La Comisión Europea ha anunciado muy recientemente que 2021 será el último año en que los países miembros cambiarán sus horarios de verano e invierno. Cada país deberá decidir si opta por el horario de verano o el de invierno y en consecuencia realizar el definitivo cambio en abril u octubre de 2021. A partir de entonces, el horario será definitivo.
Se trata de una buena noticia porque, aunque se sabe que en adultos sanos la adaptación a los cambios horarios tarda apenas unos pocos días, en los que la calidad del sueño puede verse parcialmente afectada, en personas mayores y niños las alteraciones de los ritmos circadianos -que refieren a los horarios de actividad y los de sueño con respecto a la luz del sol- pueden tener consecuencias como insomnio o sueño de mala calidad durante varias semanas. Es lo que se conoce como el “síndrome de la astenia primaveral”.
Estas alteraciones del sueño normalmente se corrigen solas, aunque pueden suponer una merma de la salud en personas mayores y en niños. En este último grupo destacan especialmente los niños obesos o con alto riesgo de obesidad, dado que el sueño de mala calidad puede convertirse en un factor que incremente la dimensión del problema, sumándose a la dificultad para adoptar unas pautas de vida saludable.
Se sabe que, al dormir mal, el cerebro no quema todas las calorías disponibles y, por lo tanto, el excedente va a parar al tejido adiposo con el consiguiente aumento del sobrepeso. Pero, además, las alteraciones de los ritmos circadianos generan estados de ansiedad que alejan a los niños de los patrones de la vida saludable, tanto respecto a la alimentación como al ejercicio físico, etc.
Obesidad infantil: un problema tan grave como creciente
La obesidad infantil es un problema creciente en todo el planeta y tiene consecuencias incalculables, pues se considera que, de no ser atajada a tiempo, mermará totalmente la calidad y la duración de la vida de las personas afectadas, que crecerán desarrollando numerosas enfermedades. “A corto plazo, repercute de forma negativa en los aspectos psicológicos de los niños y, desde el punto de vista médico, se observan con frecuencia, desde edades tempranas, complicaciones metabólicas como insulinorresistencia, dislipemias, déficit de vitamina D, hipertensión arterial y otros”, explica el profesor Leandro Soriano, jefe del Servicio de Pediatría de la Fundación Jiménez Díaz.
El médico apostilla que a largo plazo “la perpetuación de estas alteraciones y su empeoramiento merma mucho la salud cardiovascular de los adultos”. Actualmente, el 18% de los menores españoles son obesos. Si incluimos a los que tienen sobre peso de moderado a ligero, las cifras se disparan hasta superar el 40%.
En este sentido, para combatir la obesidad infanto-juvenil, la Fundación Jiménez Díaz puso en marcha hace un año una consulta monográfica de obesidad infantil. En ella, comenta la doctora Teresa Gavela, miembro del equipo del profesor Soriano, que “se estudia a los niños con obesidad de forma integral, haciendo hincapié en diferentes aspectos físicos, de alimentación, psicológicos…”. Asimismo, desde el centro hospitalario se están llevando a cabo proyectos de investigación relacionados con la genética de la obesidad y con la influencia de los ritmos circadianos.
Estudio galardonado
Uno de dichos estudios, liderado por un grupo de especialistas del Servicio de Pediatría de la citada Fundación Jiménez Díaz, ha sido galardonado con el Premio a la Mejor Comunicación durante el VI Curso de Salud Integral en la Adolescencia -recientemente organizado por la Sociedad Española de Medicina para la Adolescencia (SEMA)- por el estudio que lleva por título “Influencia del patrón del sueño y grados de actividad físicas sobre variables antropométricas y composición corporal en niños y adolescentes obesos”.
Este trabajo busca establecer cuál es la influencia del sueño y la regularidad de horarios en las actividades habituales en la obesidad infantil. Soriano, uno de los investigadores del estudio premiado, explica del siguiente modo los objetivos de la investigación: “conocer en profundidad los estilos de vida de los niños con obesidad, ya que en ellos la única intervención eficaz reconocida científicamente para su tratamiento es la modificación de los estilos de vida, donde la alimentación y el ejercicio físico son fundamentales, pero también los son los hábitos de sueño y la regularidad de horarios en todas las actividades realizadas”.
Por su parte, la doctora Gavela asegura que “en el grado de obesidad, no solo influye de forma negativa el sedentarismo, sino también los patrones del sueño más disruptivos, siendo un factor de riesgo la desregulación de los horarios de sueño de unos días a otros”.