el mercado laboral. El informe Spanish gender Gap de Fedea desgrana decenas de datos que muestran cómo el desequilibrio en el reparto del trabajo de cuidados afecta a la desigualdades que existen en el mercado laboral. “Cuanto más desigual es la distribución de tareas domésticas dentro del hogar, mayor es la brecha de género en la participación laboral”, señala el informe. Más tasa de paro, de temporalidad, y de contratos a tiempo parcial no deseados entre las mujeres, brecha salarial, o segregación ocupacional son algunas de las consecuencias.
Aunque con variaciones sobre su aplicación, cada vez más voces coinciden en que la equiparación de los permisos de maternidad y paternidad es de las medidas clave para romper este desequilibrio: implicaría desde el principio a los hombres en los cuidados, cambiaría la percepción social de que el cuidado es tarea principal de las madres, y contribuiría a evitar la discriminación laboral por maternidad.
No es la única: las cuotas, la racionalización de horarios y extender los servicios públicos de cuidados son otras de las políticas públicas que están sobre la mesa. Medidas que sirvan para romper con una inercia que, explica la investigadora del CSIC Teresa Martín, está muy asentada. “Aún existe una concepción generalizada en la sociedad y entre algunas parejas e incluso mujeres por la cual la maternidad es un fenómeno que las atañe sobre todo a ellas y por lo tanto, son las que acaban asumiendo estas medidas para cuidar. No se puede llegar a ser padre comprometido si la orientación al empleo es tan fuerte como para darle siempre prioridad al trabajo frente al tiempo familiar y personal”.