Aceite, cereales, lácteos, carne, azúcar… La presión de los precios alcanza a la gran mayoría de materias primas y, aunque se repiten los mensajes que apuntan a que la espiral inflacionista es temporal, lo cierto es que el coste de los alimentos está en máximos de la última década y aumenta el miedo a que se encarezca de forma significativa la cesta de la compra. Sin embargo, al menos de momento, los grupos de distribución prefieren apretarse el cinturón y no subir precios. Hay miedo a perder clientes.
El escenario global es poco alentador. Esta misma semana, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, la FAO, ha alertado de que los precios de alimentos básicos están en los niveles más altos desde 2011 y un 30% más caros que hace un año. Tres meses de alzas consecutivas, sobre todo, por “la continua fortaleza de los precios mundiales de los aceites vegetales y de los cereales”, asegura.
Y en esa situación, aumenta la tensión en toda la cadena. En un extremo, los productores y fabricantes, que ven cómo las materias primas que emplean se encarecen y necesitan trasladar el impacto al siguiente eslabón. En el otro, los consumidores, que ven con temor tener que destinar más presupuesto a hacer la compra. Y en medio, los distribuidores, que tratan de capear el temporal.
“No dejarse arrebatar clientes”
A día de hoy, los supermercados no quieren hablar de subida de precios. Asumen que tratarán de aguantar todo lo posible. En gran medida, porque el que mueva ficha y suba precios puede ver cómo los clientes se marchan con la competencia. Y, si se van, es posible que no vuelvan. No en vano, en el retrovisor tienen todavía lo ocurrido en la crisis de hace casi una década, cuando se desató una guerra de precios que dejó huella.
“Sabemos que, si se suben precios de forma injustificada, los clientes se pueden ir a otro establecimiento, por ello se trata de subir lo menos posible o lo más tarde posible, sencillamente para no dejarse arrebatar clientes por la competencia”, reconoce Ignacio García Magarzo, director general de la Asociación Española de Distribuidores de Autoservicio y Supermercados (Asedas), en la que están cadenas como Mercadona, Dia, Lidl o Froiz, entre otras.
“En la distribución alimentaria la competencia es muy fuerte. El nuestro es uno de los sectores más competitivos de la economía española. Y en la cadena, somos el último eslabón, el que tiene relación directa con el consumidor y eso nos da una enorme responsabilidad”, apunta, en declaraciones a elDiario.es. “Si el consumidor se viera más afectado por una crisis económica, este sector hará todo lo que tenga que hacer para que el impacto en la alimentación sea lo menor posible”, argumenta García Magarzo.
Un tema 'tabú', aunque cada vez menos
Hablar de precios no es una tarea fácil ni para las compañías ni para los fabricantes, que temen que anunciar una revisión de sus tarifas haga saltar las alarmas de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), porque pueda considerar que se está alzando la voz para que todos los actores de la industria de la alimentación vayan en la misma dirección. Sin embargo, en las últimas semanas sí que hay empresas, sobre todo internacionales, que están reconociendo que tienen que subir los precios a los que venden a la distribución.
Una de esas compañías es la dueña de Milka, Oreo o Fontaneda, la multinacional Mondelez. Su consejero delegado, Dirk Van de Put, ha reconocido que la presión de las materias primas y el alto coste del transporte marítimo le va a obligar a revisar precios y que estos van a permanecer altos, previsiblemente, a lo largo de todo 2022. En la misma línea, el grupo francés Danone o el gigante estadounidense Kraft Heinz, quien advierte de que habrá que acostumbrarse a un escenario con los precios al alza.
En cuanto a las empresas españolas, una de las que ha reconocido la creciente presión es Ebro Foods. La dueña de marcas de arroz como Brillante o Sos, que cotiza en bolsa, reflejaba en su última presentación de resultados que ha comenzado “a implementar una política de subida de tarifas” ante lo que percibe como la mayor inflación en materias primas desde 2007.
Con el precio de la energía disparado y la inflación en el 5,5%, aunque en el caso de la alimentación se mueve en niveles del 1,6%, el sector reconoce que monitoriza de forma constante, semana a semana, cómo se comportan los consumidores.
Están atentos a señales, que puedan indicar cambios de hábitos como los que ya percibieron en la anterior crisis. Por ejemplo que, cuando llegan los problemas económicos o las previsiones no son halagüeñas, se compra menos pero más veces.
De momento, no saltan las alarmas. “El IPC en alimentación ha estado totalmente estable durante muchos meses y ahora presenta un crecimiento moderado, muy por debajo del IPC general”, señala el director general de Asedas.
Dinámicas inflacionistas
Pero, si los fabricantes suben precios y la energía no da un respiro, la distribución lo notará en unos márgenes que tampoco son infinitamente elásticos y donde la rentabilidad, en la mayoría de compañías, va ligada al volumen. “En la distribución los márgenes están muy ajustados, por ello es importante contar con una estructura de costes muy estable, que permita asegurar la eficiencia. Es lo que hace que en España tengamos los precios alimentación hasta 5 puntos por debajo de la media de la Unión Europea”, destaca García Magarzo.
Esa tensión en la cadena no se percibirá hasta que las compañías hagan públicos sus resultados. Pero, en España, solo hay una empresa cotizada en este sector, Dia, que aún no ha presentado datos de su evolución entre julio y septiembre, ni sus previsiones para lo que queda del año.
Sí lo han hecho otros gigantes europeos, como Carrefour. “El grupo presta especial atención a las dinámicas inflacionistas, especialmente en lo relativo a la energía y a los precios de la alimentación”, explica en su última presentación de resultados.
“El incremento de los precios de las materias primas ha tenido un impacto limitado para el comportamiento del grupo hasta el momento, dado que se beneficia de los contratos anuales de compras negociados para todo el grupo en Europa”. “Por ahora, el grupo no anticipa un efecto material de la inflación en su evolución para el conjunto de 2021”, resume.
Carrefour no se pronuncia sobre 2022. Hacer prospectiva no es fácil, más aún con el recuerdo de lo que sucedió en la última crisis financiera. En 2008, la distribución se lanzó a una guerra de precios que golpeó sus resultados y que, entre otras derivadas, impulsó y consolidó la 'marca blanca'.
Como ejemplo, lo que ocurrió entonces con los resultados de Mercadona. En ese 2008, su beneficio se recortó un 5%. Un año después, se redujo un 16%, en un ejercicio en el que reconoció haber llevado a cabo una rebaja de precios del 10% y recortado el número de referencias en sus lineales. En 2010, cuando el final de la crisis aún no se vislumbraba en el horizonte, su beneficio se elevó un 47% tras haber tomado, en palabras de su presidente Juan Roig, decisiones “impopulares y molestas”. Una década después, a la espera de ver si la inflación es temporal y en 2022 cambia el ciclo de las materias primas, los grupos de distribución no quieren plantearse lo de nadar contracorriente.