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Cuando no se perciben bien los colores

Una pareja mira a cámara.

Mercè Palau

Rojo como el tomate, verde como la hierba o azul como el mar. Solemos asociar los colores a imágenes cotidianas para describirlos. Algo que para la mayoría de las personas resulta sencillo pero que no lo es tanto para otras que tienen problemas para distinguir algunos de estos colores.

Cuando observamos un objeto, llegan al cerebro impulsos nerviosos que se originan por los fotoreceptores de la retina. 

El ojo humano lo que hace es componer los colores a partir de la combinación de los tres básicos: el rojo, el azul y el verde, asociados a distintos tipos de conos, que son  células de la retina que nos ayudan a percibir los colores. Cada tipo de cono tiene un rango distinto de sensibilidad a la luz, con un fotopigmento distinto: uno sensible a la luz roja, otro a la luz verde y un tercero a la luz azul.

En condiciones normales, cuando la combinación de estos tres colores básicos funciona de manera correcta, podemos llegar a percibir unos 8.000 colores y matices. Por ejemplo, la percepción del amarillo es el resultado de una combinación de entradas de conos verdes y rojos y poca entrada de azules. El blanco se percibe de la estimulación de los tres conos.

Este funcionamiento normal de la percepción del color es lo que se conoce como tricromacia. Pero, ¿qué ocurre cuando se altera esta combinación de conos? ¿Se perciben igual los colores?

Cuando no se distinguen bien los colores

El motivo por el que no se distinguen bien los colores es un fallo de los genes que se encargan de producir los pigmentos de los conos. De ahí que, como admite la Academia Americana de Oftalmología (AAO), la mayoría de las personas que tienen este problema nacen con él (afección congénita).

Esto explicaría también por qué es un problema que suele afectar más a los hombres (un 8% frente al 0,5% de las mujeres) ya que los genes que codifican los pigmentos de los conos verde y rojo se encuentran en el cromosoma X, presente dos veces en las mujeres (XX) y una en los varones (XY). 

Aunque también puede ocurrir que el problema se deba a una patología del nervio óptico, alteraciones degenerativas de la retina o cataratas.

Con esta afección congénita, es posible que se tenga uno de los tres tipos dicromatías o de alteraciones en la percepción de uno de los tres colores: deuteranopia, por afectación de los conos sensibles al verde; protanopia, por afectación de los conos sensibles al rojo; o tritanopia, que dificulta la percepción del color que se encuentra en el eje azul-amarillo, según detalla el Dr. Francisco Javier González García, especialista  del Servicio de Oftalmología del Hospital Rey Juan Carlos de Móstoles y responsable del blog En un abrir y cerrar de ojos.

Un problema que no se cura

Estas deficiencias en la visión de los colores, aunque cuentan con algunas soluciones en forma de lentes oftálmicas con algún filtro cromático, no tienen aún con ningún tipo de tratamiento médico ni quirúrgico.

No se puede curar, de ahí que en niños pueda provocar problemas de aprendizaje y en adultos dificultad para realizar desde distintas tareas laborales (algunas profesiones evalúan estas capacidades de manera específica) a otras cotidianas o mundanas como reconocer la fruta madura de la que no lo es. 

Descubrir que se tiene esta alteración genética puede hacer que lidiar con ellas en la vida cotidiana sea más sencillo porque la mayoría de las personas suelen usar una variedad de estrategias para compensar esta dificultad y encuentra formas de adaptarse. 

Existen también algunas herramientas que ayudan, como la Guía de consejo sanitario en Seguridad Vial Laboral, que da algunos consejos a los conductores con trastornos de la sensibilidad al contraste.

Cuáles son las pruebas visuales que detectan estas alteraciones

Saber si tenemos este problema es relativamente fácil. Las pruebas más comunes para detectar una alteración en la visión de los colores son dos: las láminas pseudoisocromáticas de Ishihara y el test de ordenación de colores Farnsworth-Munsell. La primera, desarrollada hace unos 100 años, sigue siendo aún una de las pruebas por excelencia para detectar problemas con los colores rojo y verde.

Consiste en una serie de círculos de fondo con puntos de distintos colores y tamaños. Algunos de estos puntos forman números o figuras. Si tenemos algún problema con el rojo y el verde, estas figuras o números serán difíciles de ver (incluso es posible que no los veamos en absoluto).

El test de ordenación de colores Farnsworth-Munsell usa bloques de distintos tonos del mismo color. El test original consta de 85 fichas de colores separados en 4 gamas. La persona tiene que colocar las fichas en orden cromático entre las fichas de referencia. 

Una de las principales ventajas de esta prueba es su capacidad para detectar pequeños defectos, incluso leves. El inconveniente es que se trata de una prueba muy lenta de realizar y muy exigente para el paciente (no es recomendable para menores de 10 años). 

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