De Amancio Ortega a Rafael del Pino y pasando por Juan Roig, la mayoría de integrantes de la lista de personas más ricas de España hacen regularmente donaciones, con carácter público o privado, a diversas organizaciones del tercer sector, muchas veces gestionadas por ellos mismos. Pese a su carácter a priori filantrópico, es habitual que cuando se conoce una aportación de este tipo surjan voces reticentes a este tipo de ayudas.
En España los ricos donan, pero no al nivel de los Estados Unidos. Según una investigación de Crónica, los españoles más acaudalados reparten unos 1.300 millones de euros anuales, cifra considerablemente menor a los 335.000 millones que aportan los estadounidenses más pudientes. Hay motivos que justifican esa diferencia. En España entre el 25% y el 40% de lo donado va a parar a las arcas públicas, dependiendo de si es una persona o sociedad. En Estados Unidos los donantes no pagan impuestos, independientemente de la cantidad que aporten.
A los pocos incentivos fiscales para donar se les suma la polémica que se suele generar cada vez que una persona rica decide dar caritativamente parte de su patrimonio en España. Pero incluso la propia filantropía tiene diversas opiniones representadas en Bill Gates y Carlos Slim, dos clásicos de las listas de los más ricos. El estadounidense abandonó la dirección de Microsoft para dedicarse a pleno rendimiento junto a su mujer a la Bill & Melinda Gates Foundation. Desde entonces, es considerado como el filántropo más generoso del mundo con sus proyectos como la lucha contra el ébola o por la educación.
En el lado contrario está Slim, que ha reiterado en varias ocasiones que la filantropía no es el camino. Según el mexicano, “las fundaciones no salvan de la pobreza” y defiende que “el empleo requiere de empresas que inviertan. Entonces no hay que donar empresas, hay que crear empresas”.
En España el caso más parecido es Amancio Ortega, aunque se encuentra a años luz de los dos anteriores. Los tres están entre los cinco más ricos del mundo, pero en el ranking de generosidad donde Bill Gates es el primero y Carlos Slim el octavo, Amancio Ortega no aparece ni entre los 20 primeros. Pero cuando se hacen las donaciones, la reacción es distinta. Cuando Bill Gates contribuyó con 50 millones de dólares a la lucha contra el ébola obtuvo reconocimiento inmediato, mientras aquí en España Amancio Ortega recibió comentarios negativos por su donación de 20 millones a Cáritas.
La diferencia respecto a Gates, considerado como uno de los mayores filántropos del mundo, fue notable y la pregunta es inmediata: ¿por qué la misma acción no genera la misma reacción en un sitio que en otro?
Fernando Morón, director de la Asociación Española de Fundraising, cree que “en España, por todas las críticas que puede haber, no se da a conocer la donación, cuando las organizaciones lo que quieren es que se comuniquen más porque animan al resto a hacer lo mismo”. En este sentido, uno de los casos que se hicieron públicos y que ha recibido más críticas es el de Amancio Ortega. Cuando a finales de 2014 hizo una segunda donación de 20 millones de euros a Cáritas, los reproches arreciaron contra el empresario gallego. Entre los argumentos, el posible carácter publicitario de la acción, la falta de coherencia entre la donación y las actividades de sus compañías y la poca cantidad donada en relación a la fortuna.
Siguiendo con el caso de Ortega, los 20 millones aportados suponen actualmente el 0,03% de su fortuna personal, cuantificada en 60.000 millones de euros según Forbes. Juan Gimeno, presidente de Economistas Sin Fronteras, cree que cuando alguien como Amancio Ortega hace una donación, salen “actitudes muy puristas, como si ser rico fuera un pecado. Esa riqueza puede deberse a muchas causas, a veces mejores y otros peores. Hay cierta envidia a figuras que en cuanto destacan, se las dispara. Somos muy dados a juzgar y a condenar. Pero hay que atenerse a los hechos y, si son positivos, aún más”.
Independientemente del carácter voluntario en las cantidades de las donaciones, Fernando Morón lamenta que “en España no hay incentivos para donar. Fiscalmente, no se premia a quien lo hace. Además no tenemos la costumbre anglosajona de colaborar de forma activa con las organizaciones”.
Otra de las críticas más habituales va en la línea del lavado de imagen que puede provocar una donación. Gimeno parte de la base de que “no puedo juzgar la intención de cada empresa. Pero sí que se puede distinguir cuando se gasta mucho más dinero en promoción de imagen por la acción que en la propia ayuda, lo que da a entender que busca publicidad. Suele ser inevitable esa parte, pero yo diría que bienvenido que las donaciones son todas bienvenidas si mantienen el objetivo social, hacia instituciones que cumplan un buen papel”.
El presidente de Economistas Sin Fronteras también piensa que “hay fundaciones que crean actividades que son postureo, con mucha portada pero ninguna repercusión social”. Por su parte, Fernando Morón matiza que “no se puede meter a todas las donaciones en la misma mochila. La labor de comunicación y visibilización de cada uno con sus donaciones es una cuestión interna”.
Para evitar este tipo de comportamientos, en 2014 el Ministerio de Hacienda endureció la Ley de Fundaciones. Entre otras medidas, obliga a estas entidades a destinar a los fines fundacionales como mínimo el 70% de lo obtenido por la organización. Además, las que reciben subvenciones públicas están obligadas a auditar sus cuentas. Todo ello con el fin de evitar que se haga negocio aprovechando la baja imposición a estas estructuras.
La búsqueda de la donación perfecta es complicada, pero los expertos dan unas pinceladas para alcanzarla. Fernando Morón opina que debe ser “una sostenible y a largo plazo. A las organizaciones receptoras les interesa más las que se mantienen en el tiempo. Eso no quita que esté bien cuando te aportan mucho dinero en poco tiempo, pero los proyectos suelen ser a medio o largo plazo. Cada entidad tiene una necesidad pero si por ejemplo una organización tiene un problema de solvencia le viene bien algo inmediato. Pero si no lo necesitan, piensan en qué será de su organización de aquí a unos años”.
Por su parte, Juan Gimeno exige “un compromiso social del donante. No se puede decir que está a favor de los elementos sociales cuando la realidad no es así. Obviamente uno puede elegir a dónde enviar el dinero, pero como mínimo debe ser en algo coherente”. Pero esto no es solo responsabilidad del donante, sino también del receptor, y por ello apunta que “muchas organizaciones ponemos algún tipo de restricción a la hora de recibir ayudas en organizaciones implicadas en temas que no consideramos éticos, como pueden ser la explotación infantil o el tráfico de armas”.