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The Guardian

“La vida es brutal”: preocupación en India por la presión laboral en las grandes empresas

Trabajadores suben a un tren en la India.

Hannah Ellis-Petersen

Delhi —

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Para el ciudadano indio promedio, la semana laboral actual es la más larga que nunca, con un total de casi 47 horas. Según estadísticas laborales recientes, India tiene una de las fuerzas laborales más sobrecargadas del mundo, con jornadas más largas que las de China, Singapur e incluso Japón, país famoso por su implacable cultura del trabajo. De media, un empleado en India trabaja 13 horas más a la semana que uno en Alemania.

Casi el 90% de quienes trabajan en el país asiático son trabajadores informales, no registrados, para quienes la explotación es moneda corriente. Sin embargo, también resultan alarmantes las condiciones laborales de los empleados registrados, sobre todo en el sector empresarial, donde las prácticas laborales no han cambiado en décadas y, según los críticos, que el afán de lucro sigue siendo el rey.

En julio, Anna Sebastian Perayil, contable de 26 años que trabajaba en las oficinas indias del gigante de la contabilidad Ernst and Young (EY), murió cuatro meses después de haberse incorporado a la empresa. En una carta escrita a raíz de su muerte, la madre de Anna afirma que la presión asfixiante del “abrumador” entorno laboral había hecho mella en su hija hasta llevarla a la muerte.

“Trabajaba hasta altas horas de la noche, incluso los fines de semana, sin tomar siquiera un respiro”, dice la carta, que se hizo viral en toda India. “La exigencia incesante y la presión para cumplir expectativas poco realistas no son sostenibles, y nos han costado la vida de una joven con muchísimo potencial”. En su carta, la madre también señala que nadie de la empresa había asistido al funeral de su hija.

Un exempleado de EY, que pidió permanecer en el anonimato para proteger su puesto de trabajo, dice que el ambiente laboral tóxico denunciado por la madre de Peyaril era una práctica habitual en la empresa, y que provenía de las esferas más altas.

“La vida es brutal y todo el mundo está sobrecargado”, dice. Las jornadas de 12 o 13 horas diarias, que terminaban alrededor de las 10 de la noche, eran la norma, al igual que trabajar los dos días del fin de semana.

Según cuenta, eran habituales el menosprecio y la degradación a los empleados, que eran vistos como recursos antes que como seres humanos. “Lo que hay una jerarquía extrema. Los altos directivos amedrentan a los subalternos para mantenerlos siempre alerta. Gritaban y tiraban expedientes, y a menudo la gente se echaba a llorar”, añade.

Una de las cuestiones que este exempleado destaca es la competencia que se genera alrededor de los puestos en estas empresas. Cada vez son más los jóvenes indios que van a la universidad, pero el número de puestos en el sector empresarial no ha aumentado lo suficiente para satisfacer la demanda, por lo que sólo el 40% de los licenciados tienen trabajo. Suele haber decenas de miles de solicitantes para un solo puesto, y multinacionales como Ernst and Young son las más codiciadas.

“No hay incentivos para que las grandes empresas modifiquen sus prácticas, porque los ejecutivos saben que si una persona no cumple con lo esperado o renuncia, habrá miles de personas que ocuparán su lugar”, dice. “La productividad y las largas jornadas laborales son lo único que importa, sin tener en cuenta el bienestar de los empleados. Es difícil que eso cambie pronto”.

El director de EY en India, Rajiv Memani, lanzó un comunicado según el cual las acusaciones de alta presión son “completamente ajenas a nuestra cultura empresarial” y que la firma concede “la máxima importancia al bienestar de nuestros empleados”.

En un segundo comentario, enviado a The Guardian, EY se declaró “profundamente entristecida” por la muerte de Peyaril. “Nos tomamos la carta escrita por la familia con la mayor seriedad y humildad. Damos máxima importancia al bienestar de todos los empleados y seguiremos buscando formas de mejorar”, afirma la empresa.

Sin embargo, muchos han señalado que las exigencias excesivas no son patrimonio exclusivo de las grandes empresas de contabilidad. Narayana Murthy, uno de los fundadores de Infosys, la principal empresa de tecnología de la información (TI) de India, sugirió el año pasado que para que India se convierta en una potencia económica mundial los jóvenes deberían trabajar 70 horas por semana.

Ravneet, que trabajó anteriormente en una empresa de TI, describe un ambiente de trabajo igualmente tóxico, en el que a los empleados no se les permitía conversar ni socializar en el lugar de trabajo, todas sus pausas eran estrictamente monitoreadas y se les descontaba el salario de forma arbitraria.

“Todo lo que hacíamos era vigilado de cerca”, dice. “Sabían que podían explotar a la gente porque todos están desesperados y esperan durante años para acceder a este tipo de empleos. No pueden permitirse perderlos, así que no se quejan ni siquiera cuando saben que los están explotando o que se están infringiendo las leyes laborales”.

Ravneet dice que trabajar allí afectaba su salud mental, hasta que un día lo despidieron, sin explicarle el porqué.

Empleados de otros sectores, desde los medios de comunicación a la industria del entretenimiento, dicen que el problema también es endémico en sus áreas de trabajo. Sara, que trabaja en eventos corporativos desde hace más de una década, dice que está completamente normalizado trabajar 16 horas al día y recibir tareas a las 11 de la noche del domingo para tenerlas hechas a primera hora de la mañana del lunes.

Según Sara, “estas empresas fomentan dinámicas truculentas en el lugar de trabajo porque creen que es bueno para el negocio que los empleados se sientan inseguros y amenazados, ya que así trabajan más”.

Finalmente, Sara optó por hacerse autónoma y así liberarse, al menos en parte, de la cultura corporativa tóxica de la oficina donde trabajaba. “Apenas tienes tiempo para comer o dormir bien y al final acabas por perderte de vista a ti mismo”, explica. “Claro que causa mucho daño, pero a nadie parece importarle”.

Traducción de Julián Cnochaert.

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