Escapar de la violencia contra las mujeres es un recorrido difícil, duro y lleno de obstáculos. Es como escalar una montaña para llegar a la cima hasta alcanzar el horizonte que dibuja la esperanza. Una metáfora que trece refugiadas hicieron realidad cuando se propusieron escalar el Monte Tubqal, el pico más alto en Marruecos y así poner de relieve la lucha para acabar con la violencia contra las mujeres.
Todas ellas, procedentes de Siria, Yemen, República Democrática del Congo, Senegal y República del Congo, caminaron por la montaña durante dos días con el objetivo de llegar al pico y generar conciencia en torno a los peligros y los retos que enfrentan las mujeres refugiadas, no solo en sus países de origen, sino también en la búsqueda de protección y en las comunidades de acogida.
La mutilación genital femenina, la trata de personas, los ‘crímenes de honor’, la violencia de género, la violencia sexual, el matrimonio infantil, el matrimonio forzado o los feminicidios son algunas de las formas en que se materializa la violencia contra las mujeres y que muchas veces son el motivo por el cual las mujeres se ven obligadas a escapar de sus hogares y países. A veces a esto se suma que las mujeres, las niñas y adolescentes están expuestas a mayores riesgos y vulneraciones de sus derechos humanos durante las rutas y procesos migratorios en busca de un lugar seguro.
Esta doble vulnerabilidad se ve reflejada en datos como estos: una de cada cinco mujeres desplazadas o refugiadas en el mundo ha sufrido algún tipo de violencia física o sexual y, en el mundo, alrededor de 200 millones de mujeres y niñas han sufrido la Mutilación Genital Femenina en alguna de sus formas.
Las directrices y recomendaciones de ACNUR basadas en la Convención de Ginebra de 1951 abogan por que se interprete la definición de refugiado desde una perspectiva de género y que se reconozca como refugiadas a personas que son o temen ser perseguidas por motivos de género, como recoge expresamente la Ley de Asilo 12/2009 en España. Según los datos del último informe de la Oficina de Asilo y Refugio, el 31% de las solicitudes de asilo reconocidas en 2020 corresponden a aquellas que alegan motivos de género, solo por detrás de las peticiones presentadas por motivos de persecución política (33%). Unas cifras que dan pistas sobre la importancia de que a nivel internacional se interpreten correctamente los marcos jurídicos para que protejan, entre otros colectivos perseguidos por cuestiones de género, a las mujeres que se ven obligadas a huir de sus países por el riesgo que corren o la violencia que sufren por el hecho de ser mujeres y no contar con la protección efectiva de sus autoridades.
Otro mecanismo reparador también pasa por escuchar a las supervivientes y brindarles apoyo para reconstruir sus vidas. Se trata de un compromiso social y un paso imprescindible como humanidad para alcanzar un mundo de libre de violencia contra las mujeres.
La autosuficiencia como salida
Therese —con nombre ficticio para proteger su anonimato— es una de esas supervivientes cuya historia nos recuerda que ningún ser humano debe pasar por el horror que vivió ella. En 2017, los violentos enfrentamientos entre la milicia y las fuerzas armadas que rodeaban su pueblo natal en República Democrática de Congo, la obligaron a escapar con sus 10 hijos e hijas al bosque, después de que un grupo de hombres armados asesinara a su marido y prendieran fuego a su casa. Pero allí no terminó la pesadilla y sus vidas no estaban a salvo. En el bosque cuatro soldados violaron a Therese y a su hija de 22 años a punta de pistola. Después de lo sucedido, la familia permaneció escondida durante tres semanas para evitar más ataques, pero en ese lapsus de tiempo, dos de sus hijos más pequeños murieron de hambre.
“Lo que me hicieron me destruyó por completo”, atina a verbalizar esta mujer de 47 años. Aunque las heridas quedarán marcadas para siempre, hoy Therese se agarra a la esperanza gracias a un programa de capacitación vocacional patrocinado por ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Se trata de un proyecto que ofrece a supervivientes como ella herramientas para alcanzar la autosuficiencia y la dependencia económica. En su caso, además de recibir atención médica y apoyo psicosocial, al igual que otras mujeres supervivientes de violencia sexual, Therese aprendió mecánica, es capaz de conducir un vehículo y sabe reparar motores, neumáticos y frenos. Tanto es así que pronto abrirá un negocio junto a otras mujeres. “Aprendí un oficio que me encanta. Me permitirá ser independiente y cuidar de mi familia”, celebra esta madre.
Si bien es cierto que la lucha para erradicar la violencia contra las mujeres es global y no entiende de fronteras, en la República Democrática de Congo la violencia sexual forma parte de un ciclo de conflictos e inseguridad, donde las normas sociales y los roles de género exigen que las víctimas paguen dotes o sean completamente rechazadas y estigmatizadas. Para transformar este escenario de abusos y violencia a uno de paz y libertad para las mujeres, Lidia Ajuwa camina y recorre diariamente lugares remotos de este país africano para visitar a supervivientes de violencia sexual y ponerlas en contacto con servicios de ayuda vital para ellas. “Cada caso tiene una historia de sufrimiento detrás que a veces es de tal brutalidad que no podríamos ni imaginar”“, cuenta esta trabajadora comunitaria que forma parte de INTERSOS, socio de ACNUR , para dar respuesta ante casos de violencia sexual y otras violaciones de los derechos humanos contra personas ya desplazadas de sus hogares por la larga historia de conflictos de esta región.
Este proyecto es solo un ejemplo del compromiso de ACNUR para fortalecer y obtener financiación en este ámbito para los programas de protección a mujeres y niñas refugiadas . “La lucha contra la violencia de género y, especialmente contra la violencia que sufren las mujeres y niñas refugiadas está en el corazón del mandato de ACNUR. Nuestro objetivo es trabajar junto con las comunidades refugiadas, autoridades y ONG, incluidas las organizaciones de mujeres, para acabar con las causas que generan la violencia de género en contextos de desplazamiento y generar condiciones adecuadas para que estos casos se puedan reportar de manera segura y las supervivientes sean derivadas a recursos adecuados y reparadores”, afirma Sophie Muller, Representante de ACNUR en España. Se trata de un objetivo para el que desde ACNUR trabajan con socios, donantes, gobiernos y también con las comunidades de acogida, con las propias personas refugiadas, hombres mujeres, niños niñas adolescentes, todos implicados para prevenir, mitigar y luchar para erradicar la violencia de género.