Thaler, un Nobel contra el ‘homo economicus’

Una de las cosas que se achacan más recurrentemente al gremio de los economistas profesionales es su estrecha concepción del ser humano como homo economicus: un ser sin consideraciones morales, solamente obsesionado con alcanzar la máxima rentabilidad económica, y cuya racionalidad instrumental alcanza cotas sobrehumanas. Y, sin embargo, esta caracterización no pasa sino por ser una caricatura más de todas las que adornan a la profesión. En la mejor ciencia económica, la concepción del ser humano ha sido siempre más compleja de lo que a los profetas del libre mercado y a los críticos de brocha gorda les hubiera gustado. Fue Keynes quien habló de los Animal Spirits, ese comportamiento gregario e irracional de los inversores a la hora de tomar decisiones de inversión. Amartya Sen ha destinado buena parte de su carrera académica a explicarnos la libertad individual como un ejercicio de construcción de capacidades mucho más amplio que la mera rentabilidad económica. Kahneman ganó el premio Nobel por sus investigaciones sobre la psicología del ser humano y su impacto en la toma de decisiones económicas, al igual que Schiller ha mostrado las limitaciones de la racionalidad de los mercados financieros. Por su parte, Dan Ariely nos explicó cómo las fallas cognitivas del ser humano permiten incluso predecir qué errores de racionalidad se podrían esperar en la toma de decisiones, y cómo los mismos son aprovechados por disciplinas como el marketing y la publicidad.

En ganador del Premio Nobel de Economía de 2017, Richard H. Thaler, se enmarca en esta corriente plural y diversa de pensamiento económico conocida como la economía conductual, que no es sino una manera de redefinir el comportamiento de los agentes económicos en función de los condicionantes cognitivos, morales o grupales de los mismos, con resultados siempre sorprendentes. Thaler se ha hecho mundialmente conocido por el bestseller ‘Un pequeño empujón’ (Taurus, 2009), en el que describe cómo las limitaciones de la racionalidad de los agentes económicos los llevan a tomar decisiones subóptimas para las cuales la economía escolástica no está preparada. Desde su punto de vista, los decisores de políticas públicas deberían tomar esta realidad en cuenta a la hora de diseñar las mismas y ofrecer una suerte de “paternalismo liberal” por el que, a través de “pequeños empujones”, los agentes económicos se decidan por opciones racionalmente superiores, como dejar de fumar frente a no hacerlo. Su obra más reciente en castellano es 'Todo lo que aprendí con la psicología económica' (Deusto, 2017), en la que hace repaso de sus investigaciones explicando las fallas cognitivas y de racionalidad existentes en la toma de decisiones económicas.

¿De qué estamos hablando? Supongamos que tenemos dos opciones para hacer una apuesta. En la primera, tenemos un 50% de probabilidades de ganar 100 euros y un 50% de probabilidades de no ganar nada. En la segunda, tenemos un 50% de probabilidades de ganar 200 euros y un 50% de probabilidades de perder 100 euros. ¿Cuál elegiría? La respuesta mayoritaria es la primera opción, si bien ambas tienen el mismo resultado en términos de esperanza matemática (100*50%+0*50%=50 euros; 200*50%-100*50%=50 euros). La clave de este ejercicio es que el cerebro humano sobrepondera las pérdidas frente a las ganancias, somos conservadores por naturaleza, aunque la esperanza matemática de ambas apuestas es la misma.

Thaler ha dedicado su carrera a examinar cómo este tipo de “fallas” en la racionalidad humana afectan a la toma de decisiones económicas. Las consecuencias son de calado: la economía escolástica se basa en una racionalidad ilimitada del agente económico, que toma decisiones maximizando su función de bienestar, y que, además, atendiendo al operador de “expectativas racionales” tan de moda desde la revolución de la nueva macroeconomía clásica, es omnisciente respecto de lo que se puede esperar en el futuro. En otras palabras, el homo economicus sabe perfectamente lo que le conviene, y además es capaz de tomar en consideración las consecuencias presentes y futuras de las decisiones del resto de los actores.

Es más que notorio que la mejor ciencia económica ha desacreditado esa visión idílica y reduccionista del ser humano: Thaler ha contribuido a ello con sus estudios sobre el imperfecto comportamiento humano, permitiéndonos comprendernos como lo que somos, seres limitados que no sólo nos equivocamos, sino que lo hacemos siguiendo unas pautas predecibles. Que este reconocimiento de nuestra falibilidad como agentes económicos ponga en cuestión la bondad del mercado como asignador de recursos escasos es harina de otro costal. Las consecuencias lógicas de sus investigaciones podrían sugerir que así es, de la misma manera que las investigaciones de Sen y Nussbaum nos hacían dudar de la capacidad de elección bajo la tesis de las preferencias adaptativas -aquella tesis por la que la capacidad de elección de un individuo está predeterminada por las opciones que se perciben como factibles.

Los enormes avances que ha supuesto la economía conductual en el ámbito de las políticas públicas y de la teoría microeconómica no se han trasladado, todavía, a la corriente principal de la macroeconomía y la política económica. Sólo algunos ejemplos meritorios, como el esfuerzo de Paul de Grauwe, por reformular los modelos macro bajo estos supuestos, deben ser tomados en consideración. La mayoría de los macroeconomistas siguen trabajando con un “operador” de expectativas racionales perfectamente racional y totalmente omnisciente respecto al futuro. Un grave error que seguimos pagando día a día en la formulación de las políticas económicas.

La microeconomía está, hoy, muy por delante de la macro en el entendimiento de la complejidad del ser humano y sus limitaciones. Thaler es un magnífico ejemplo de cómo estudiar el comportamiento humano puede llevarnos a una mejor comprensión del funcionamiento de nuestra economía y nuestra sociedad. ¿Merecía por lo tanto el premio Nobel? Quien escribe estas líneas quiere romper una lanza a favor de la candidatura de Esther Duflo, quien lleva años aplicando la economía del comportamiento a la resolución de los problemas del desarrollo económico y la lucha contra la pobreza. El año que Duflo consiga su premio Nobel, que llegará, será la segunda mujer en hacerlo después de Ostrom en 2009. Cada año que pasa sin que esto ocurra, la academia se reafirma en contribuir a que la comunidad de las ciencias económicas sea probablemente la comunidad intelectual con mayor grado de desigualdad y sexismo de todas las existentes. Quizá este sea también un sesgo cognitivo, pero uno de los que debemos combatir.