Han pasado más de 30 años desde aquel inolvidable lanzamiento de flecha que prendió la mecha del monumental pebetero durante la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. El Estadio Olímpico de Montjuïc temblaba ante la ovación unánime de los miles de personas que fueron testigo de ese emocionante momento, grabado en la memoria colectiva de nuestra historia reciente.
Sin embargo, aquel no es el único hito vivido en el emblemático estadio ubicado en la montaña barcelonesa ante el mar. Al margen del plano olímpico, las instalaciones se convirtieron en refugio y hogar para miles de personas desplazadas internas entre 1936 y 1937, en plena guerra civil española.
El Estadio Olímpico Lluís Companys, como así se llamó desde su construcción en 1929, nació con una aspiración clara: competir para albergar los Juegos Olímpicos de 1936. Sin embargo, fue Berlín el escenario elegido, dejando fuera a la capital catalana. Lejos de perder la esperanza de poder hacer gala del talento deportivo, el gobierno de la Segunda República organizó unas Olimpiadas Populares en contraposición con los Juegos Olímpicos celebrados en Alemania y que el nazismo intentó explotar como maquinaria propagandística y estrategia para el blanqueo de su régimen.
A pesar de convocar a más de 5.000 deportistas nacionales e internacionales, una vez más, el destino dio un giro de guion. Su inauguración, prevista para el 19 de julio de 1936, nunca llegó a celebrarse. Tres días antes se produjo el levantamiento militar que dio lugar al comienzo de la Guerra Civil. Es entonces cuando el majestuoso templo del deporte en la montaña de Montjuïc, que llegó a ser el segundo más grande de Europa, comenzó un capítulo nuevo en su historia. De aspirar a albergar los Juegos Olímpicos, y después unas olimpiadas antifascistas, el estadio se convirtió en hogar y refugio para miles de personas desplazadas internas, en su mayoría exiliados tras la caída de Irún, la batalla de Madrid o la Desbandá malagueña.
Fue el Comité Central d’Ajut als Refugiats —creado el 18 de octubre de 1936— el organismo que asignó al recinto deportivo su función de acogida temporal y de atención sanitaria o educativa para algunas de esas miles de vidas en busca de refugio que, huyendo de las bombas, llegaron hasta Barcelona por ser un enclave que en aquel momento estaba lejos del frente, conectaba con Francia y tenía salida marítima, facilitando la posibilidad de escapar a otros destinos.
Desde su apertura en 1936 hasta su cierre en invierno de 1937, tras enfrentarse a una epidemia de tifus, el estadio llegó a albergar a la vez a cerca de 2.000 personas antes de ser redistribuidas a otro lugar permanente, convirtiéndose así en punto neurálgico de la acogida en Barcelona.
Dentro de sus instalaciones la vida continuaba y la cotidianeidad se abría paso para las personas que allí buscaban refugio. Un gran comedor habilitado alimentaba a familias o el césped que se plantó para correr y disputar torneos, se transformó en un espacio de juego para los más pequeños que, además, recibían clases de gimnasia. Además, sus gradas se convirtieron en lugar de descanso y punto de encuentro para conversar al aire libre.
Hoy podemos reconstruir esta historia y hacer memoria, gracias a la cobertura que realizaron varios medios nacionales e internacionales, y al legado gráfico y documental de algunos de los mejores fotógrafos del momento, tales como David Seymour Chim, Antoni Campañá, Agustí Centelles y, especialmente, Margaret Michaelis. Esta fotógrafa de origen polaco, inmortalizó con su cámara una realidad demasiado cercana para ella. Hija de familia judía, trabajó como fotógrafa en Berlín, donde escapó del horror del nazismo y el régimen de Hitler. Primero se exilió en España y continuó documentando con su lente la vida en los márgenes, retratando las condiciones de vida de las personas migrantes del Barrio Xino —actual barrio del Raval— o la vida dentro del estadio de Montjuïc durante la acogida de desplazados internos. En 1937 regresó a su país, Polonia, y en 1939, a las puertas de la Segunda Guerra Mundial, consiguió migrar a Australia, donde vivió el resto de su vida.
Han pasado más de 70 años desde que Michaelis tomara esas fotos reveladas en blanco y negro durante la etapa de refugio del estadio de Montjuïc y que se pueden visitar en la exposición Montjuïc, un estadi refugi, durante estas semanas en el estadio de Montjuïc y en los próximos meses en el centro de Barcelona, y que es un proyecto de Factoría Belgrado.
La historia se repite
Sin embargo, las guerras de hoy dejan estampas parecidas. En Grecia, en la pista del estadio de béisbol construido para los Juegos Olímpicos de 2004, se instalaron cientos de tiendas de ACNUR en el año 2016 para dar cobijo a familias refugiadas que habían huido de conflictos en países como Siria, Irak o Afganistán, a la espera de continuar su ruta y ser reubicadas en otros puntos de Europa.
En Ucrania, la sombra de la guerra también llega al corazón del deporte y los estadios también han servido como lugar de refugio para albergar a la población civil que se ha visto obligada a abandonar sus casas. Es el caso del estadio Arena Lviv en la ciudad de Leópolis, muy próxima a la frontera con Polonia, que llegó a ser anfitrión de importantes partidos de la Liga de Campeones de la UEFA e incluso de la Eurocopa de 2012, torneo en el que se coronó campeona la selección española de fútbol.
Aunque el Arena Lviv es la casa del Lviv y el Rukh Lviv, también lo fue desde 2014 hasta finales de 2016 del Shakhtar Donetsk, un equipo que se vio obligado a refugiarse allí después de que las tropas rusas invadieran el Donbás. Años más tarde, ese mismo club, ayudó a convertir el estadio que les había acogido en un centro para familias desplazadas internas por la guerra que comenzó en 2022, tras la invasión de Rusia. El palco presidencial y zona VIP pasó a ser un dormitorio con camas y estufas. Desde sus gradas ya no se gritaban ni se celebraban los goles y el partido era otro: dar cobijo, comida y atención a cientos de personas desplazadas que huían principalmente de Donetsk, Lugansk y Járkiv. El marcador se paró, pero la solidaridad ha ganado.
Las bombas siguen cayendo pero el Shakhtar continúa con su actividad refugiándose en otros estadios europeos que los acoge como anfitriones en los torneos. Precisamente, ese mismo club disputará el próximo 23 de octubre un partido -esta vez como invitado- contra el FC Barcelona en el Estadi Olímpic Lluís Companys (Montjuïc) en la tercera jornada de la fase de grupos de la Champions League.
Más allá del resultado, ambos equipos se reunirán en un lugar emblemático que guarda historias paralelas. Y es que en mitad de la Guerra Civil española, la plantilla blaugrana emprendió un particular exilio al aceptar una invitación para jugar varios encuentros al otro lado del océano. En 1937 el equipo culé tomó primero un tren a Francia esquivando los bombardeos fascistas sobre Portbou y, posterioremente, embarcándose rumbo a México y Estados Unidos. Tras aquella gira algunos futbolistas decidieron no volver buscando refugio en México o Francia.
Sin mirar demasiado atrás ni demasiado lejos, encontramos este ejemplo que, una vez más, revela la necesidad humana de migrar y buscar refugio. Del derecho a hacerlo cuando la guerra invade nuestras vidas. Ayer en Barcelona y hoy en Ucrania.