El petróleo cae a precios previos a la guerra en Ucrania pero la gasolina sigue un 12% más cara
El precio del petróleo sigue cayendo en los mercados financieros. Los futuros que cotizan sobre el barril de Brent, el crudo de referencia en Europa, se han abaratado cerca de un 30%, hasta unos 85 dólares no vistos desde enero, tras llegar a superar los 128 dólares en marzo, el techo de la actual crisis energética por la invasión rusa en Ucrania. Las razones son dos, principalmente. Por un lado, la menor demanda y, por tanto, el temor a una recesión; y, por otra parte, la apreciación del dólar, que encarece el petróleo indirectamente en los países con otras divisas, ya que se negocia en la moneda estadounidense.
Las carburantes también caen, por las mismas razones. Aunque menos por aquello de ser productos que suben como un “cohete” cuando lo hace la materia prima, en este caso el petróleo, pero que caen como una “pluma” cuando este mismo recurso baja. La explicación tiene que ver con la cadena de procesos (la extracción, el transporte, el refino, la venta...), que se 'contagian' rápidamente del incremento de los costes, pero que luego tardan mucho más en ajustarse cuando se abarata el crudo en los mercados internacionales. Y en esta crisis energética interviene además la distorsión del descuento de 20 céntimos por litro del Gobierno.
Así, el precio de la gasolina retrocede un 20%, hasta los 1,70 euros por litro (sin tener en cuenta la bonificación), desde los 2,15 euros que rozó en junio. Y está lejos de que los surtidores regresen a los 1,50 euros que marcaban en enero. Sigue un 12% más cara que antes de la guerra (la invasión empezó el 24 de febrero), justo 20 céntimos, que distintos economistas han demostrado que no se trasladan exactamente al precio.
El diésel cae solo un 15% desde máximos. Y aquí existe una diferencia respecto a la gasolina. La demanda está sufriendo menos porque está siendo utilizado como sustituto del gas en ciertas industrias de la eurozona. Entre otras cosas, porque el precio del gas no da tregua por la mayor relevancia de Rusia como productor y su corte de suministro a Alemania y al resto del norte del Viejo Continente.
“Por el lado del gas natural, la continua incertidumbre sobre la seguridad de los flujos de gas ruso hacia Europa (con constantes interrupciones y reducción del suministro a través del Nord Stream I) ha provocado el repunte de los precios hasta máximos históricos”, reconocen Beatriz Villafranca y Pedro Álvarez, analistas de Caixabank Research.
“Por el lado del petróleo, su cotización ha experimentado un descenso notable. El miedo de los inversores al debilitamiento de la economía mundial y su repercusión sobre la demanda de petróleo ha más que compensado el déficit de oferta que padece el sector desde la pandemia”, continúan estos expertos. A principios de septiembre, la OPEP+, el cártel que reúne a la mayoría de economías petroleras (como son las dictaduras del Golfo Pérsico o la propia Rusia), decidió recortar en 100.000 barriles diarios su producción desde octubre para “apuntalar” los precios, pese a las peticiones de las países occidentales de lo contrario para apaciguar la actual crisis de inflación.
“Asimismo, a diferencia del precio del gas natural, el precio del petróleo que se paga en Europa es mucho menos dependiente de la oferta rusa, puesto que es un producto mucho más comercializable a nivel mundial. En este sentido, resulta más sencillo cambiar entre diferentes proveedores; mientras que no es el caso en el gas natural, donde la dependencia de Rusia es mayor y el cambio hacia otros proveedores es más costoso y dilatado en el tiempo”, añaden Villafranca y Álvarez.
Respecto al gas, también hay grandes diferencias. “Por ejemplo, en torno al 18% de los productos de la minería energética (gas y carbón) y el 9% de los productos derivados del petróleo que se consumen en la UE se importan de Rusia, frente a solo el 3% y el 2,5%, respectivamente, en el caso de nuestro país”, recuerda el Banco de España.
Al margen del petróleo y del contexto particular del gas, otros indicadores clásicos que suelen adelantar una recesión han dado ya muestra de debilidad de la demanda, o al menos de la propia incertidumbre que supone la guerra y la crisis de inflación. Por ejemplo, el consumo de cemento cayó en agosto por cuarto mes consecutivo.
“Los últimos datos de la estadística del cemento continúan apuntando a una desaceleración del sector constructor en nuestro país, que lleva fraguándose ya un cuatrimestre y que viene avalada también por los análisis de otras instituciones como Eurostat, cuyos últimos datos, del mes de junio, reflejan una caída en la producción del sector de la construcción del 10,4%”, explica el director general de la agrupación de fabricantes de cemento Oficemen, Aniceto Zaragoza.
Sobre el resto de materias primas importantes, en el caso de los metales industriales, inicialmente los precios repuntaron con fuerza guiados por el temor al desabastecimiento de los suministros desde Rusia de aquellos metales en los que es productor de referencia (paladio, níquel y aluminio). “A medida que el conflicto bélico avanzó, ese riesgo de desabastecimiento no se materializó y tranquilizó a los mercados”, apuntan desde Caixabank Research.
Mientras, los precios de los bienes agrícolas, principalmente de los cereales como el trigo y el maíz y de los fertilizantes, donde Rusia y Ucrania son proveedores a nivel mundial, también se encarecieron notablemente. A diferencia de los metales, la tensión no ha disminuido.
La reapertura del puerto de Odessa en Ucrania a la exportación, en junio, abarató algunos precios. Aunque “de cara a los próximos meses, existe una enorme incertidumbre (muy vinculada al desarrollo de la guerra) y, por el momento, todo parece indicar que se mantendrán las tendencias actuales a corto y medio plazo. Por un lado, el enfriamiento de la actividad podría seguir reduciendo la demanda de materias primas, sobre todo de los metales industriales. Por el otro, los factores estructurales de los mercados apuntan a que los precios tendrían escaso recorrido a la baja”, concluyen Villafranca y Álvarez.
Recesión en Alemania, ¿y en España?
“Se anticipa una desaceleración de la actividad económica de la eurozona en los próximos trimestres como consecuencia de la pérdida de poder adquisitivo derivada de una inflación más alta de lo previsto, del deterioro de la confianza y, en general, de la mayor incertidumbre. Por otra parte, aunque los cuellos de botella en la oferta [las cadenas de suministro] están relajándose, todavía limitan la actividad en algunos sectores”, observó este mismo lunes Pablo Hernández de Cos, gobernador del Banco de España.
El mismo día en el que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) estimó una contracción de la actividad económica del 0,7% en Alemania en 2023, en su revisión de las expectativas de PIB. La dependencia del gas ruso y el riesgo de un corte total del suministro dejan al motor económico del Viejo Continente y a otras economías del norte peor posicionadas en un contexto de desaceleración general por el golpe de la inflación.
En mejor situación se encuentra España, que vive un momento más intenso de la recuperación tras el histórico shock de la pandemia. Por un lado, por ser el país que iba más retrasado entre los grandes (aún está a algo más de dos puntos de reconstruir el PIB pre pandemia, mientras que Alemania, Francia o Italia ya lo han conseguido). Y, por otro, por la explosión del turismo y del sector servicios en su conjunto tras el primer verano sin restricciones por la COVID.
La OCDE espera que nuestro país lidere el crecimiento en 2022 y en 2023. La organización prevé que la actividad económica rebotará un 4,4% este año y rebaja el ritmo al 1,5% para el próximo ejercicio, aunque será el mayor entre las grandes economías de la eurozona. Esta actualización está en línea con la que el Banco de España realizará a principios de octubre.
Menos dependencia de Rusia
España es una de las economías europeas menos golpeada directamente por la guerra en Ucrania, pero el inevitable frenazo de la recuperación aleja la reconstrucción completa del agujero de la pandemia de COVID a 2024. Y el daño indirecto que supondrá una recesión en Alemania es indiscutible.
Además se suma al golpe de la agresiva política monetaria del Banco Central Europeo (BCE). La institución ha decidido subir los tipos de interés de referencia para “enfriar” la economía y luchar así contra la inflación. El BCE busca encarecer las hipotecas y el resto de préstamos para frenar el consumo y la inversión, y así dejar de alimentar las subidas de precios.
Esta política asume el riesgo de recesión. De fondo, intenta sostener al euro, que sufre una fuerte depreciación respecto al dólar. Una caída de alrededor del 20% desde 2021, lo que, si por una parte abarata las exportaciones europeas y las hace más competitivas, por otro lado encarece las importaciones denominadas en dólares, como el gas o el petróleo, ya de por sí disparadas. En conclusión, exacerba la inflación.
Más inflación, pese a la amenaza de recesión
“El intenso aumento en los precios del gas y los alimentos, las presiones de demanda en algunos sectores debido a la reapertura de la economía, los cuellos de botella en la oferta y la depreciación del euro continúan impulsando la inflación. Además, se espera un aumento de los salarios algo más intenso, en un contexto de solidez de los mercados de trabajo, de aumento de los salarios mínimos en algunos países y de los efectos retardados de las altas tasas de inflación pasadas. Estos factores superan con creces el impacto negativo sobre la inflación de las perspectivas de crecimiento más débiles”, detalló Hernández de Cos.
La propia OCDE prevé una inflación irrespirable en el corto plazo. Según sus previsiones, acabará en el 9,1% de media este ejercicio y seguirá en el 5% en 2023.
“Las alzas de los precios del gas y la electricidad han sorprendido por su intensidad y persistencia. Como resultado, se encuentran detrás de una parte muy significativa de los errores de previsión de la inflación en los últimos trimestres. Casi la mitad del error cometido en los ocho primeros meses de este año en las previsiones del Banco de España se debe a los efectos directos del mayor crecimiento de los precios energéticos”, comentó el gobernador.
“Y ello a pesar de que las medidas adoptadas para contener el alza de estos precios han reducido en 1,8 puntos porcentuales la inflación total en ese período”, añadió. El Ministerio de Asuntos Económicos eleva esta cifra a 3,5 enteros.
Lo que está claro es que “el deterioro de las perspectivas de los hogares ha provocado un ajuste a la baja de sus planes de gasto en bienes de consumo duradero”, incidió Hernández de Cos, quien aclaró que “el ajuste del gasto está siendo más intenso entre las familias con un colchón de liquidez más reducido, que corresponden mayoritariamente a las de rentas bajas, que son a la vez las más expuestas a las variaciones de los precios de la energía”.
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