“Un niño, un profesor, un libro y un boli pueden cambiar el mundo. La educación es la única solución”. Hace 7 años que la premio nobel de la paz, Malala Yusufzai, concluía así su discurso en la sede de las Naciones Unidas, en Nueva York. Unas palabras que se mantienen vivas en los sueños y aspiraciones de muchos niños y niñas en todo el planeta. Como Arif, que en el futuro quiere ser profesor para “poder enseñar a muchos niños y niñas que abandonan la escuela y que trabajan como yo”, confiesa el crío.
Arif vive en una pequeña casa en uno de los slums –barrios de chabolas– de Dhaka, la capital de Bangladesh; uno de esos lugares en los que la vida no te lo pone fácil. A los ocho años de edad tuvo que empezar a trabajar como conductor de bicitaxi para ayudar a mantener a su familia. Pasaba horas en la calle pedaleando y sacrificando su infancia por unos céntimos al día. Sabía que no podía dejar su trabajo del que dependían los suyos, pero pudo cumplir su ilusión de entrar en la escuela Odhikar que gestiona la ONG Educo y que ofrece educación a los niños y niñas que se ven obligados a trabajar y les permite compaginar su jornada laboral con los estudios.
Ahora tiene once años y, aunque sigue viéndose obligado a seguir trabajando; un accidente le alejó de la bicitaxi y se dedica a repartir leche en una pequeña granja, una tarea que compagina estudiando cuarto curso. Sin embargo, los estragos del coronavirus han dado otro giro a su ya complicada vida. Y es que, debido al confinamiento para reducir la propagación del virus, estudia desde casa y su salario se ha visto afectado por la reducción del suministro de leche. O, dicho de otra forma, la ya precaria economía familiar se ha desplomado hasta tal punto que la alimentación diaria es un nuevo reto en su hogar.
La COVID agrava la situación de la infancia y adolescencia más vulnerable
Precisamente el riesgo de desnutrición, junto con la falta de agua limpia, la fragilidad de los sistemas sanitarios, las dificultades para seguir estudiando y la precariedad económica de las familias; son algunos de los efectos que la Covid19 está dejando en las regiones más pobres del planeta y que, según alerta la ONG Educo, “puede ser devastador para los niños y niñas”.
“Nos preocupa porque es un paso atrás en todo lo que se ha hecho por el bienestar y educación de los niños, niñas y adolescentes, en los últimos años. Algunos de los niños y niñas no volverán a la escuela. Además, ante la falta del entorno seguro y protector que otorgan las escuelas, aumenta el riesgo de sufrir violencia; es decir, trabajo forzoso, embarazos y matrimonios infantiles, etc”, señala Pilar Orenes, directora general de esta entidad de cooperación global para el desarrollo, centrada en la educación y la protección de la infancia, que actúa en 14 países de todo el mundo y que, durante la pandemia, ha atendido a medio millón de niños, niñas y adolescentes.
“Lo primero que hicimos fue apoyar la prevención de contagios, dotando de kits de higiene, mascarillas, jabón, etc. Además de poner en marcha campañas de alimentación como hicimos en España”, recuerda así Orenes el esfuerzo que han realizado sus equipos para adaptarse a esta nueva realidad y mantener el derecho a la educación de la población infantil, en mitad de “esta crisis de salud, pero también social y económica, que ha agravado la situación de la infancia más vulnerable”. Lo han hecho desde el refuerzo del acceso a la educación online, en países como en Guatemala, pasando por el reparto de más de 2.000 Becas Comedor para garantizar una alimentación saludable a los niños y niñas en España durante el confinamiento y cierre de los centros educativos; o la distribución de aparatos de radio para seguir las clases en Burkina Faso y Malí.
Activar la escucha hacia los más pequeños para actuar
Pero ni el virus, ni sus devastadores efectos sobre la población han desaparecido. Por eso, Orenes pone el foco en “la importancia de pedir a todos los gobiernos de todos los países, que den un paso adelante para proteger el bienestar y educación de la infancia más vulnerable”.
En esta línea, Educo elaboró una encuesta a nivel mundial en la que participaron más de 3000 niños, niñas y adolescentes de entre 6 y 18 años para saber cómo están viviendo esta situación y poder actuar. Un ejercicio que invita a activar la escucha hacia los más pequeños, cuyo análisis se ha recogido en el informe “La escuela está cerrada, ¡pero el aprendizaje, no!” El documento revela datos tan importantes como que, lo que más echan de menos durante la pandemia es la escuela y los amigos; o que al 22% les preocupa que ellos o sus familiares puedan ponerse enfermos. Mientras que, para el 19%, lo más preocupante es que las personas adultas de su familia no puedan salir a trabajar y para más del 17%, que no haya dinero suficiente para pagar lo que necesitan en casa. Y es que, si hay un elemento importante en ese proceso reconstructivo tras la pandemia, es precisamente, escuchar y tener en cuenta la opinión de la infancia y adolescencia.