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Las ciudades que predijo Blade Runner para noviembre de 2019: ¿en qué acertó Ridley Scott?

El futuro es una gran ciudad. No en vano, una de las primeras películas de ciencia ficción llevaba por título Metrópolis, y a su estreno en 1927 recreaba un siglo XXI donde los núcleos de población se organizaban en inmensas ciudades-estado donde la guerra de clases había alcanzado un punto de no retorno.

Desde entonces la ciencia ficción futurista ha gustado de utilizar el cine para describir escenarios que la industrialización ha conducido a sus máximas cotas de eficiencia. En Regreso al futuro II, el ya superado 2015 era un escenario kitsch donde los anuncios publicitarios en 3D te atacaban por la espalda. El quinto elemento constataba que los taxistas seguirían estando furiosos por sus condiciones laborales ya entrado el siglo XXIII. Y ni siquiera Star Wars pudo resistirse a seguir la estela de Lang para mostrarnos planetas que constituían en una única ciudad.

Pero antes de todas estas películas estuvo Blade Runner. La menos complaciente de todas. La que con ojo más crítico observaba la sociedad de su tiempo. Basándose libremente en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Phillip K. Dick, la película de Ridley Scott se ambientaba en noviembre de 2019. Fecha que también hemos alcanzado, y que llegados a este punto es inevitable que utilicemos para comprobar en qué acertó la ciencia ficción de finales de siglo.

Las videollamadas

En una escena del film Rick Deckard llamaba a Rachael utilizando un videoteléfono enorme y aparatoso. La calidad de imagen que entonces recibía era paupérrima y, para colmo, podíamos comprobar cómo hacer la llamada le había costado 1,25 dólares. Lo que era percibido entonces como un tópico del género se convirtió a partir de 2003 en una realidad, pues con la llegada de Skype —seguida de aplicaciones análogas en WhatsApp o FaceTime—, el ser humano no tuvo nunca que dejarse el sueldo en poder ver el rostro de su interlocutor. Tampoco tuvo que dejarse los ojos.

Los asistentes de voz

Cuando Blade Runner se estrenó en 1982 los espectadores enmudecieron al contemplar cómo la casa de Deckard le daba amablemente la bienvenida. Fresco el recuerdo del HAL 9000 visto en 2001: Una odisea en el espacio, no podían menos que reaccionar con suspicacia ante este tipo de inteligencias artificiales, pensando que en cualquier momento se volverían contra él. Luego vinieron Siri, Cortana o Alexa, y descubrimos que dichas inteligencias podían formar parte de nuestro día a día, haciéndonoslo de paso un poco más fácil.

Los detectores de mentiras

El primer polígrafo fue desarrollado en 1938 por el californiano Leonard Keeler, de modo que cuando este pasó a tomar parte central del argumento de Blade Runner el público no se sorprendió tanto de su existencia como de su sofisticación. El test de Voigt-Kampff trataba de discernir quién era un androide y quién no con una precisión casi total, y aunque por razones obvias los habitantes de nuestro siglo no le hayan encontrado esa utilidad, los detectores de mentiras son empleados a menudo por las fuerzas policiales. Siempre, al igual que en el film de Scott, con cierto margen de error.

Los replicantes

Aún nos hallamos lejos de poder convivir con androides en los que relegar las tareas del día a día, pero ya se pueden divisar rastros de un futuro replicante en los robots de látex desarrollados por Hanson Robotics. También existen inteligencias artificiales capaces de rivalizar con el raciocinio humano mientras les sirve copas cual solícito camarero, e incluso existen burdeles donde muñecas sexuales robóticas satisfacen los deseos más inconfesables de sus clientes.

Los coches voladores

Sí, en algún momento teníamos que llegar aquí. Acaso porque supondrían una estridente alteración del tráfico, acaso porque distan de estar disponibles para el poder adquisitivo de la población mayoritaria, el entorno urbano trazado por Blade Runner sigue siendo una entelequia. Lo cual no quita que proyectos como el AeroMobil o los taxis voladores de Dubai la hagan cada vez más posible.

La contaminación

Lamentablemente, también en esto nos parecemos mucho a Blade Runner. La situación no ha llegado a los extremos de gravedad que dibuja el film protagonizado por Harrison Ford, donde el suelo terráqueo se pierde entre brumas de polución, pero la amenaza del cambio climático es más perceptible que nunca. Y las smart cities podrían tener la solución.

Según estimaciones de la ONU, para el año 2050 —un año después de lo esbozado en la secuela Blade Runner 2049, que tampoco es precisamente alentador— el 70% de la población vivirá en ciudades. Suponiendo estas sólo el 3% de la superficie planetaria, generando menos residuos y consumiendo el 75% de los residuos, sería posible entonces adelantarse a las sombrías profecías de Dick, Scott y compañía.

Se suele utilizar el término “smart city” en relación a políticas de desarrollo urbano que buscan ante todo la sostenibilidad y la satisfacción de las necesidades básicas de sus habitantes. Es un concepto, por tanto, que mira constantemente hacia el futuro y hacia la mejora en la calidad de vida, apostando por la ciudad como escenario del progreso y el bienestar universal.  El Smart City World Congress, organizado por la Fira de Barcelona, se celebra del 19 al 21 de noviembre, y pretende estudiar medidas posibles para que el 2019 de Blade Runner no nos llegue a alcanzar nunca, en perpetua y desafiante huida hacia un futuro mejor. Un futuro que no tiene por qué desvanecerse como lágrimas en la lluvia.