Ha sido impensable durante muchos años. Sobre todo, tras el estallido de la burbuja inmobiliaria en 2008 y la crisis del euro posterior, en la que España fue uno de los PIIGS (el acrónimo de Portugal, Irlanda, Italia, Grecia y España, que en inglés significa cerdos, que fue la intención con la que lo acuñó en aquellos momentos la prensa financiera británica). Pero la recuperación del shock de la pandemia ha dado un vuelco a la posición de España en la Unión Europea (UE).
Actualmente, nuestro país paga menos por su deuda que Francia por los menores desequilibrios de las cuentas públicas. Es decir, porque somos más fiables. No es un chiste. Ni ironía. Los inversores exigen una rentabilidad inferior al bono de referencia (con vencimiento a 10 años) de España que al bono del país vecino desde finales de septiembre (exactamente ambos bonos están cerca del 3%, pero el francés un poco más caro), algo que no pasaba precisamente desde 2008, cuando nuestra economía estaba hinchada artificalmente.
Este hito no responde ahora a una burbuja, sino que es el resultado de la suma de una transformación estrucutural de la economía de España por las políticas desplegadas desde 2020 por los gobiernos de coalición y de, en contraste, un periodo de mayores incertidumbres políticas y económicas en Francia. Para entender mejor la dimensión del 'sorpasso' hay que analizar la historia de los mercados de deuda.
El diferencial entre el interés que se exige a la deuda de España respecto a la de Francia llegó a superar los 500 puntos básicos (cinco puntos porcentuales), cuando la rentabilidad del bono a 10 años de nuestro país llegó a acercarse al 8%, en julio de 2012, y el del país vecino estaba por debajo del 3%.
Este mismo diferencial constituye la 'famosa' y temida prima de riesgo cuando se observa respecto a Alemania, porque compara el coste de financiación en los mercados financieros de un país frente al Estado mejor pagador y con unas cuentas más sólidas. En estos momentos, la prima de riesgo española, que se disparó hasta los 600 puntos básicos en agosto de 2012 —justo después del rescate a la banca— se encuentra estable alrededor de los 70 puntos.
La última actualización de las proyecciones macroeconómicas del Fondo Monetario Internacional (FMI) sirven para entender el vuelco en el perfil financiero de España y de Francia. El organismo que dirige Kristalina Georgieva sitúa a nuestro país como una de las economías que liderará el crecimiento del PIB entre las más grandes en los próximos años, tras hacerlo ya en 2023 y 2022.
En buena parte gracias a este destacado avance de la actividad económica, pero también a la histórica creacción de puestos de trabajo —ambos factores aumentan la recaudación de impuestos y reducen las ratios que tienen al PIB de denominador—, España consigue una tarjeta de presentación fiscal mucho más saneada que la de Francia. De nuevo según el FMI, el déficit (el desequilibrio entre los ingresos y los gastos públicos) se reducirá en nuestro país al 3% respecto al PIB al cierre de este año, frente al 6% del país vecino o al 4% de Italia.
El FMI no confía en que Francia pueda controlar su déficit en los próximos ejercicios. En junio, la Comisión Europea ya abrió expediente al país vecino por déficit excesivo, un proceso previsto por las nuevas reglas fiscales de la UE según el que se verá obligado a hacer recortes en el gasto público para reducir el desequilibrio presupuestario y la deuda pública (también se observa en relación con el PIB, porque es como se mide inicialmente su sostenibilidad), con intervención de Bruselas.
España evitó este proceso de déficit excesivo. El 3% del PIB vuelve a ser el desequilibrio máximo permitido en las reactivadas reglas fiscales comunitarias. Un límite que cumplirá nuestro país desde 2024. A partir de 2025, la ratio principal bajo vigilancia pasa a ser el crecimiento del gasto público, considerado el factor crucial para reducir el déficit y la deuda.
Eso sí, las estimaciones del FMI difieren de las que el Gobierno incluyó en el Plan Fiscal y Estructural enviado a la Comisión Europea el 15 de octubre —el paraguas que regirá los Presupuestos Generales del Estado (PGE) durante los próximos siete años—, según se puede observar en el siguiente gráfico, el cuarto de esta información.
Con estas cifras sobre la mesa, el FMI señala que España rebajará su deuda pública por debajo del 100% del PIB en 2026, mientras que la de Francia no parará de elevarse año tras año.
En la práctica, los mayores desequilibrios que sufre Francia se traducen en dos cosas. En primer lugar, en que sus coste de financiación aumentan, mientras que en nuestro país se mantienen estables. Según el Plan Fiscal y Estructural que está estudiando la Comisión Europea, la factura de intereses de la deuda de España superará los 40.000 millones en 2024, el 2,5% del PIB, un nivel que se elevará un par de décimas en 2025 por “el efecto bola de nieve” de las subidas de los tipos oficiales del Banco Central Europeo (BCE) desde 2022 hasta este 2024, donde permanecerá en los siguientes ejercicios.
En un escenario extremo, si aumenta la desconfianza en Francia (entre los inversores y los fondos que conforman el mercado de deuda), el riesgo es una crisis de deuda similar a que sufrió la eurozona entre 2010 y 2014.
En segundo lugar, lo que indican los mercados financieros significa que España está mejor preparada que Francia y también que Italia para afrontar un nuevo shock económico que implique un aumento del gasto público, como ocurrió en 2020. En otras palabras, nuestro país tiene y tendrá un mayor 'colchón' fiscal para tomar medidas como las que han sido necesarias en la pandemia y en la crisis de inflación. Desde la financiación pública de los ERTE, pasando por las bajadas del IVA de la electricidad o de los alimentos, hasta las distintas ayudas directas a las empresas o a las familias más vulnerables.
“En un contexto de estabilidad geopolítica y económica doméstica y global inciertas, la volatilidad en las primas de riesgo de la deuda soberana francesa y de otros países de la eurozona podría ser una constante más que un fenómeno episódico. La vuelta de las reglas fiscales en la UE, menos estrictas que en el pasado, podría otorgar a los países algo más de espacio para maniobrar. Sin embargo, este alivio temporal no resuelve los problemas fiscales de fondo que enfrentan varios países, entre ellos Francia. La implementación de políticas de ajuste en un entorno de desaceleración y/o mayor fragmentación política podría introducir presión al alza a los diferenciales de deuda”, reflexionan los analistas José Manuel Amor, Camila Figueroa y Javier Pino en un informe publicado por Funcas recientemente.
“La polarización política en varios países clave dificulta la formación de gobiernos estables capaces de implementar reformas fiscales y económicas necesarias. Creemos lógico manejar un horizonte en el que la volatilidad en las primas de riesgo soberanas se cronifique para compensar la incertidumbre política y fiscal, limitando la capacidad de los gobiernos para consolidar sus ratios de endeudamiento, y elevando el riesgo de círculos viciosos que perpetúen la inestabilidad económica y política. Francia se sitúa con desventaja para afrontar este horizonte”, continúa estos expertos.
Mientras, pese al aumento del empleo, nuestro país seguirá siendo la economía con una tasa de paro más elevada entre las grandes de la eurozona. El desempleo se reducirá un punto, al 11,2% en 2025, desde el 12,2% desde 2023. En el conjunto de la eurozona se quedará en el 6,4%, según el FMI.
España lidera el crecimiento del PIB entre las grandes economías
Tomando como referencia los datos de Funcas, publicados justo antes de la actualización de las proyecciones del FMI y que atisban un horizonte similar, el nivel de PIB de España superará al final de 2024 en 6,7 puntos porcentuales el nivel previo a la pandemia, el del cierre de 2019, y en 2025 en 8,9 enteros. Mientras, el nivel de PIB del conjunto de la eurozona lo hará en 4,2 y 5,7 puntos, respectivamente.
Los titulares y acusaciones políticas sobre que nuestro país iba a la cola de la recuperación han envejecido muy mal. Un relato catastrofista que solo pudo prosperar por el error del INE en el cálculo de la Contabilidad Nacional (según se explica en esta información), y que tras tres correcciones históricas todavía no ha subsanado por completo.