El pasado 18 de junio, Nvidia accedió a la hegemonía bursátil mundial. El valor de sus acciones superó en capitalización a los activos de Microsoft, como días antes lo había hecho con los de Apple, provocando un doble sorpasso sobre las compañías que se habían disputado en el último decenio la supremacía empresarial del planeta.
La multinacional californiana pasó de inmediato a captar toda la atención de un mercado en el que se ha fraguado un binomio con una doble lectura encriptada. “Será la primera en rebasar los cuatro billones de capitalización bursátil tras superar la travesía de los dos a los tres billones en menos de 100 días”, augura Dan Ives, analista tecnológico de la firma de inversión Wedbush Securities. Pero también una de las probables protagonistas de la brusca corrección que empiezan a descontar dentro de un horizonte cercano las gestoras de fondos y a alertar los jerarcas de foros como el BIS o el FMI con una inusitada frecuencia.
Menos de un mes después otro emporio, la taiwanesa TSMC, fábrica de los procesadores de gama más avanzada, según el sector, y suministradora habitual de Nvidia o Apple, entre otras, ha rebasado el billón de dólares en bolsa.
Puede que la cota de TSMC esté lejos todavía de los registros de Nvidia. Pero su historia ilustra también a la perfección el combate inversor que se libra en torno a la Inteligencia Artificial (IA) y su carrera competitiva entre grandes potencias mundiales, la resiliencia activa de las cadenas de valor por este salto tecnológico y cómo la geopolítica sigue añadiendo amenazas al ciclo de negocios y la actividad empresarial. Porque TSMC no solo es el estandarte empresarial de Taiwán, también es el tercer foco de disputas geoestratégicas junto al conflicto ruso en Ucrania y el israelí en Gaza, ya que es la reclamación territorial más visceral de China. Estamos hablando del centro neurálgico de donde sale el 90% de los chips más avanzados al mercado.
Sin TSMC, las big-techs carecerían de la propulsión que les ha brindado Wall Street, escribe el analista de Morgan Stanley, Charlie Chan, en una nota a inversores. “Es como si la compañía hubiera enviado un mensaje de que sus cadenas de valor podrían tener dificultades en 2025, lo que dejaría a sus clientes sin atención plena a sus demandas”, por las tensiones geopolíticas, “a menos que atisbe una revalorización apreciable de su acción”.
Es una especie de “grito de marketing de depredador hambriento” en el que participan tanto el presidente y CEO de TSMC, C. C. Wei, que insiste en que su precio bursátil “es inferior” al de su valor empresarial, como el de Nvidia, Jensen Huang, quien asegura que los pedidos que tiene ya en cartera “podrían llevar años de entrega”.
Wall Street ha cerrado otro semestre brillante. Nvidia, Microsoft y Apple -todas por encima del listón de los 3 billones- más Google y Amazon -que se han instalado en el rango de los 2 billones- superan los 14,5 billones y acaparan el 32% del S&P 500. Muy por encima de los 11,1 billones a los que llegó la burbuja de las punto-com en 2002, dice la firma de datos Siblis Research. Bajo un estado de euforia porque la bolsa neoyorquina ha subido un 150% desde la Gran Pandemia, con unos tipos entre el 5,25% y el 5,50% y la inflación aún al acecho. En este escenario, el Nasdaq se elevó un 18% entre enero y junio y el S&P 500, otro 15%.
La fiebre tecnológica y, sobre todo, el sobrecalentamiento de los valores vinculados a la industria de los chips, han obrado un milagro que el mercado no ha sido capaz de anticipar tras un bienio inflacionista, cargado de conflictividad geopolítica y condiciones crediticias restrictivas que no auguraban un periodo de bonanza así. En Europa, los repuntes de sus plazas bursátiles han oscilado en torno al 10%. Con los valores de la holandesa ASML un 42% más caros que hace un año, hasta alcanzar los 395.000 millones de euros, la primera de la industria chip y tercera por capitalización del Viejo Continente tras la farmacéutica danesa Novo Nordisk y el emporio galo del lujo LVMH.
La química económica y geopolítica empieza a bullir
La probable llegada de Donald Trump a la Casa Blanca en noviembre será el próximo detonante geopolítico en ciernes, tras la calma tensa que sacudió los mercados por las elecciones en tres poderosos mercados emergentes -México, India y Sudáfrica-. Días más tarde, por las primas de riesgo francesas e italianas en las tres semanas que siguieron a las elecciones europeas y la doble contienda en las urnas de las legislativas galas, hasta comprobar el frenazo a la ultraderecha de Marine Le Pen.
La victoria laborista en Reino Unido y el concilio conservador, social-demócrata y liberal en las instituciones europeas también han contribuido a restablecer cierta paz bursátil. Sin embargo, el salto de TSMC al billón de dólares parece haber pasado el Rubicón a los ojos del mercado. Los soldados industriales que han armado el Dorado tecnológico con sus chips y hacen prosperar Silicon Valley revelan preocupación, dice The Economist. En gran medida por la acumulación de riesgos geopolíticos, que están despertando a los inversores de su mágico mundo de colores en torno al milagro de la era moderna: la digitalización.
El semanario británico menciona las maniobras militares chinas de comienzos de verano a golpe de vista del Hsinchu Science Park, sede corporativa de TSMC y la dialéctica bélica calculada desde Pekín, con amenazas veladas de cataclismo ante una hipotética invasión, de ciberataque o de bloqueo comercial y energético.
Aunque el CEO del gigante taiwanés se apresuró a explicar que la exhibición naval y aérea china “no era nada nuevo” para él, porque dice haber visto “sobrevolar misiles desde 1966” sobre su país, la proximidad de la Armada china a las costas taiwanesas y la intensidad de las operaciones que quiso transmitir Pekín fueron excepcionales. En el orden económico ni China emite señales de revitalización ni el peligro de recesión se ha ido por completo de EEUU.
Todo ello mantiene a la altamente subvencionada industria de los chips en vilo. Fuera de Europa y EEUU, las firmas de Japón, Corea del Sur o la propia Taiwán no se manifiestan tan confiadas en la defensa estadounidense de la isla como en el pasado, ni en su política de sanciones, aumento de aranceles o subsidios para paliar el músculo geopolítico de Pekín en el ámbito tecnológico. Es como si las empresas de chips se hallaran ante la encrucijada asiática, pese a que desde allí se realizan envíos masivos a sus aliados occidentales y en un momento crucial para la IA y la era digital. “La guerra del chip amenaza con aporrear todo este conglomerado” avisa The Economist.
Una disputa abierta por el maná de ayudas en EEUU
TSMC e Intel personifican el conflicto doméstico en EEUU, que también ha surgido. La taiwanesa acordó en 2022, nada más lanzarse las ayudas federales, ubicar su tercera fábrica en el primer mercado global, en Arizona, y aumentar su inversión total hasta los 65.000 millones de dólares. A cambio de 6.600 millones de subsidios federales y otros 5.000 en préstamos ventajosos. Año en el que la Casa Blanca liberó 50.000 millones en avales a firmas manufactureras que aporten tecnología a los procesos de transición digital y energética. Las previsiones del Departamento de Comercio hablan de que las compañías de chips avanzados acapararán el 20% del capital privado en 2030.
Laurie Locascio, subsecretaria de Comercio para Asuntos Tecnológicos, admite que TSMC es una empresa estratégica para restaurar el liderazgo mundial de EEUU en la Revolución Industrial 4.0, pese a tener presencia activa en China.
Intel, la corporación de tecnología industrial por excelencia de EEUU, representa la cara oculta de esta disputa por los recursos federales y por la hegemonía global de la IA. Igual que AMD o IBM, explica la firma de investigación Melius Research. Las tres están “entre las más expuestas a un reajuste bursátil” en el segundo semestre de 2024 y se han visto relegadas en la lucha por los subsidios americanos frente al gigante TSMC o Nvidia. Batalla que inició en realidad Donald Trump con las subidas tarifarias a China, que siguió Joe Biden con el bloqueo a la transferencia de tecnología estadounidense a Pekín y que el FMI calcula que ha restado desde 2019 alrededor de 1 billón de dólares al PIB global: 1,2 puntos de dinamismo.
La Administración Trump 2.0 acabaría con este escenario, según un congresista de la comisión de Tecnología China que prefiere guardar el anonimato. “No solo actuaría en contra de TSMC, sino de cualquier firma de chips surcoreana como SK Hynix o Samsung que han invertido unos 35.000 millones de dólares en China desde 2020: ”Trump no querrá ninguna empresa presente en el gigante asiático“.
Jacob Ware, analista del Council on Foreign Relations (CFR) afirma que “las relocalizaciones de industrias de semiconductores implican una colisión frontal entre seguridad nacional y eficiencia económica” como lo demuestra el pulso TSMC-Intel. El 44,2% de las compras exteriores de chips sofisticados que emplean las firmas de EEUU -incluso Intel o Qualcomm- proceden de Taiwán ya que los circuitos integrados made in US se especializaron en el diseño de procesadores, que hace una década tenía más márgenes de beneficios, pero no satisfacen la demanda de la IA avanzada.
Europa también ha pedido a las dos superpotencias que rebajen sus nacionalismos comerciales y, aunque ha activado sus fondos Next Generation a las compañías de chips del mercado interior y ha seguido la estela de subidas arancelarias a los coches eléctricos chinos, señala a la carrera competitiva entre ambas superpotencias como generadora de un caos que podría desembocar en nuevos episodios disruptivos de las cadenas de valor y paralizar los motores que propulsan la economía digital, las tecnologías generativas y la IA. Entre ellos, los chips. Y frenar la profunda transformación que ejerce sobre una multiplicidad de industrias y en términos de productividad.