ANÁLISIS

El problema está en el PIB que estima el INE

11 de diciembre de 2022 21:43 h

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El Producto Interior Bruto (PIB) es el indicador más utilizado para diagnosticar la situación económica de un país, para estimar su presión fiscal, o el peso de su deuda pública. Sin embargo, en los últimos dos años, las estimaciones del PIB de España muestran un comportamiento muy inferior al que cabría suponer en base a otros indicadores económicos. En lo que sigue veremos que, lamentablemente, existen razones fundadas para pensar que los datos recientes del PIB muestran múltiples anomalías que son difícilmente creíbles. Ello hace que el principal termómetro que utiliza la opinión pública para comprender la economía esté dando señales equivocadas.

Antes de adentrarnos en la difícil cuestión de examinar el PIB, conviene volver la mirada a marzo de 2020 cuando se inició la pandemia de la COVID. En aquel momento, las economías de todo el planeta entraron en un parón sin precedentes y todo el mundo se preguntaba cuál iba a ser su evolución. Se descontaba que la actividad se resentiría por las medidas de prevención sanitaria y, también, porque la incertidumbre condujo a que consumidores y empresas pospusieran sus principales gastos. Con el precedente tan reciente de la crisis de 2008, la cuestión era saber si la crisis de la COVID iba también a tener un efecto duradero y, de ser así, dónde se harían sentir sus efectos. Dos años más tarde, el tiempo ha demostrado que los efectos perturbadores de la pandemia no han sido tan graves y cabría pensar que la actividad económica se ha recuperado casi tan rápido como se paralizó en aquel momento. Sin embargo, si nos atenemos a las cifras oficiales del PIB, España es una excepción a este patrón. Como refleja el primer gráfico, en el último trimestre de 2021, la economía de la Unión Europea ya se ha había recuperado del shock de los años anteriores. Incluso Grecia, Portugal e Italia, que sufrieron una importante caída con la anterior crisis, han mostrado en estos últimos años un patrón similar al de otros países de la Unión. Todos menos España que, a finales de 2021, tenía un PIB un 3.5% inferior al que contaba antes de la pandemia. Puede parecer una cifra de poca importancia, pero ello supone una pérdida de 40.000 millones de euros.

La aparente mala evolución de la economía española no ha pasado inadvertida ni en nuestro país ni para las instituciones internacionales de referencia. Aunque nadie ha elaborado un análisis muy desarrollado, la explicación que venía barajándose se sostenía en las características especiales de nuestra economía de servicios. Dado que España depende en mayor medida del turismo, resulta normal que la caída de 2020 fuera especialmente virulenta y la recuperación de 2021 fuera muy tenue en un contexto de restricciones e incertidumbre. Lo curioso de este argumento es que no afecta por igual a otros países (Grecia, Portugal, o Italia) para los que el turismo es tan importante como para España. Sorprende mucho que todos hayan mostrado un comportamiento muy superior de su PIB. De hecho, ahora ya sabemos que la falta de turistas extranjeros no puede explicar la peor evolución de España. En tanto que el Instituto Nacional de Estadística (INE) detalla en sus cómputos el gasto de estos turistas, es posible determinar que sus niveles de gasto real se fueron recuperando con fuerza a lo largo de 2021 hasta alcanzar en 2022 unas cifras que son récord histórico.

Mientras tanto, se han venido sucediendo indicadores que apuntan a que la situación en España no parece ser tan mala. Ello genera varias paradojas. La primera es que las cifras del empleo superan con creces a las que cabría suponer en función del PIB. La Encuesta de Población Activa del INE, la fuente más usada, nos dice que en el cuarto trimestre de 2021 había 20,18 millones de ocupados, 220.000 personas más que en el cuarto trimestre de 2019. Los registros administrativos más conocidos –la afiliación a la Seguridad Social– señalan un patrón muy similar. Las dos fuentes han sido objeto de crítica porque recogían los trabajadores sin actividad (ERTE y similares), si bien este efecto ya era muy pequeño al final de la pandemia y hoy en día es casi inexistente. Por disipar cualquier duda al caso, se pueden tomar los datos homogéneos de empleo que acompañan las cifras del PIB. Desde esta óptica [en el gráfico siguiente], a finales de 2021 España estaría muy cerca de haber recuperado sus niveles de empleo y, además, habría seguido una tendencia mucho más parecida a sus vecinos. Ello produce una primera anomalía: el empleo se recupera mientras que el PIB no lo hace.

Si se divide el PIB por los trabajadores ocupados se encuentra con el hecho paradójico de que España ha experimentado la caída más abrupta en la productividad desde que existen registros modernos. Según el INE, hoy en día, cuando el efecto de los ERTE es inexistente, el PIB por trabajador está a los niveles de 2012. Era ya un lugar común señalar que España tenía un problema con su baja productividad y las dificultades para aumentarla debido a causas estructurales. Pero, un descenso de tal magnitud, (¡un retroceso de diez años!) y sin que se haya producido una dislocación en los recursos disponibles, es un misterio sin resolver. 

La productividad es una materia bastante abstracta que, generalmente, solo interesa a los economistas. Otros asuntos sí levantan más pasiones, como es el caso de los impuestos. Es bien conocido que la recaudación fiscal en España se ha sostenido en estos años de pandemia. Sin embargo, para abordar este fenómeno conviene combinar dos perspectivas en paralelo. Por un lado, es útil ver simplemente la evolución de los ingresos fiscales corrientes, es decir, el dinero que entra en las arcas públicas (sin ajustar por la inflación) tanto en nuestro país como en el resto de la Unión Europea. Como se puede comprobar (en el gráfico siguiente), la evolución en España ha sido muy parecida al resto de nuestros vecinos. En cambio, si se mide la presión fiscal que resulta de dividir estas cifras por el PIB, se comprueba una diferencia abismal. Los países de la Unión habrían incrementado la carga fiscal de manera muy tenue (del 40.8 al 41.5% del PIB), mientras que España lo habría hecho a un ritmo asombroso –del 35,2 al 38,8 del PIB– en solo dos años. En otras palabras, casi toda la diferencia que existe en el indicador más utilizado sobre presión fiscal se debe al efecto del PIB, no a que existan pautas distintas en materia de impuestos.

Como decíamos, esta serie de misterios que acompañan a la economía española en los últimos años no han pasado desapercibidos a los expertos y el director de este periódico lo ha expresado con claridad. Pero hasta ahora, casi todos se han inclinado por pensar que el problema se limitaba a cada ámbito, es decir, que la anomalía estaba en los datos del empleo, en la recaudación, o en la productividad. Nosotros creemos que es al contrario: el problema está en el PIB que estima el INE.

Un enunciado como este puede parecer sorprendente, como menos. Estimar el PIB es una cuestión vital para cualquier Estado moderno. Hoy en día existen normas muy precisas sobre los cálculos y se busca mejorar las fuentes de información cada poco tiempo. Además, en el ámbito de la Unión Europea, existe un supervisor común –Eurostat– que establece unas directrices de obligado cumplimiento y fija un calendario de publicación.

Esta es la teoría, pero la práctica siempre es algo más complicado. Como no podía ser de otra manera, la pandemia del la COVID introdujo un enorme reto para la estimación del PIB. Dado que las magnitudes macroeconómicas se calculan con indicadores aproximados, el problema radicaba en afinar el análisis en un momento en que sectores enteros de la economía estaban prácticamente parados. El INE reconoce estas dificultades de forma reiterada en sus comunicados trimestrales:

“Los efectos económicos de la pandemia COVID-19 [constituyen] un desafío sin precedentes. […] La dificultad inherente a la medición estadística de cambios de coyuntura y de contexto económico tan bruscos como los que vivimos hacen prever que las futuras revisiones de los resultados hoy publicados puedan ser de una magnitud mayor que la habitual”.

Durante este tiempo, se han registrado cambios importantes en las cifras trimestrales del PIB. Pero en las cifras anuales la única revisión importante que ha ocurrido tuvo lugar hace apenas un mes, en septiembre de 2022. El INE revisó al alza el PIB de 2021, pero a la vez estimó a la baja el de 2020. De esta manera, el efecto neto fue muy pequeño. Más curioso aún es que a pesar de los “desafíos sin precedentes”, el INE solo ha publicado notas muy escuetas sobre cómo han afectado estos desafíos a las estimaciones. Si, digamos, el consumo es ahora más difícil de medir, ¿por qué no se explica en detalle cómo se está haciendo? Si las horas trabajadas están descendiendo abruptamente, ¿cuáles son sus causas? Todo esto hace que las cifras del PIB sean cada vez más difíciles de interpretar. Como decía un reputado analista al calor de los últimos datos: “Con revisiones de esta magnitud es imposible hacer previsiones”.

Que las cifras recientes del PIB no terminan de dar una imagen ajustada es una suerte de secreto a voces. Pero proporcionar una alternativa razonada es mucho más difícil. Uno de nosotros ya ha señalado durante el último año varias de las paradojas en las series del INE con respecto a las estadísticas tributarias coyunturales: en la presión fiscal, en las rentas, o en las ventas y el empleo. Este artículo, junto con otros dos más que publicaremos en los próximos días, busca seguir en esta línea de explicar la fuerte discrepancia en las magnitudes económicas. El principal argumento es que, tomando múltiples indicadores sobre las rentas, el gasto o la producción que elaboran otros organismos oficiales (la Agencia Tributaria y el Banco de España) o el propio INE (Encuesta Industrial Anual de Productos) es posible concluir que la recuperación económica ha sido mucho más fuerte. Nuestra estimación es un primer ejercicio, que ha buscado por un lado ser coherentes con el método de estimación del PIB según las directrices internacionales. Pero también hemos querido ser lo suficientemente didácticos como para llegar al público general, simplificando algunos términos técnicos y desplazando los cálculos subyacentes a un apéndice disponible para cualquier interesado. Como un adelanto de estos resultados, según nuestra aproximación, el PIB de 2021 fue entre un 3 y un 5% superior al proyectado por el INE, de forma que la crisis económica originada por la pandemia ya se habría terminado.

El PIB no es solo un dato privativo de economistas y estadísticos, sino la brújula que guía el debate público sobre la situación del país. Desde luego no pretendemos que esté a nuestro alcance establecer una cifra definitiva sobre la evolución macroeconómica de España. Pero sí creemos que es más urgente e inaplazable que nunca empezar este debate.