Alex aprendió demasiado pronto el significado de la palabra supervivencia. Cuando todavía era un niño se topó con la discriminación y el estigma social que su entorno más cercano volcaba contra él cuando descubrieron que se sentía atraído por personas de su mismo sexo. “Me sacaron de la escuela porque decían que podía contaminar a los demás”, recuerda este joven camerunés. Pronto se vio encerrado en una jaula de la que quería escapar. “Allí no me sentía libre”, recuerda el joven desde su exilio. No sólo no podía vivir libremente su sexualidad, sino que además corría el riesgo de ser encarcelado.
Y es que, en Camerún, el país que le vio nacer y crecer, condena con hasta cinco años de cárcel la homosexualidad. Es uno de los 69 países que, según el informe de La Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex (ILGA, por sus siglas en inglés), las leyes criminalizan a las personas que forman parte del colectivo LGTBIQ+. Un castigo que el propio Alex se resistía a creer pero que la constitución de Camerún recoge. “Yo no sabía que ser quien soy era un delito”, dice con cierta ironía y rabia.
Y así fue cómo decidió escapar. Primero huyó de su casa y conoció a su primera pareja, un amor que vivió en la clandestinidad y el exilio pero que las fronteras arrebataron. “De Camerún cruzamos a Nigeria, Níger, Argelia y Marruecos”, fue entonces, en la otra orilla del Mediterráneo, cuando Alex y su pareja se embarcaron en una patera. “El murió, no consiguió llegar” recuerda siempre con la voz quebrada.
Así, con esa mochila a cuestas llegó a España, país de acogida y donde vive desde finales de año de 2018. La primera etapa de su vida aquí la pasó en un centro de acogida para menores que, como él, viajaban sin la compañía de una persona adulta, donde también asegura que sufrió fuerte discriminación por parte de los compañeros que hacían mella en unas heridas invisibles que Alex no ha cesado esfuerzos en curar. No fue fácil. Un idioma nuevo, un lugar nuevo y una sensación de no poder mirar atrás. Alex, que se mostraba siempre tímido e introvertido, hoy presume ser otra persona que ha logrado vivir su vida.
La aceptación como camino a la libertad
“Por fin me siento libre y con ganas de comerme el mundo. Primero conseguí aceptarme a mí mismo tal como soy, no como la sociedad me quiere ver. Aprendí a amarme, a respetarme, a perdonarme, a reconocer que no tengo culpa de ser como soy y sentirme orgulloso de ser yo mismo”, celebra.
Después de cuatro años desde que llegara a España y presentara su solicitud de protección internacional por motivos de persecución por género, Alex ha conseguido una respuesta favorable a su expediente. “¡Estoy muy contento!” no para de repetir con emoción, es una pequeña victoria en este camino de obstáculos. Sabe que, por desgracia, su historia no es un caso aislado. Es perfectamente consciente de que muchas personas también han tenido que abandonar sus hogares después de que sus vidas corrieran peligro, no por ser parte del colectivo LGTBIQ+ sino por venir de contextos en los que están perseguidos y o sufren una fuerte discriminación. Cuenta que ya ha terminado el borrador de un libro con sus vivencias, donde denuncia la persecución LGTBIQ+, pone en valor a los supervivientes de las fronteras y la lgtbifobia. “Quiero ayudar a otras personas que han pasado por lo mismo que yo y que vean que no están solas”, confiesa ilusionado.
Si bien es cierto que las cifras oficiales no especifican el número de peticiones de protección internacional entre las personas LGTBIQ+ que llegan a España, las organizaciones involucradas en el sistema de acogida han percibido un aumento en los último años y, desde ACNUR, la Agencia de la ONU para los refugiados, confirman que “hay muchas solicitudes basadas en este motivo y también la tasa de protección suele ser más alta que en relación a otros motivos de la Convención de Ginebra”.
Una respuesta adaptada a las necesidades
En España ha habido algunos avances en materia de protección internacional para las personas que huyen en busca de refugio tras sufrir persecución por el hecho de formar parte del colectivo LGTBIQ+. Por ejemplo, la importancia de promover un tratamiento diferenciado a lo largo de todo el procedimiento y una intervención adecuada a sus necesidades de acogida, siendo importante la formación específica en la materia de todo el personal en contacto o que trabaja con personas solicitantes LGTBIQ+, o la existencia de más recursos y de espacios seguros con equipo de profesionales especializados a cargo.
ACNUR es uno de los organismos que juega un papel importante para que estos avances sigan su curso. Entre muchas funciones, Eva Menéndez, punto focal en temas LGTBIQ+ de la Oficina de ACNUR en España, destaca el apoyo que brindan a las autoridades competentes en materia de asilo “para que refuercen sus capacidades y se puedan identificar las necesidades de protección internacional de dicho colectivo”.
“Es muy importante que se garantice el acceso seguro al procedimiento de asilo de estas personas, que se valoren correctamente sus solicitudes y se les proporcione una acogida adecuada para evitar no sólo que vuelvan a pasar por situaciones traumáticas, sino para que se promueva su autonomía, participación y empoderamiento”, asegura Ménéndez. También trabajan en contextos de gestión de llegadas irregulares donde hay que tener una mirada de protección “porque entre quienes llegan puede haber personas del colectivo LGTBIQ+ que no pueden retornar a sus países de origen en condiciones de seguridad. Por eso es fundamental desarrollar mecanismos para su correcta identificación y asegurar que reciben información sobre el derecho de asilo de una forma y en una lengua y lenguaje adaptado a su perfil”.
Se trata de un recorrido en el que cada vez tienen más protagonismo y participación las propias personas afectadas. Gente que, como Alex, comparten su historia para que no se repita y se avance en derechos.