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Un lugar para tener una vida plena: así es una residencia de salud mental

Personas usuarias de la residencia de Grupo 5 en Cobeña

María Aragonés

Eva María se echa las manos a la cabeza cuando recuerda cómo era su vida hace seis años. Muchas crisis de ansiedad, peleas con su familia y un motivo de problemas constantes: el dinero. Ella sufre enfermedad mental crónica grave y cumplía los requisitos para vivir en una de las residencias de Grupo 5 habilitadas para personas en su misma situación. Concretamente en la de Sevilla La Nueva, a las afueras de Madrid.

Desde entonces, su día a día ha cambiado por completo. Ahora tiene tiempo para dedicarse a sí misma, para disfrutar con sus familiares y amigos y para participar en los talleres que el centro pone a su disposición. Puede elegir entre todos ellos de forma voluntaria, en función de sus intereses y de las capacidades que el equipo sociosanitario vea conveniente potenciar en ella. En su caso, el de plantas o el de tertulia son sus favoritos. 

La residencia cuenta con 49 plazas de concertadas y privadas. Para atender de manera individualizada a cada una de las personas usuarias, trabajan un total de 15 educadores, una psicóloga, una terapeuta ocupacional y la dirección del centro. A su vez, todos los residentes tienen asignada a una persona del equipo profesional  como persona de referencia con la que tienen un trato todavía más cercano y a la  que pueden recurrir siempre que lo necesiten.

Es importante que cuenten con alguien de confianza desde el principio, ya que lo más complejo frente a un nuevo ingreso es “el desconocimiento de la situación vital de la persona, porque al final conocemos muy poco el protocolo que nos ha enviado el Centro de Salud Mental. Tenemos esa incertidumbre de cómo será su estado basal, de su situación vital, su historia”, expone Lucía Durán, terapeuta ocupacional del centro.

Para las personas usuarias también es complicado cambiar su casa por un centro que, pese a estar acondicionado de la forma más hogareña posible y contar con todas las comodidades, no habían imaginado nunca como un escenario ideal. Eva María recuerda sentirse “muy mal” cuando llegó al que ahora se ha convertido en su hogar. “Insultaba a la gente, tiré una mesa, pegué a un educador, a un compañero... Ahora todo eso lo tengo bastante superado”, detalla. Desde un punto de vista clínico, Durán sostiene que al llegar, los nuevos inquilinos “tienen muchas dudas de qué es vivir aquí porque no saben lo que es una residencia de salud mental. Llegan después de un ingreso hospitalario que suele ser traumático”, añade.

Pasar “de cero a 100” con los apoyos necesarios

José Luis Murillo es otro de los residentes a los que este recurso le cambió la vida por completo. Él llevaba muchos años viviendo solo tras perder a sus familiares más cercanos de manera muy repentina. Pasaba mucho tiempo en casa en el que el tabaco era su única compañía. Su situación hizo, incluso, que intentara quitarse la vida. Fue entonces cuando, tras varios ingresos hospitalarios, llegó a la residencia de Grupo 5 en Cobeña, donde prácticamente  volvió a nacer. “Mi vida ha cambiado radicalmente, de cero a 100”, asegura.

Él también recuerda su llegada al centro como un momento complicado. En la misma mesa del despacho de dirección donde dos años después nos cuenta su día a día, se sentó junto a sus primos y a Susana García-Arias, directora de este centro, para formalizar su ingreso. “Ellos mismos vienen con muchos prejuicios. Hay quienes vienen y me dicen que la gente va a estar muy loca”, detalla la terapeuta. Por eso es vital hacerles entender, tanto por parte del equipo profesional como de los que serán sus compañeros y compañeras, qué es exactamente el centro y por qué es la mejor opción para ellos. “La cercanía, la personalización. Todo el equipo sabe que va a venir una persona cuando llega, y el resto de los residentes también. De forma que ya todos están preparados para hacer esa acogida”, explica.

Esos prejuicios también nublan, muchas veces, la percepción que tienen sobre sí mismos y su enfermedad. “Se les ha hecho entender toda la vida que su identidad se reduce a su patología, que solo son enfermos, y no es así”, subraya García-Arias. “Las personas con enfermedad mental pueden vivir y desarrollarse en comunidad con apoyos, y lo que intentamos aquí es justamente eso, que su identidad no quede anulada por la enfermedad y que puedan recuperar las riendas de su vida”, sostiene. “Es un tema muy amplio, muy complejo, pero es muy importante que en estos centros hagamos que la persona se sienta visible, se sienta capaz y pueda ir tomando poco a poco decisiones sobre ella”, remarca esta terapeuta ocupacional.

Eva María, José Luis, y otros muchos residentes de estos centros han encontrado en este recurso el apoyo y las herramientas que necesitan para conocerse mejor a sí mismos, comprender sus propias necesidades y fomentar sus cualidades y capacidades sin dejar de lado otros aspectos de su vida como su familia, su ocio o sus aficiones. También cuentan con el cobijo y cuidado de un equipo especializado con el que han entablado un vínculo familiar y del resto de personas con las que conviven y  que atraviesan la misma situación que ellos. Han encontrado algo tan sencillo y a la vez tan complejo como el hogar que merecen y necesitan para desarrollar una vida plena.

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