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Mastocitos: qué son estas células desconocidas pero muy importantes para el sistema inmune

Técnicos de laboratorio utilizan un microscopio

Cuando nuestro cuerpo tiene que defenderse de amenazas externas y ajenas despliega una serie de células inmunitarias, un grupo diverso que ejecuta una amplia variedad de funciones especializadas para tratar de evitar que enfermemos. Uno de estos tipos de célula inmunitaria son los mastocitos, que actúan como centinelas del sistema inmune. ¿Qué son, cómo se generan y qué funciones ejecutan en el organismo?  

Mastocitos que nos protegen

A priori, podemos pensar que los mastocitos son poco conocidos. Descubiertos por Paul Ehrlich en 1878, hablamos de células del sistema inmunitario que intervienen en diferentes procesos inflamatorios del organismo. Constituyen una primera línea de defensa contra determinados patógenos y juegan un papel decisivo en las reacciones alérgicas. Están asociados sobre todo a la respuesta inmune innata, un brazo poco específico del sistema inmune. 

Conocidos también con el término de célula cebada, estos glóbulos blancos que se encuentran en los tejidos del cuerpo “poseen componentes como la heparina o la histamina que regulan distintas funciones fisiológicas”, afirma el Doctor Gonzalo Castellanos, del Servicio de Hematología y Hemoterapia del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz. Los mastocitos están preparados para reconocer y responder contra invasores extraños, como algunos parásitos, o contra las sustancias que se compartan como alérgenos. Forman parte de la “policía” del sistema inmunológico, y  detectan señales de problemas y piden refuerzos cuando es necesario.

Su papel en las alergias y otras funciones de los mastocitos

La función básica de un mastocito es coordinar parte de las acciones de nuestro sistema inmunológico cuando se enfrenta a toxinas o agentes infecciosos, como promotores de la inflamación. Están presentes en diferentes tejidos, pero sobre todo en los que están en contacto con el exterior del cuerpo. Parece lógico, por tanto, permitir que estas células estimulen la respuesta inmune allí donde se produce con mayor frecuencia el enfrentamiento con gérmenes o toxinas, es decir, en órganos como la piel, el tracto respiratorio o el sistema gastrointestinal. 

Cuando un mastocito se activa por un estímulo externo (toxinas, alérgenos, agentes infecciosos), libera mediadores bioquímicos de forma controlada para coordinar una respuesta mediada del sistema inmunológico. En el proceso,  colaboran activamente en desencadenan la inflamación, “un conjunto de reacciones, inespecíficas en gran parte, a través de las cuales nuestro cuerpo reaccionan a agresiones internas o externas, como infecciones, traumatismos o cuadros más complejos como enfermedades tumorales o reacciones autoinmunes”, afirma Castellanos, que admite que se trata de un proceso necesario para nuestra supervivencia: participa en la cicatrización de heridas o la defensa contra patógenos, pero ha de ser controlado para no ser perjudicial.

En ocasiones, puede ocurrir que el sistema inmunológico se vea expuesto a toxinas o infecciones y que, en una persona con cierta predisposición por particularidades bioquímicas y genéticas, los mastocitos se descontrolen, pierdan su especificidad y reaccionen a estímulos a los que normalmente no lo habrían hecho, como alimentos, fármacos, pólenes o sustancias químicas. 

Estos estímulos activan algunos linfocitos B que producen anticuerpos de tipo inmunoglobulina E, que se unen a la superficie de los mastocitos y de los eosinófilos. En un segundo contacto con el alérgeno, estas células, que quedan latentes, se activan y dan lugar a las reacciones alérgicas..

Aunque la actividad de los mastocitos sea entonces necesaria en procesos imprescindibles para las funciones vitales, puede ocurrir que se convierta en patológica cuando se cronifica o se activa por estímulos que no son agresivos, así como cuando los mastocitos aparecen en concentraciones más elevadas de lo normal. Se considera que los niveles normales de mastocitos en sangre se aproximan a cero. Para ayudarnos a conocer si están alterados se usa la triptasa sérica, “una proteína que se encuentra en mayor proporción en los gránulos secretores de los mastocitos y, aunque no es específica de ellos, sí es determinante cuando se encuentra elevada”, explica Castellanos.

Así, además de poder generar una respuesta inmune que resulta patológica, mediante reacciones alérgicas que pueden ser muy desproporcionadas (anafilaxia), cuando los mastocitos empiezan a aumentar en número o a liberar mediadores químicos en el momento equivocado puede producirse una enfermedad como la mastocitosis.

Mastocitosis, la cara b de los mastocitos

“La mastocitosis es un grupo de enfermedades raras por su baja frecuencia –en torno a un caso por 10.000 habitantes- que se caracteriza porque la médula ósea, fábrica de todas las células de la sangre, produce una mayor cantidad de mastocitos de lo que debería, con características anormales y acumulándose en distintas zonas del cuerpo”, afirma el doctor Castellanos. 

En líneas generales, se habla de dos tipos de mastocitosis: cutánea o sistémica. La primera afecta sobre todo a los niños, concretamente a su piel, en forma de lesiones rojizas o marrones que suelen provocar mucho picor. Los antihistamínicos suelen ser la primera forma de tratamiento, aunque un 50% de los casos “pueden presentar resolución espontánea en el transcurso de la edad adulta”, reconoce Gonzalo Castellanos.

La mastocitosis sistémica, que suele afectar en torno al 10-15% del total de casos, puede afectar a la médula ósea, el hígado, el bazo o el tracto intestinal. Suele sospecharse en paciente que ante estímulos diversos han presentado múltiples cuadros de anafilaxia y con alérgenos distintos, como alimentos, fármacos o picaduras de ciertos insectos como las abejas o las avispas. 

En este caso, el tratamiento es más complejo y requiere de hematológico más detallado. Como explica Castellanos, “suele ser necesaria una biopsia de médula ósea para afinar el diagnóstico y valorar la presencia de mastocitos en una proporción mayor de la que resulta normal, utilizando para ello métodos de tinción específicos, así como valorando la presencia o no de mutaciones típicas”.

Aunque también existen fármacos que tienen como finalidad estabilizar los mastocitos, una de las principales vías para evitar su activación es evitar las situaciones que favorecen su activación, como “cambios bruscos de temperatura, cirugías, roces intensos con la piel o factores emocionales como la ansiedad o el estrés”, afirma el experto. En cualquiera de los casos, el abordaje multidisciplinar, en el que intervengan hematólogos, alergólogos o anatomopatólogos es clave para diagnosticar de forma correcta  este tipo de enfermedad y tratar de la forma más integral posible.

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