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Tiempo frente a la pantalla: cómo impacta en la salud si no se controla

Un niño utilizando un teléfono móvil

Mercè Palau

¿Alguna vez te has parado a pensar cuánto tiempo pasas tú o tu familia mirando una pantalla? Desde nuestros teléfonos, hasta nuestro ordenador, tablets o portátiles, las pantallas están en todas partes. Los dispositivos móviles forman parte de nuestra vida diaria y nos ayudan en numerosas acciones cotidianas: hacemos la compra por internet, nos desplazamos gracias a los mapas interactivos o nos conectamos con personas que están en el otro lado del mundo. 

La era digital ha transformado nuestra vida. Muchas veces, su omnipresencia, cuando traspasa límites, puede llegar a tener consecuencias en nuestra salud. Y los españoles no nos quedamos cortos. Según las conclusiones de un estudio de Electronics Hub, que determina cómo la era digital ha impactado en los usuarios de 45 países desarrollados, en España pasamos un 35% de nuestro tiempo diario frente la pantalla, lo que se traduce en unas cinco horas y cuarenta y cinco minutos al día. Un tiempo excesivo que puede pasarnos factura de distintas maneras.

Y es que, usadas de forma respetuosa y con control, las pantallas no son perjudiciales. Pero cuando estas interfieren en nuestras funciones fisiológicas básicas, pueden acabar desencadenando efectos negativos en la salud física y mental.

El efecto de las pantallas en nuestra salud (si no se usan bien)

El mundo de las pantallas es una interacción compleja de factores psicológicos, sociales y tecnológicos. Desde proporcionarnos una ventana al mundo de la información y el entretenimiento a fomentar conexiones sociales, la era digital ha transformado la forma en la que experimentamos la vida. Pero, como todo, un consumo excesivo es peligroso, aunque eso no significa que el dispositivo en sí lo sea La forma en la que lo usamos es lo que define el riesgo —o no—.

Como reconoce el Doctor Enrique Baca, jefe del Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario Fundación Jiménez Díaz y catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, “las pantallas no son intrínsecamente malas; lo perjudicial es usarlas mal”, a lo que añade que “cada vez las usamos peor”.

Si bien los beneficios son evidentes, equilibrar el tiempo que pasamos frente a la pantalla y otras actividades importantes es esencial para mantener un estilo de vida saludable.

Porque un uso excesivo, es decir, cuando escapa al control de la persona, “afecta a la educación —repercute en aspectos como la memoria o el rendimiento escolar—, a la salud emocional —autoestima o intolerancia a la frustración—, al ámbito familiar —falta de conexión con el entorno— y al individuo en sociedad —dificulta las relaciones sociales—”, advierte Marc Masip, psicólogo, experto en adicción a las nuevas tecnologías y fundador de Desconecta.

Pero no son los únicos problemas. Para el Doctor Baca, habría que sumar otras consecuencias fisiológicas, como problemas de sueño o trastornos de la alimentación, y mentales, problemas de atención y el fomento de pautas de acoso y conductas suicidas o autolesivas.

Este estudio determina que pasar más de seis horas al día mirando pantallas tiene un mayor riesgo de depresión, mientras que limitar el uso de redes sociales a 30 minutos al día conduce a una mejora significativa en el bienestar. Un control del tiempo nos lleva, además, a sumar tiempo para realizar otras actividades, como el deporte o relacionarnos con otras personas. 

Límites, educación y ejemplo: las claves para usar las pantallas correctamente

Para Baca, hay que usar las pantallas “de forma respetuosa con los que están a nuestro alrededor —si estamos acompañados, no debemos mirarlas—, sin que interfieran con nuestras funciones fisiológicas básicas (dormir, comer y relacionarnos) y, en el caso de los niños, con una supervisión”.

La prevención, como en muchos otros ámbitos, es clave. Y esto se traduce en distintas soluciones en función de la edad. En el caso de los niños, la supervisión y establecer normas de uso es fundamental, son medidas “necesarias y positivas en estas edades”, recalca Baca. El objetivo debería ser acercarnos a lo que recomienda la Organización Mundial de la Salud (OMS), según la cual un niño de menos de dos años no debería pasar ni un minuto frente a una pantalla; un niño de dos a cuatro años, no más de una hora al día; y, hasta los 17 años, un máximo de dos horas.

¿Qué ocurre con los adolescentes? En este caso, la educación es la base para llegar a una solución. Algunas vías apuntadas por Masip, aunque pueden provocar cierta controversia, pasarían por negociar con los jóvenes, con consecuencias y castigos que estén relacionados con la prohibición de las pantallas, o con premios que sean analógicos, no sin establecer normas de conducta en el entorno familiar.

Para el experto, establecer una edad mínima para el primer dispositivo móvil es “tan necesario como el socialmente aceptado para conducir, fumar o beber alcohol, aunque es más difícil de marcar para los padres”.

¿Qué papel tenemos los adultos en todo esto? Dar ejemplo es la clave para educar en un uso razonable de las pantallas, y esto se traduce en acciones tan simples como guardar el móvil en casa para no estar conectados todo el rato y poder disfrutar del resto de la familia. Tal y como concluye Masip, “por muchas pantallas, tecnologías e inteligencias artificiales, una mirada o un abrazo seguirán siendo insustituibles; y el ser humano será siempre más potente”.

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