La novena huelga general de la democracia ya está en marcha: 14 de noviembre. Y en el aire, las preguntas de siempre: ¿tendrá éxito?, ¿servirá de algo?. En un momento marcado por el paro, la precariedad y el miedo al despido, los expertos insisten en la importancia que tienen estas convocatorias para influir en las conciencias, responder a las agresiones a los derechos, y generar cambios, tanto en las políticas, como en la relación de fuerzas entre actores políticos y sociales.
“Por supuesto que sirven”, dice con rotundidad Bibiana Medialdea, profesora de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid, que considera que la huelga general es uno de los instrumentos que tiene actualmente la ciudadanía para “responder de una forma contundente y generalizada” a las políticas de recortes. “Tienen limitaciones, como el paro, la precariedad o la economía informal, que impiden participar a una parte de la ciudadanía, pero a pesar de eso las huelgas son útiles tanto desde un punto de vista material como simbólico”, señala.
Para Antonio Baylos, catedrático de Derecho del Trabajo en la Universidad de Castilla La Mancha, las huelgas generales suponen “un esfuerzo enorme” de los sindicatos para conseguir “que todos los trabajadores de todos los sectores coincidan en un día de protesta y reivindicación”. “Tiene una enorme capacidad de visibilidad social, de adquirir una presencia ciudadana que de otra manera no se consigue, busca alterar la producción de bienes y servicios habitual. Es un elemento decisivo a efectos de estrategia sindical e incluso ciudadana, para influir en los propósitos de la política: el efecto concreto es cambiar una legislación o impedir que se apruebe o aplique, pero a medio y largo plazo, consiguen alterar el equilibrio político y social”, señala Baylos.
Muy necesarias, pero no decisivas en la actualidad, al menos en lo que respecta a las políticas económicas y sociales que implican gasto. Esa la conclusión de Alberto Montero, profesor de Economía en la Universidad de Málaga. “Las restricciones a las que se enfrenta el Gobierno, y que son impuestas desde Europa, impiden cualquier margen de maniobra. La imposición de la austeridad fiscal, los compromisos tan estrictos de déficit, las líneas de reforma laboral neoliberal y de desmantelamiento del estado de bienestar, frente a las que se convocan las huelgas, son un corsé que, con la excusa del estado de emergencia económica, se nos impone desde fuera. Es cierto que el Gobierno tendría margen para políticas de amortiguación del impacto sobre las clases populares, que son las que más la están sufriendo; pero pedir eso de un Gobierno del PP, es como pedir peras al olmo”, explica.
No obstante, Montero insiste en que los paros generales son muy necesarios porque, entre otras cosas, “contribuyen a reforzar el sentimiento de lucha y resistencia de la sociedad”. Este economista considera que debe avanzarse hacia nuevas formas de resistencia y protesta.
Para Joaquín Arriola, profesor de la Universidad del País Vasco, ante una convocatoria como esta, prácticamente todos los trabajadores, al margen de su decisión personal sobre secundarla o no, “experimentan algún tipo de unión, de identidad social”. Un sentimiento que puede servir para abrir una brecha en la percepción de la realidad y de la capacidad para cambiarla o influir en ella. Una huelga exitosa es la que consigue tocar “la conciencia de la mayoría de los trabajadores, su confianza en su capacidad de acción colectiva y de alcanzar metas y reivindicaciones”.
El éxito del 14-D
En la mente colectiva está grabada aquella huelga general del 14 de diciembre de 1988 que consiguió paralizar por completo el país. Aquella España de calles vacías y persianas bajadas ha sido muy difícil de repetir. Antonio Baylos señala que se trató de un paro general que no puede compararse al resto porque más que una huelga general fue una “huelga nacional” a la que los pequeños empresarios también se sumaron, como precisamente sucedió ayer en Grecia.
“A partir de ese precedente, todo nos parece poco, pero fue una huelga en la que participó absolutamente toda la ciudadanía, no sólo los trabajadores”, opina el experto, que dice que todos los gobiernos “tienen la obsesión de decir que la huelga no ha conseguido sus objetivos” y que el éxito de la convocatoria no puede nunca valorarse sólo a corto plazo. No obstante, admite que algunas han sido muy exitosas, mientras que otras no tanto. “La última del 29-M no ha cambiado las ley, pero probablemente sí ayudó a cambiar las conciencias”, dice.
Bibiana Medialdea cree que el éxito de los paros es más fácil de medir cuando se convocan por una agresión concreta a los derechos laborales, por ejemplo, cuando en 2002, el Gobierno de Aznar retiró el 'Decretazo' tras la huelga de junio. Sin embargo, en un contexto de agresiones permanentes, como el actual, la eficacia “es más difícil de medir objetivamente, pero eso no le resta importancia”.
“En este contexto necesitamos un punto de inflexión en la respuesta social a las políticas impuestas por la 'troika'. El 29-M no fue un fracaso de seguimiento, pero no consiguió situarse como punto de partida para entrar en un nuevo escenario de movilizaciones. En ese sentido, estamos en mejores condiciones que entonces: es una oportunidad para que todas las movilizaciones sectoriales de estos meses confluyan. El éxito dependerá de eso, de que sea el punto de ararnque para una movilización sostenida y más coordinada”, asegura.