Una de las recomendaciones habituales para evitar las plagas de mosquitos y la proliferación del virus del Nilo, que este año circula ya por Sevilla, Huelva y Córdoba, es evitar esas pequeñas acumulaciones de agua que pueden producirse en viviendas o jardines, en un sótano mal aislado o en el plato de una maceta. Los insectos necesitan este elemento para que sus larvas se desarrollen. Pero, ¿qué ocurre en los centros de trabajo donde el agua es una herramienta o el propio motivo del empleo?
El Plan Nacional de prevención, vigilancia y control de las enfermedades transmitidas por vectores, del Ministerio de Sanidad, ya establece que deben aplicarse medidas de prevención de riesgos laborales en aquellos lugares en los que haya circulación de insectos que puedan transmitir el virus del Nilo, pero también otras enfermedades, hasta hace poco erradicadas en España, como el dengue, el zika o el chikungunya. Además, a principios de año, el Instituto Nacional de Seguridad Social y Salud en el Trabajo (INSST) incluyó en sus fichas de agentes biológicos el dengue, el virus del Nilo Occidental y la fiebre hemorrágica de Crimea-Congo.
Manuel trabaja en la depuradora de aguas residuales de la ciudad de Sevilla. En este municipio se han registrado los únicos dos fallecidos por el virus del Nilo, de los 17 casos detectados en humanos en lo que va de año. “Hay bastante agua, que es donde los mosquitos suelen nidificar, además de arañas, avispas y otros insectos”, indica. La empresa municipal de aguas licita la estación con un pliego de condiciones que, hace dos años, incluía la necesidad de fumigar una vez al año, conscientes ya del potencial riesgo que entrañaba para los trabajadores de la planta la expansión de este virus. “El primer año no se tuvo en cuenta, pero este, sí. Se ha fumigado toda la zona y se ha notado que la población de mosquitos ha bajado”, aclara.
Aunque en la depuradora sevillana “no se ha detectado ningún caso”, este trabajador reconoce que “preocupar, preocupa”. El virus se transmite de un ave infectada, lo que se conoce como reservorio, a los mosquitos, que son los vectores, y de estos a otras aves, a caballos y a humanos. Estos dos últimos pueden desarrollar la enfermedad, la fiebre del Nilo occidental. “En el 80% de los casos, la infección es asintomática; en el 19% la sintomatología es muy leve, con una décimas de fiebre, malestar y dolor de cabeza; mientras el problema está en ese otro 1%, que puede desarrollar infecciones graves”, explica el investigador de la Estación Biológica de Doñana, dependiente del CSIC, Jordi Figuerola.
Un invierno más suave y más lluvia en primavera
El virus del Nilo lleva circulando por España, al menos, desde 2004, cuando se detectó el primer caso. Sin embargo, según señala el experto, este año se están registrando más de esos casos que se engloban en el 1%. La explicación tiene que ver con la conjunción de varios factores: un invierno con temperaturas suaves, que no matan a las hembras y permiten una primera puesta en primavera, y lluvias a finales de mayo y principio de junio, que inundaron los arrozales del bajo Guadalquivir, “una máquina de criar mosquitos”, explica el investigador.
En las gráficas de capturas del Observatorio de mosquitos del Guadalquivir puede verse un repunte tanto en abril como en julio. “La captura máxima del culex pipien suele ser de 80 ejemplares y hace una semana llegamos a más de 13.000”, aclara Figuerola, que recuerda que el virus del Nilo es ya endémico en España.
En los últimos años, los sindicatos han centrado su batalla en concienciar sobre los riesgos de la exposición a las altas temperaturas. Con esa idea ya arraigada, ahora quieren empezar a ahondar también en otras cuestiones vinculadas con la crisis climática. “A mayor contaminación atmosférica, hay una serie de gases a los que las personas trabajadoras tienen mayor exposición y están surgiendo enfermedades transmitidas por vectores, que causan ya preocupación en depuradoras y servicios municipales de limpieza. Tenemos que hablar de este tipo de problemas y de qué medidas preventivas se tienen que poner en marcha, como las prendas a vestir, los repelentes, las vacunas...”, indica la secretaria de salud laboral de Comisiones Obreras, Carmen Mancheño.
En el VI Plan Director de Prevención de Riesgos Laborales de la Comunidad de Madrid (2021-2024), este sindicato ya indicaba que el “cambio en incidencia y distribución geográfica de enfermedades transmitidas por mosquitos y garrapatas, relacionada con la variación de temperaturas, precipitaciones o humedad”, era un factor de riesgo.
“Parece claro que medioambiente y prevención de riesgos laborales deben coordinarse cada vez más”, coincide la profesora de Derecho del Trabajo y subdirectora del Máster Universitario en Prevención de Riesgos Laborales de la Universidad Carlos III de Madrid, Ana Belén Muñoz, que recuerda que la normativa “ofrece algunas vías para facilitar esa integración”, como la posibilidad de implantar, “a través de convenios colectivos, la figura del delegado de prevención y medioambiente, y articular medidas preventivas”.
Deber de seguridad “prácticamente ilimitado”
Esas medidas, en todo caso, deben ser proactivas. Y la obligación de proteger la salud de los trabajadores en el desarrollo de su actividad, en cualquier eje, no es nueva. “La empresa está sujeta a un deber de seguridad incondicionado y prácticamente ilimitado”, señala la profesora. Pone como ejemplo una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Aragón, que condenó a una compañía por la muerte de un trabajador por malaria tras un viaje de empresa a Camerún.
El hombre se había trasladado al país africano en abril de 2016 y, durante su estancia, un mosquito la transmitió paludismo. Aunque la empresa tenía un protocolo de seguridad, el tribunal lo consideró insuficiente, puesto que remitía a sus empleados a la web del Ministerio de Asuntos Exteriores, lo que “no es actividad preventiva alguna”. “Debió comprobar la empresa que su trabajador había realizado la vacunación oportuna y que conocía el deber de protegerse al máximo en la zona de destino a fin de no contraer la enfermedad de riesgo”, indica la sentencia.
Hasta el momento, la jurisprudencia relacionada con la transmisión de enfermedades por vectores en el ámbito laboral se centra principalmente en sucesos acaecidos fuera de España. En 2012, el Tribunal Superior de Justicia de Catalunya condenó a Médicos sin Fronteras a abonar una indemnización de 347.000 euros a un trabajador que padecía síndrome de fatiga crónica post-dengue. La empresa consideró que no se trataba de una enfermedad profesional, al estar ocasionada por un hecho puntual —la picadura del mosquito—, pero los jueces estimaron que la empresa está obligada a establecer todas las actividades preventivas necesarias, por encima incluso de las que establezcan los reglamentos.
Cómo acabar con las plagas
Santiago Ruiz es el responsable de investigación del Servicio de control de mosquitos de la Diputación de Huelva, con una estructura de unos 60 trabajadores, que se encargan de evitar la proliferación de estos insectos en unas 16.000 hectáreas de marisma mareal del litoral. Los que crían en esta zona no son vectores del virus del Nilo, pero desde 2022 se ocupan también de los municipios de la provincia con algún nivel de riesgo, unos 20 en estos momentos, donde sí circula el patógeno. “El control de plagas urbanas, por normativa, es de los ayuntamientos, pero entendemos que muchos no están preparados para ello, así que les damos cobertura en el diagnostico y tratamiento, sobre todo en zonas de depuradoras, arroyos y otros puntos críticos”, explica.
“Utilizamos biocidas autorizados para el control de larvas en los espacios acuáticos donde se crían y refuerzos con otro tipo de biocidas para la fase adulta en el entorno de núcleos urbanos”, indica el experto. Con los primeros se evita que nazcan los insectos y, con los segundos, minar las poblaciones existentes, conscientes de que “el control de plagas nunca consigue el exterminio” completo.
Entonces, ¿es posible controlar a los mosquitos vectores del virus del Nilo? “Sí. En los municipios del bajo Guadalquivir lo están asumiendo los ayuntamientos, que contratan a empresas privadas con experiencia”, indica Ruiz, que da para los trabajadores y para los ciudadanos de a pie algunos consejos básicos, como el uso de repelente o mosquiteras donde sea posible. Además, Figuerola recomienda controlar las zonas con agua en las empresas, como depósitos y pozos. “Hay que asegurarse de que están bien sellados para que no se conviertan en un criadero y una fuente de molestia para los empleados y, si hay zoonosis, un riesgo para la salud”, indica.
Antonio también trabaja en una depuradora de aguas residuales, aunque más alejada de la zona cero del virus del Nilo este año. Está en San Fernando de Henares y también allí se nota la proliferación de insectos cuando llegan las altas temperaturas. “Cada vez hay más”, estima. Y con la experiencia que da el día a día, advierte: “No sabemos a ciencia cierta si la carga biológica tendrá algo que ver o no, pero muchas veces las picaduras nos llevan a urgencias o a administrar urbason, la mosca negra deja cada vez marcas mayores y en otras plantas hay garrapatas”.
Para reducir los riesgos, admite que su empresa fumiga la planta periódicamente y que se han establecido protocolos. “En insectos tenemos primeros auxilios, si causa reacción nos vamos a la mutua y si alguien tiene una alergia sabemos dónde está su inyección”, explica Antonio, que lamenta que “las condiciones son cada vez peores, con más calor, más insectos y más problemas”.