Ni el Teatro Real, ni el Auditorio Nacional, ni el Monumental. Manuel Dávila (Mancha Real, Jaén, 1977) ha actuado en todos esos grandes escenarios, pero para él ninguno es comparable a hacerlo para sus vecinos del barrio de Delicias, en Madrid. Cada tarde, tras los aplausos de las ocho, abre la ventana de par en par y toca un par de canciones con su tuba. Imagine y Hey Jude de los Beatles, My way de Frank Sinatra, pero también el Oye cómo va de Santana, el Ave María de Schubert y, cómo no, el Resistiré del Dúo Dinámico se van sumando a su lista.
“Si tengo un instrumento, si es lo que he aprendido y es lo único que puedo hacer, por qué no”. Manuel es profesor de tuba y bombardino en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, y desde el pasado día 14 de marzo pasa la cuarentena en su casa, junto a su mujer Belén Ramiro, técnica de igualdad y desarrollo rural, de 42 años y su hija, Ana Belén, de 7. “El primer día empecé con un arreglo de una selección de boleros y hubo muchos aplausos. Luego te metes en materia y he cambiado de un repertorio más clásico a temas más populares, que todo el mundo conoce”. Hoy, la pieza elegida es el chotis Madrid. Antes de empezar, se asoma y se lo dedica a los vecinos sanitarios que le escuchan “por estar cumpliendo tan bien con su función”.
Pese a tener que seguir dando clases a sus alumnos, ahora de manera online, y aparte de las numerosas actividades que afrontan todos los padres en este confinamiento, Manuel saca tiempo para preparar su actuación de cada día. “Si decides hacer algo, te lo tienes que tomar en serio. No es como una sala de conciertos, pero sientes la presión de tocar tú solo y quieres que salga bonito”. Este músico, invitado en numerosas ocasiones por orquestas como la Sinfónica de RTVE, la Nacional de España o la Sinfónica de Madrid, tiene en su mujer y su hija a su mejor público. “Intento sorprenderlas con lo que voy a tocar esa tarde, pero estando todo el día juntos y teniendo que ensayar es complicado mantener el secreto. Abren la puerta y ya te ven con la partitura”. Aún así, Manuel recuerda el día que, sin previo aviso, tocó el What a wonderful world de Louis Armstrong. “Mi mujer no se lo esperaba y se echó a llorar porque se emocionó mucho. Las dos me animan a seguir”.
La música que une a un vecindario
Los aplausos de las 8, los que consiguen unirnos para salir al balcón en reconocimiento a quienes están en primera línea, también están permitiendo poner cara a nuestros vecinos, incluso saludarles por primera vez. “Yo apenas les conozco. Los que vivimos en Madrid vamos siempre muy acelerados, mantenemos mucho las distancias y no tenemos mucho contacto”. Aún así, Manuel ya se ha ganado el cariño unánime de todo el bloque. Ramón López, ingeniero informático y técnico de obra de 44 años, vive en el bajo y nunca falta a la cita: “Se agradece tener entre los vecinos a un gran músico. Alguien que se preocupa por sacarnos una sonrisa cada tarde es digno de admiración y nos hace más llevadero este encierro. Poniendo un poco de nosotros podemos hacer mucho”. Y unos pisos más arriba, en el cuarto, vive Rafa Vargas, periodista de 45 años. “Manuel es una inyección de moral para todos. Estamos deseando que esto pase para poder celebrarlo en el patio con una tortilla de patatas, unas botellas de vino y, por supuesto, con un recital de tuba para todos los vecinos”, comenta.
Manuel Dávila es miembro fundador del quinteto de metales Bessel Brass, cuyo trombón, Juan Francisco Aránega, también sigue el ejemplo y toca en su pueblo de Jaén cada tarde. Manuel explica por qué la música se ha convertido en una de las mejores maneras de sobrellevar este tiempo de encierro e incertidumbre: “la música nos gusta a todos y es algo que te entra, que te toca la fibra sensible. Tenemos acceso a poner cualquier canción, pero si puedes escuchar algo en directo, de alguien que lo hace con ilusión, te hace sentir bien”.
En las últimas semanas, artistas de todo el mundo se han volcado en llevarnos sus canciones y su talento hasta los salones de nuestras casas. “Hasta la Filarmónica de Berlín, posiblemente la mejor orquesta del mundo, ha dado acceso gratuito a su propio canal. No solo hay que hacer cosas por obligación o por trabajo; si yo tengo esto y me gusta, lo comparto para que otros lo disfruten”, afirma.
Compartir para cambiar
Los vídeos de sus actuaciones también emocionan cada día a sus familiares y amigos en la distancia. “Estamos todos en el mismo barco y, si puedes dar este regalo, seguro que el que pueda hacer otra cosa lo hará”. A la pregunta de si todos estos gestos ayudarán a mejorar la sociedad, Manuel no tiene dudas: “Estoy plenamente convencido. Esta situación es tan triste que ya ha cambiado nuestra escala de valores, y somos muy conscientes y solidarios con la gente que está dando el 100%”, analiza. Y añade: “va a servir para cambiar un poco la mentalidad y la forma de vida, aunque no sé si será suficiente para convencer a los que organizan el mundo”. De momento, mañana Manuel volverá a asomarse a la ventana con su tuba para ofrecer su pequeño concierto diario y alegrar la tarde a todos esos que están deseando abrazar a un gran músico y mejor vecino.