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Caminos Jacobeos del Oeste, una comunión con la Historia

En la foto, Parroquia de Santiago de don Benito (Badajoz, España), donde los peregrinos del Camino de Santiago Mozárabe pueden certificar su paso.

Mar Marín / Efe

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“No es un viaje solo religioso, es espiritual”. Los Caminos Jacobeos del Oeste Peninsular conducen al peregrino a través del tiempo, desde la España medieval a los muros que sellaron la paz en Portugal tras una desgarradora guerra civil. Una ruta para descubrir mil y una historias.

Desde la Extremadura española, el caminante puede saltar al Alentejo portugués y trepar hacia el norte hasta Galicia, emulando una vía empleada desde la Edad Media para llegar a la catedral de Santiago de Compostela.

La experiencia recupera la cultura común y aspira a convertirse en una oportunidad para evitar la desaparición de decenas de aldeas de uno y otro lado de la frontera amenazadas por la despoblación y el envejecimiento provocados por el éxodo rural.

Despejar y marcar las rutas, conservar los caminos y crear una red de alojamientos y servicios para los peregrinos, son acciones decisivas para impulsar el desarrollo de la mano de un proyecto que cuenta con más de 1,8 millones de euros de apoyo de fondos europeos del Programa de Cooperación Transfronteriza Interreg España Portugal (Poctep).

Peregrinos de pata negra

“Es un camino muy duro, dos meses. Un camino para peregrinos de pata negra”, reconoce el presidente del Centro de Desarrollo Rural (Ceder) La Serena (Badajoz), Manuel Soto. Y lo sabe por experiencia.

Son más de mil kilómetros si se parte del “Camino de los Sentidos”, en Almería, en el extremo sureste español, cruzando Granada y Córdoba para alcanzar Extremadura. Allí, el caminante toma el Jacobeo del Oeste, se adentra en Portugal, sigue el sendero “Nascente” que atraviesa el Alentejo y enfila hacia el norte.

En el trayecto, tesoros catalogados como Patrimonio de la Humanidad -la Alhambra de Granada y la Mezquita de Córdoba- rutas históricas, como la utilizada por Fernando III en su lucha por la reconquista de Al-Ándalus, montañas, olivares, dehesas, valles y lagos.

En el lado portugués espera el castillo de Evoramonte, escenario de la paz que acabó con la guerra civil (1828-1834), muy cerca de Estremoz y sus famosos “bonecos”, los muñecos de barro declarados Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en 2017.

Pero además de sus tesoros patrimoniales, la región ofrece una riqueza gastronómica tentadora. Desde el jamón ibérico, el aceite y el cordero extremeño -pasando por el queso de La Serena o el turrón de Castuera- hasta el bacalao portugués y los vinos del Alentejo.

“Pueden ser mil personas en el camino”, presume Soto, aunque todavía no hay estadísticas sobre el flujo de viajeros porque la ruta del Oeste apenas se empieza a dar a conocer.

Desde ambos lados de la frontera se multiplican los esfuerzos para dinamizar el proceso con la vista puesta en 2021, cuando decenas de miles de peregrinos acudirán a Santiago a celebrar el Jacobeo.

“No tenemos dudas de que habrá más inversión turística, surgirán albergues, ya están en construcción dos más. Es una ruta muy relevante para nosotros”, asegura a Efe el presidente de Turismo de Alentejo, António Ceia da Silva.

“Tenemos la noción de que el peregrino de Santiago es diferente al de Lourdes o Fátima, tiene poder de compra, actitud cultural, está por encima de la media en su exigencia de calidad, se quedará en los mejores hoteles y restaurantes para comer”, continúa. “Hablamos de un nuevo turista que por motivos del camino será anti-estacional y traerá desarrollo económico”.

Para aprovechar este “nuevo producto”, las administraciones lusa y española trabajan conjuntamente. Ceia da Silva impulsa la implicación de ayuntamientos, empresarios y diócesis. Y piensa ya en ampliar su impacto con enlaces a ciudades lusas con aeropuerto, como Faro y Lisboa.

“La esperanza es que los Caminos de Santiago se vuelvan un polo de atención para el turismo de la región”, coincide Francisco Joao Ameixa Ramos, alcalde de Estremoz, para quien la ubicación estratégica de esta localidad lusa -en la unión entre el sur portugués y la Extremadura española- es un aliciente.

“Ahora es apenas una expectativa, pero pensamos llegar a 40.000 personas haciendo este trayecto”, pronostica.

Una solución sostenible

“En ausencia de fábricas, tenemos que buscar una fábrica propia, sostenible para el mundo rural”. Francisco Martos, alcalde de Castuera (España), ve en el Camino del Oeste una luz contra la despoblación. “Es un futurible con un presente prudente y sensato, es un recurso turístico y cultural”, dice.

Castuera, que llegó a tener 10.000 habitantes en la década de los años 70, no llega ahora a los 6.000. Y el futuro es sombrío. Extremadura tiene poco más de 1,1 millones, prácticamente la misma población que en 1975.

Al otro lado de la Raya, el fenómeno se replica. Estremoz, por ejemplo, lamenta su alcalde, ha pasado de 28.000 a 14.000 vecinos en los últimos cincuenta años.

Manuel Soto también se ilusiona con las posibilidades que se abren para la región. “Este camino es distinto, por la propia orientación, los caminos del norte son transversales y van del este al oeste, el nuestro va de sur al norte, como los caminos portugueses, y la diversidad paisajística es muy distinta”.

Cruza la España cristiana medieval y pasa a Portugal, “tiene ese espíritu de reconciliación”, forma parte “de nuestra cultura y nuestra historia”, está “marcado por la identidad jacobea” y poco masificado, continúa.

Admite, pragmático, que “no es una tabla de salvación” y “no va a ser la solución de los problemas estructurales que tengan los territorios rurales, pero tenemos claro que es un granito de arena más y es positivo”.

¿Cómo explicar si no que municipios como Calzada de Béjar, una aldea salmantina de menos de un centenar de vecinos, tenga 5 alojamientos rurales? Gracias al Camino, sostiene. “Nos estamos subiendo a un caballo ganador”.

Mozaritos  y bonecos

“Este proyecto sirve para recuperar parte de nuestra memoria colectiva, por eso intentamos trabajarlo desde todos los ámbitos”, explica Soto.

Y, en Extremadura, empiezan desde el colegio acercándose al Camino Mozárabe, el que seguían los cristianos de Al-Ándalus hasta Santiago, de la mano de un proyecto educativo que convierte a los más pequeños en embajadores de la ruta y guías de peregrinos.

En el colegio de Mérida “Nuestra Señora de la Antigua”, los niños se acercan al Camino desde los tres años y aprenden de sus historias, tradiciones y su gastronomía.

Tienen su propia mascota, “Mozarito”, y han elaborado un cuento con sus aventuras donde se recogen también leyendas populares, como la de “La Bella Leila”, a quien se le atribuye el origen del nombre del pueblo de Magacela, supuestamente derivado del “amarga cena” que la princesa pronunció cuando los cristianos tomaban su castillo.

Producto de la tradición popular son también los “bonecos” de Estremoz, que acaban de aumentar su gran familia -90 modelos certificados- con la figura Santiago en reconocimiento al estreno del Camino del Oeste.

Estos muñecos de arcilla, de factura única y vivos colores, nacidos de las manos de las mujeres, se han convertido en una seña de identidad de esta comarca lusa que se mantiene viva gracias al trabajo de un puñado de artesanos.

Como Alfonso Ginja, que trabaja con su mujer, Matilde, en su taller de Estremoz. Mientras ultima el primer boneco de Santiago reconoce las complicaciones del oficio, pero no pierde la ilusión.

Sus hijos no seguirán sus pasos, aunque “el negocio resistirá. Hay piezas con más de 300 años, no se puede hacer una fábrica, es imposible, pero siempre se van a hacer muñecos”.

¿Y mañana, lluvia?

“Cuando los ves, ya sabes que son peregrinos, vienen con mucha crema, preparados para el sol, con chubasqueros... y la primera pregunta que te hacen es: ¿Me puedes informar del tiempo que va hacer mañana?”.

Distinguir a un turista de un peregrino fue una de las primeras lecciones que aprendió Leonor Llanes cuando comenzó a trabajar en la Oficina de Turismo de Medellín.

“Los peregrinos son un tipo de turista muy entrañable. Yo los llamo todoterreno. Tienen que estar constantemente adaptándose al clima, a veces se encuentran con barreras como el idioma o no saben los horarios”.

“Tienen una actitud muy afable, son muy amigables”, comenta Llanes. Y sus intereses van más allá de los circuitos turísticos y culturales. “Te preguntan todo, dónde puedo encontrar una farmacia, un supermercado, alojamiento....”.

Muchos se acercan a la iglesia más próxima para sellar sus cartillas de peregrino. Por eso buscan a Fermín Solano, Don Fermín, el párroco de Don Benito.

Por su parroquia pasan “holandeses, alemanes, franceses..”, dice, rondan la cincuentena y siguen la ruta a pie, en bicicleta o a caballo.

Muchos de ellos se detienen en la casa rural de Isabel Álvarez en Magacela, una aldea de apenas 500 habitantes que los peregrinos encuentran “como un oasis” en mitad del Camino.

“Son una caja de sorpresas”, asegura Isabel.

La huella del camino

El Camino es una metáfora, dice Justo Barrantes. “Nos metemos en la vorágine de conseguir cosas y luego dices, si yo tampoco necesito tanto, para qué tengo que llevar tanto peso”.

“Te pega un vuelco tremendo y te dices piénsalo”. A sus 56 años, Barrantes se ha sumergido en el Camino tres veces.

Se estrenó con una aventura en solitario con su perro. Pensó que su compañero no aguantaría. Y se equivocó. Fue él quien terminó enganchado al arnés del animal para no flaquear.

“Te encuentras a ti mismo, hablas contigo”. Y aunque dura, fue la experiencia que más le marcó. “Esos momentos de estar solo, de pasarlo mal, tuve que tomar decisiones de última hora, me perdí, me encontré con personas, con paisajes, que no pensaba encontrar”.

“Fue reconfortante y me ayudó mucho”. Por eso repitió otras dos veces, la última con su amigo Marcos Sánchez, enfermo de ELA, que quería cumplir su sueño de llegar a pie a Santiago.

Marcos “fue valiente y terminó la parte final de Camino”, evoca Barrantes. Y se emociona. Los suyos fueron tres caminos muy diferentes.

Barrantes, que se acaba de estrenar como alcalde de Torrefresneda (Badajoz), recrea sus viajes en una conversación con Manuel Soto, en el albergue para peregrinos que acaba de abrir el municipio.

“En el camino descubres que te sobra todo”, coincide Soto, que se inició en la ruta en su adolescencia. “Sueltas el lastre de tu vida personal, es cuando te das cuenta de qué pocas cosas necesitas en la vida”, reflexiona.

“Cuando decides hacer el camino ya eres peregrino, a veces no encuentras el momento, pero ya eres peregrino”, sentencia Manuel. “No es solo religioso, es un viaje espiritual”.

“El camino está ahí para cuando necesites. Y te dice vuelve, te estás liando otra vez”.

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