Con el solsticio de invierno los termómetros se desploman en el hemisferio norte y el frío se abre paso. En Ucrania, por ejemplo, comienza la temporada de temperaturas que pueden llegar a los 20 grados bajo cero en algunas regiones, y la nieve empieza a cubrirlo todo. Aunque es algo habitual en estas fechas, desde que empezó la guerra en 2021, esto complica aún más la vida de sus habitantes. Muchas familias afectadas por el conflicto tienen que afrontar aún más dificultades al intentar mantener sus hogares calientes, bien sea por la falta de suministros o por los daños sufridos tras los ataques y bombardeos. Algunas, incluso, han tenido que escapar y refugiarse en lugares que no están suficientemente preparados.
Natalia Krulova, de 43 años, junto a su hermano, sus tres hijos y su madre de 68 años, huyeron de su casa en Velyka Danylivka, en un barrio modesto y tranquilo de casitas con jardín en Kharkiv. Esta zona, muy próxima a Rusia, sufrió uno de los mayores golpes cuando comenzó la invasión rusa a gran escala en febrero de 2022. Si bien algunas áreas de la región cayeron bajo control militar temporal de las fuerzas armadas rusas, otras partes estuvieron y siguen estando sometidas a los bombardeos, dejando tras de sí cientos de viviendas destruidas, como la de esta familia.
“No entendíamos lo que estaba pasando. Las ventanas se hicieron añicos, el techo pareció elevarse hacia el cielo y caer tras uno de los golpes. Corrimos al sótano”, recuerda su madre Halyna. Al inicio de los ataques se cobijaron en un refugio durante días, pero después Natalia decidió abandonar su casa durante seis meses para garantizar la seguridad de sus hijos y tomaron el último tren de evacuación de la provincia de Vinnytsia.
Hoy está de regreso en su propia casa, que ACNUR, la Agencia de Naciones Unidas para las personas refugiadas, ha ayudado a reparar. Se instaló un techo nuevo, una puerta de entrada y ventanas, tal y como se ha hecho con miles de familias en todo el país. “Ahora podemos vivir en mejores condiciones, más cálidas, con mayor comodidad y sin tener miedo del frío. Me siento mucho más segura. Después de todo, estoy en casa”, reconoce esta mujer.
Esto ha sido posible gracias al Plan de Respuesta al Invierno de ACNUR —o también conocido con el anglicismo winterización— en Ucrania y en coordinación con el gobierno local. Este programa ha permitido la reparación de 20 mil casas en Ucrania y se espera que, desde que comenzó esta temporada en septiembre y hasta que termine en febrero de 2024, se atienda a 900.000 personas vulnerables, desplazadas y afectadas por la guerra. “Nuestra prioridad será apoyar a las personas que viven en las zonas de primera línea del este y el sur del país, donde los combates son más intensos. Con asistencia en efectivo, reparaciones y aislamiento de viviendas y algunos artículos no alimentarios, como una contingencia de generadores por si se necesitan este año”, explica la representante de ACNUR en Ucrania, Karolina Lindholm Billing.
Los meses más duros del invierno son cruciales para los más de 35,3 millones de personas refugiadas en todo el mundo. Cuando llega el frío una manta, un calefactor o un refugio pueden marcar la diferencia entre la vida o la muerte para aquellos que lo han perdido todo y luchan por sobrevivir.
Este invierno las necesidades humanitarias de los refugiados y las familias desplazadas siguen aumentando exponencialmente ante el creciente número de conflictos armados en Oriente Medio, Sudán o República Democrática del Congo. Se calcula que a finales de 2022 ya había 108,4 millones de personas desplazadas en todo el mundo, 19 millones más que a finales de 2021, el mayor aumento entre años según las estadísticas de ACNUR.
A esto se suma un contexto de crisis climática, que provoca catástrofes naturales más frecuentes, intensas e impredecibles en todo el mundo y genera más movimientos de personas en busca de lugares seguros.
Esa doble desprotección la vive la población de Afganistán, donde se calcula que hay más 3,5 desplazados internos y 5,53 millones son refugiados o solicitantes de asilo en países vecinos. Y es que, a las dificultades que atraviesa el país tras la toma del gobierno de los Talibanes el 15 de agosto de 2021, se suma que el pasado 7 de octubre un terremoto de 6,3 grados en la escala de Ritcher acabó con la vida de más de 1.480 personas y destruyó 30.000 hogares.
Ese mismo día y pocas horas antes del terremoto, Humaira dio a luz a su hijo y perdió su casa ubicada en la aldea de Rubat Perzada, en la provincia de Herat, en el oeste de Afganistán, que resultó gravemente afectada. Esto obligó a la familia a sobrevivir en un refugio improvisado al aire libre, construido con un plástico y algunas mantas que no han resistido a las inclemencias climáticas. Por eso, ahora viven en una tienda de campaña de emergencia entregada por ACNUR y sus socios, dentro del programa de distribución de este y otros artículos de socorro, como mantas, lámparas solares o cocinas de gas portátiles a más de 5.500 familias. “Con esta nueva tienda será mejor. Tendremos más espacio y estaremos más cómodos”, afirmó. Aun así, la preocupación de esta madre por su bebé sigue presente y espera acceder a un “refugio adecuado para este invierno”.
Además, la necesidad de respuesta para la población afgana que ya enfrentaba una importante crisis humanitaria antes del terremoto, se hace más imperiosa desde que el pasado 1 de noviembre el gobierno de Pakistán decretara la expulsión de las personas residentes indocumentadas, lo que ha llevado a un gran influjo de retornos de afganos de vuelta al país, creando situaciones críticas en la asistencia de los refugiados en las fronteras. Lo que supone un motivo más para trabajar sin descanso durante los meses de invierno y proporcionar apoyo humanitario.