Este miércoles 29 de septiembre se celebra el Día Mundial del Corazón, un músculo pequeño pero el más fuerte del cuerpo, que tiene como función bombear la sangre rica en oxígeno y nutrientes al resto de órganos y tejidos del cuerpo. El músculo cardiaco (miocardio), para contraerse y funcionar bien, necesita recibir oxígeno y nutrientes de manera continuada, que les suministran las arterias coronarias, una especie de tuberías que transportan la sangre al miocardio.
Se calcula que el 85% de las muertes por enfermedades cardiovasculares se deben a ataques cardíacos y accidentes cerebrovasculares, según datos de la Federación Mundial del Corazón (WHF).
¿Qué ocurre durante un infarto cardiaco?
El problema está cuando estas arterias coronarias no llevan suficiente sangre rica en oxígeno y nutrientes a una parte del miocardio ya que el músculo cardíaco necesita este suministro continuo para funcionar. Con el tiempo, puede ocurrir que una o más arterias se estrechen debido a la acumulación de colesterol y depósitos de grasa en las paredes internas.
Otras veces, los depósitos de grasa se rompen y forman un coágulo dentro de la arteria, lo que restringe el flujo de sangre al corazón abruptamente. Este bloqueo provocado por el cúmulo de grasa corta el suministro necesario de oxígeno y nutrientes, dañando esa zona del músculo cardíaco.
Las señales que advierten de un infarto agudo de miocardio
En el momento en el que se obstruye la coronaria a causa del trombo, “el corazón empieza a sufrir isquemia”, advierte el doctor Borja Ibáñez, cardiólogo intervencionista del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz, que explica que “esto se manifiesta en forma de opresión en el pecho”, como si tuviéramos un peso encima.
En ocasiones, esta sensación de opresión, que suele ser mantenida en el tiempo, puede extenderse a otras zonas como los brazos, el cuello y la mandíbula. Aunque este dolor suele ser el más habitual, no es el único. No deben menospreciarse otros síntomas como dificultad para respirar (con o sin malestar en el pecho), náuseas, vómitos, dolor en la boca del estómago, ansiedad, mareo, sudoración, etc.
Es importante destacar también que no todas las personas experimentan los mismos síntomas o la misma gravedad. Es posible que solo aparezca un síntoma, o una combinación de varios, y que se sientan signos que no parecen tan obvios como el dolor de pecho. La única forma de saber lo que está pasando es actuar de inmediato y no ignorar las señales de advertencia. Solicitar ayuda médica de emergencia es lo primero (llamar al 112 o similar), mejor que intentar evitar llegar por nuestros propios medios.
La rapidez con la que se actúa influye de manera decisiva en la recuperación porque “la parte del corazón que no recibe sangre puede aguantar un tiempo, pero pasados unos minutos empieza a quedarse necrosada”, advierte Ibáñez, que avisa también que el daño irreversible aumenta de manera exponencial con el tiempo. “Cuanto antes se restablezca el flujo a través de la coronaria, más cantidad de corazón se rescatará de quedar necrosado”; admite el especialista.
Según una investigación publicada en Circulation, por cada hora de retraso entre la aparición de los síntomas y acudir a urgencias se pierden dos vidas por cada 1.000 pacientes. Indica, además, que la mortalidad es dos veces mayor si la apertura de la coronaria obstruida se produce de cuatro a seis horas después del inicio que si se produce al cabo de una o dos horas.
Además de un cateterismo urgente en los casos más graves, diagnosticar un infarto agudo de miocardio pasa por el uso de biomarcadores en sangre muy sensibles y capaces de “detectar pequeños daños en el corazón secundarios a oclusiones parciales” que se pasarían por alto con otros métodos, admite Ibáñez, que también dirige el Departamento de Investigación Clínica del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC).
La vida después de un infarto agudo de miocardio
La recuperación tras un infarto depende, como hemos visto, de la rapidez con la que recibamos asistencia médica. Porque cuando una parte del corazón queda dañada, se pierde fuerza de bombeo en el corazón y aparece lo que se conoce como insuficiencia cardiaca crónica, es decir, para toda la vida. En estos casos es imprescindible seguir con medicación pautada por los médicos y mantener un estilo de vida saludable.
La implantación de stents a través de catéter es, según Ibáñez, “la mejor técnica para tratar los infartos”, aunque no es la única. Tanto el CNIC como la Fundación Jiménez Díaz trabajan precisamente para mejorar este tipo de tratamientos. El objetivo es conseguir que la cantidad de corazón que queda dañada sea menor y, por tanto, permitir que la persona pueda llevar una vida lo más normal posible.
Un problema que se puede prevenir
Si se tiene en cuenta que los factores de riesgo que pueden ocasionar la obstrucción de las arterias coronarias son la hipertensión, el colesterol alto, el tabaco, la obesidad o el sedentarismo (además de la edad avanzada), es fundamental empezar a tomar conciencia del problema desde edades avanzadas. Estos factores de riesgo representan, según el estudio INTERHEART, más del 90% de la población con riesgo atribuible de infarto agudo de miocardio.
Un estilo de vida saludable para el corazón incluye controlarlos: dejar de fumar, controlar la tensión arterial, seguir una alimentación equilibrada, vigilar el colesterol y hacer ejercicio regularmente. Y esta parte de la prevención es uno de los pilares que quiere destacar este año el Día Mundial del Corazón y que pone énfasis en que cuidemos nuestro corazón con una dieta saludable, diciendo no al tabaco y haciendo ejercicio.
Lo que hagamos de jóvenes puede marcar la diferencia. “Nunca es pronto para iniciar un control de estos factores de riesgo”, recuerda Ibáñez.