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Preocupación en el mundo financiero por la ruptura en bloques de la globalización con el retorno de Donald Trump

Donald Trump, durante la campaña electoral de las elecciones de 2024 en EEUU.

Ignacio J. Domingo

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La economía mundial se está bifurcando en bloques comerciales en paralelo a los movimientos tectónicos que están propiciando la deriva del orden internacional. El diagnóstico, con elevada carga pesimista, lo emitió la presidenta del BCE, Christine Lagarde, en un foro de banqueros en París en el que transmitió la urgencia de que Europa “articule todos sus recursos en áreas como la Defensa, la lucha climática o el incremento de la productividad para enfrentarse a un planeta dividido en bloques de rivalidad geopolítica, económica, tecnológica y comercial”.

Lagarde instó a la UE a dejarse de falsas humildades y adoptar un papel de liderazgo económico e influencia política. Incluso aunque haya perdido su lugar en el mundo. Porque sus progresos en innovación digital, neutralidad energética y su tradicional defensa del libre mercado “están siendo atacados” bajo un clima hostil de “crecientes divergencias entre aliados industrializados” en asuntos como la regulación de las tecnologías, la sostenibilidad o las relaciones comerciales e industriales.

Es una cuestión de “prioridades, de unificar criterios geoestratégicos y de poner todos los fondos financieros al servicio de los desafíos competitivos, la transición energética y la seguridad y con una gestión de los recursos públicos más eficiente y enfocada a garantizar el Estado del Bienestar y de Derecho que nos hemos dado los ciudadanos” de la Unión. En una clara alusión, aunque sin citarle expresamente, al retorno de Donald Trump que, en su opinión, “sumirá” a EEUU en una “nueva era de proteccionismo” que “perjudicará irremediablemente a la economía europea”.

La máxima dirigente del BCE no es el único verso monetario crítico del Viejo Continente. El jefe del Bundesbank, Joachim Nagel, aseguró a Die Zeit que el PIB germano perderá un punto de su dinamismo si la versión Trump 2.0 impone la espiral de tarifas a productos extranjeros que, en el caso de los europeos, podrían elevarse un 10%, sin descartar alzas de hasta el 20%. Este último escenario, severo, ha llevado al Banco de España a presagiar un retroceso de tres puntos de la economía del euro el primer año de su hipotética entrada en vigor, lo que motivaría una recesión del 2,6%.

Pero Nagel avanza otro daño colateral. A su juicio, las políticas trumpistas generarán una “mayor volatilidad inflacionista”, con escaladas de precios y, por ende, el retorno al encarecimiento del dinero; al menos por parte del BCE.

Lagarde prefirió incidir en uno de los temas espinosos del informe sobre Competitividad de su antecesor en el BCE. Como Mario Draghi, precisó que “la reanimación de la productividad y el levantamiento de barreras al capital” en el mercado interior serán determinantes para canalizar el ahorro y la inversión al sector privado e incentivar la innovación. “No podemos vernos como un club de perdedores entre las economías independientes”, alertó, y menos, “en un mundo en fragmentación en bloques geopolíticos dominados por las dos superpotencias”. Europa “debería restaurar su visión de liderazgo e intereses compartidos” para influir en el orden global, aseveró.

La globalización ingresa en la UVI

Nagel precisó desde Tokio sus negros augurios. “Los signos de ruptura geoeconómica son cada vez más evidentes y, desafortunadamente, podríamos estar poniendo otro ladrillo en este muro vertical si no restauramos la cooperación y el libre comercio”. De lo contrario, “la volatilidad de los activos y los episodios de inflación regresarán”. Para el responsable del Bundesbank -a quien se identifica como abanderado de los halcones del Comité Ejecutivo del BCE- “la reelección de Trump vislumbra cambios en el orden económico” y temores de “eclosiones” comerciales.

La retórica diplomática ha subido de frecuencia desde el 5N. La reciente cumbre del G-20 en Río de Janeiro dejó muestras de división en el foro de la gobernanza global sobre las contiendas bélicas -en Ucrania y Oriente Próximo- y el comercio. Y no solo entre potencias industrializadas y emergentes. Europa teme el mayor shock en las reglas de la libertad de tránsito de mercancías, servicios y capitales con Trump desde la Smoot-Hawley Act que elevó indiscriminadamente los aranceles a la importación en 1930 para frenar el deterioro productivo, las fugas de activos y la fase recesiva que dejó la Gran Depresión.

“Las elecciones americanas han catapultado los riesgos sobre la economía global”. Es también la visión del gobernador francés, François Villeroy de Galhau y del consenso de observadores internacionales y analistas del mercado. Con efectos tanto “a corto, como a medio y largo plazo”, matiza Olli Rehn, su homólogo monetario finlandés. En un momento en el que el PIB germano caería por segundo ejercicio en recesión por la debilidad de su industria y de su sector exterior, muy sensible al receso de demanda del comercio mundial, matiza Nagel, con una incierta cita electoral a la vista -el 23F- y su modelo productivo de precios energéticos reducidos mostrando grietas estructurales.

Todo ello aumenta el peligro de contagio a la zona del euro. Así lo cree la dupla de autoridades política y monetaria en Grecia. Yannis Stournaras, al frente del Banco de Grecia desde 2014, es rotundo: “Si pudiera, aconsejaría a nuestros aliados estadounidenses que no suban tarifas”. No solo porque “conduciría a una recesión” a Europa, sino por la amenaza de que también EEUU entre en números rojos y se entierren décadas de prosperidad del libre mercado. Justo el asunto al que su primer ministro, el conservador Kyriakos Mitsotakis, alude para reclamar a Bruselas un acuerdo comercial con Washington: “los aranceles son sinónimo de proteccionismo”. Mitsotakis fue de los pocos líderes europeos que sintonizó con Trump en su primer mandato y uno de los que ha felicitado telefónicamente al republicano.

Sobre todo, si el decoupling, como atisban los expertos, se fragua con China. Stephen Orlins, que preside el Comité Nacional de Relaciones EEUU-China, think tank americano, lo cree “altamente probable”. Aunque “traería consigo severas repercusiones a empresas de ambos mercados por el temor a que Washington y Pekín se enfrasquen en aumentos de tarifas y vetos en nombre de la seguridad nacional”. Esta onda expansiva engendraría “un escenario catastrófico de tensión” en ámbitos sensibles como la innovación tecnológica, las cadenas de valor o las rutas marítimas y logísticas o “disrupciones devastadoras” en sectores, consumidores, empresas y mercados de capital.

Sectores, empresas y mercados se ponen a resguardo

Varias multinacionales ya admiten cambios en sus estrategias corporativas por las futuras tarifas de Trump: del 10% en general, el 20% a ciertos productos europeos, el 60% a China, con opción de duplicarlas a ciertas rúbricas del gigante asiático y México. Los CEO’s de Aibus, Honda, Puma, Ikea, Ralph Lauren o BMW dicen tener listos planes de contingencia. Temores que se extienden a negocios específicos como el de las navieras o las renovables o carteras de inversión enfocadas a emisiones de bonos.

Esta agitación del clima económico podría propiciar giros geoestratégicos de calado. La UE -avisa Mary Lovely, analista del Instituto Peterson-, “se vería ante la tesitura de profundizar sus lazos comerciales con China” en vez de con su aliado transatlántico. De hecho, “así está ocurriendo”: mientras EEUU ha reducido su dependencia manufacturera de Pekín entre 2018 y 2023 los flujos de mercancías entre el gigante asiático y Europa o se mantienen o se han incrementado, lo que “crea una potencial colisión entre la UE y la Administración Trump por razones de Estado”.

Orlins pone el dedo en la llaga. Las tensiones geopolíticas se mezclan con las económicas en una “identificación demasiado ambigua” de este concepto, la seguridad nacional, que añade voltaje a las inversiones, al comercio y a la cooperación tecnológica y que ha aireado el primer signo de decoupling entre las dos superpotencias precisamente en el terreno de la innovación digital.

Alicia García-Herrero, analista del Instituto Bruegel, abre algunas alternativas. Dice no descartar que Trump ofrezca, como en 2019 -en el llamado pacto Phase One-, ventajas a Pekín que corrijan las futuras tarifas. Este acuerdo (Phase Two) perjudicaría a Europa porque varias de sus ventas punteras a China, como componentes y material de la industria aeroespacial o ciertos flujos de capital que podrían volver a acaparar empresas americanas, “se verían seriamente alteradas”. Para la UE, “podría ser incluso más beneficioso que se produjera una bifurcación en dos de la globalización, que un clima de entendimiento post-tarifario entre Trump y Xi Jinping”, aclara.

Todas estas opciones pasarán por las manos de Howard Lutnick, el favorito de Elon Musk para la secretaría del Tesoro, que al final se ocupará de Comercio, donde pondrá en liza el agresivo Proyecto 2025 que la Heritage Foundation ha ideado para el mandato Trump 2.0.

Un banquero al frente de la guerra comercial

Lutnick es el primer ejecutivo de Cantor Fitzgerald y entiende las tarifas como herramienta para “conservar los empleos estadounidenses”, apoya la desregulación de las criptodivisas, donde su gestora de fondos ha invertido “cientos de millones de dólares” en bitcoins, y afirma soñar con el instante en el que EEUU esté libre del impuesto del IRPF. Su conversión al MAGA le ha exigido -admite- dejar atrás sus años de defensa de unas reglas de juego exigentes hacia las bigtechs. Ahora se alinea con las tesis de Elon Musk y promete “lealtad y fidelidad” a Trump.

Los divergentes planteamientos normativos en el orden digital separarán a Europa de la América de la Administración Trump -anticipa Holly Fechner, de Covington, consultora de tecnología- y “acelerará el decoupling” entre EEUU y China, como, por otro lado, ha enfatizado el próximo inquilino del Despacho Oval. Para Fechner, la supuesta libertad de acción dejará, en cambio, “un sendero pedregoso” a las firmas de innovación tecnológica americanas. Sin subsidios, con unas tarifas de suministros externos por las nubes, controles a la exportación y restricciones directas e indirectas ante el más mínimo vestigio comercial o digital que apunte a materias primas o a manufacturas o cargos mercantes que hayan pasado en algún momento por manos chinas, “los próximos cuatro años serán para ellas más complejos”.

Elvire Fabry, del Instituto Jacques Delors, advierte que también las europeas “se enfrentarán a escollos” en esta fragmentación en bloques de la globalización, impulsada por el combate por la hegemonía mundial entre ambas superpotencias, pero también por su colisión por las ayudas industriales, los aranceles comerciales y los avances tecnológicos, que “alterarán las cadenas de valor de la UE y del resto del planeta”. 

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