El comercio justo (y su unión con el respeto al medio ambiente) es uno de los conceptos más abonados para el emprendimiento social. Lo que ocurre, según hemos ido viendo en algunas de nuestras entradas, es que esa práctica suele abordarse desde países del denominado mundo desarrollado y con países eufemísticamente llamados en vías de desarrollo como fuente de la materia prima. A algunos esto les suena a las buenas prácticas que limpian las conciencias. Sin apoyar esta tesis -extender un comercio no voraz beneficia en sí mismo-, también parece una buena idea que esos países “desarrollándose” lo hagan ya con prácticas justas en su propio entorno y en una escala local, cercana...de proximidad.
Puestas estas premisas, en el gigantesco país de México, se están poniendo en marcha y están funcionando proyectos de esta índole. Hoy traemos a esta tribuna a Café Ruta de la Seda, un proyecto que se autodenomina “ecopastelería y té”. Una manera de unir el placer con el respeto. Tomar un café es un gesto tan cotidiano, tan masivo, que meterlo en el saco del comercio justo es apuntar a un granero masivo. Beberlo acompañado de un dulce puede multiplicar esta dinámica. Ese es el impulso que trata de generar esta empresa: comercio justo con productos de uso cotidiano y masivo..igual a muchas posibilidades de solucionar problemas en comunidades que quieren vivir de sus productos. “Nuestro huevo es ecológico, nuestras harinas no tienen blanqueantes y supervisamos su proceso de molienda, no usamos saborizantes ni colorante”, explican en la empresa que recibe el apoyo de Momentum Project (el semillero de emprendedores de BBVA y Esade) en su país. “Contamos con los certificados para nuestros ingredientes”. En su haber se puede observar a modo de ejemplo, un rancho como el Vía Láctea Rancho Vía (Comunidad Ayotla, cerca de Zacatlán, Puebla) donde las vacas “están pastando libremente y con alimentación natural, libres de hormonas, anabólicos, transgénicos, antibióticos, pesticidas: exigencias y compromisos de la producción orgánica y ecológica”.
La empresa se sitúa en Coyoacán, en un rinconcito donde tratan, según sus palabras, de “promover el intercambio cultural y la convivencia entre los pueblos”. Yuny, a la cabeza del café, es una historiadora del arte asiático y “apasionada de la cocina de aquellas regiones transitadas por la histórica ruta de la seda”. Si el servicio de este proyecto es sugerir detalles, la consecuencia de su manera de trabajar es aportar a las comunidades con las que se relaciona. Comercio, sí. Rentabilidad para seguir adelante, también. Pero, según se ve, no a toda costa. Pequeño, respetuoso, sostenible: duradero. Una versión comercial que beneficia a todos y al alcance de muchos. Emprendedores con conciencia.