“Jo no marxo [yo no marcho, en castellano]” fue el grito de auxilio que hace poco más de un mes lanzó Casa Anita , una librería infantil y juvenil del barrio barcelonés de Gràcia. Los nuevos propietarios del edificio le daban 30 días para abandonar el local y rescindir un contrato de alquiler que aún tiene cinco años de vigencia. A la llamada acudieron pequeños y grandes lectores, vecinos, editores, ilustradores, profesores o colegios enteros, que en menos de dos semanas lograron reunir más de 11.300 firmas físicas para impedir la marcha de lo que es algo más que una librería y que supone un proyecto cultural que desde hace 10 años forma parte del tejido social del barrio.
“Nos enteramos que los antiguos dueños habían puesto en venta el edificio al ver el anuncio por internet”, explica Oblit Baseiria, dueña de la librería, que ocupa el bajo de un inmueble de tres viviendas. Los nuevos propietarios ofrecieron indemnizaciones de entre 15.000 y 30.000 euros a los inquilinos para que abandonaran el edificio. Los ocupantes de las viviendas -todas personas mayores que llevaban prácticamente toda su vida en esas casas- aceptaron el acuerdo.
“Prácticamente no tuvieron otra opción y en cuanto firmaron les dieron solo dos días para que sacaran todas su cosas”, señala la librera. Inspira ha tratado en repetidas ocasiones de ponerse en contacto con la propiedad del edificio, Pruedo S. L., pero ha sido imposible obtener una respuesta. Casa Anita rechazó la indemnización -no le daba ni para empezar a pagar un alquiler en otro local- y al poco tiempo le llegó un burofax que le daba un mes para abandonar el edificio por incumplimiento de contrato. Le decían que realizaba actividades que no tenían que ver con la actividad de la librería como es la realización de talleres o cuentacuentos.
Contra los “especuladores”
“Obviamente no soy un almacén de libros y realizo actividades propias de las librerías”, subraya Baseiria, quien habló con su abogado y le dijo que lo “de incumplimiento de contrato nada de nada”. Y es cuando, a finales de mayo, decidió plantar cara a los que define como “especuladores”. “Compraron el edificio por 600.000 euros y hemos visto que los pisos los están vendiendo por 440.000 euros cada uno; eso no es rehabilitación sino especulación”, afirma.
Primero se puso en contacto con editores, ilustradores y profesores, colectivos con los que trabaja de forma habitual. Les contó lo que le ocurría y les pidió que empezaran a recoger firmas. Algunos lo colgaron en sus redes sociales y ella hizo lo mismo. A los ilustradores les propuso, además, un nuevo reto: elaborar carteles que tuvieran como motivo una silla, el símbolo de la librería. Las firmas comenzaron a llegar y los carteles se han sucedido uno detrás de otro y Casa Anita los ha ido colgando en su Facebook.
“La gente se descargaba la página de firmas y algunos se acercaban a traérnoslas y otros nos las dejaban por debajo de la puerta”, cuenta la librera. Un día un colegio le trajo 500 rúbricas. Y así hasta las más de 11.300 que recopilaron en menos de dos semanas. “Nos hemos dado cuenta que es un proyecto que ha calado en la gente”, señala Baseiria, quien explica que el fondo de la librería es muy amplio y escogido y precisamente una de las patas de Casa Anita es trabajar con escuelas para ayudarles a impulsar y poner en marcha las bibliotecas que creen lectores desde niños.
El pasado 21 de junio entregaron las firmas en la junta de distrito de Gràcia. “Hemos pedido una mediación activa al Ayuntamiento porque consideramos que si una de las partes actúa de forma especulativa es necesaria una intervención”, señala la fundadora de Casa Anita. A veces es optimista, otras no tanto pero lo que tiene claro es que plantará cara todo lo que pueda “para que no se carguen el tejido social del barrio”. “En la Barceloneta van piso a piso pero aquí compran edificios enteros y pensamos que no iban a llegar pero ya está aquí”, subraya.