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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Pablo Motos es un indeciso, existe un Pedro Sánchez a lo loco y Albert Rivera es muy suspicaz

Si me hubiera tomado un bourbon por cada una de las veces que un directivo/ejecutivo/productor de televisión dijo en mi presencia que la política no interesaba, que no daba audiencia o que las entrevistas como género estaban muertas y que no funcionaban, hoy quizá sería alcohólica. Me acuerdo mucho de ellos desde que la tele puso el foco de nuevo en la política e intentó innovar, sorprender con nuevos formatos. Es verdad que lo hacen en su propio beneficio, ¿y qué?

El caso es que, con mayor o menor fortuna, la televisión ha conseguido que la política (que lo es todo) se haya colado en lugares, en salones de casas donde jamás había entrado antes. Y eso es bueno, así como concepto. Cada vez que me siento a ver un nuevo programa de televisión donde un candidato va a dejarse zarandear, mecer, acariciar o lo que sea por una estrella o por varias de la pequeña pantalla, me vuelvo a acordar de ellos.

En esta campaña eterna ha habido varias noches como la de anoche, en la que una cadena o varias dedican esfuerzos, horas, y programas especiales a la política, teniendo como protagonistas a alguno de nuestros candidatos. Una de las ventajas de que se haya acabado el bipartidismo es esa, que las teles tienen más material, más munición, más sangre nueva con la que alimentarnos a todos.

Vamos a lo de anoche. Antena 3 se tiró en plancha. Primero Albert Rivera, en El Hormiguero. Luego Pedro Sánchez con Susanna Griso en su Dos días y una noche. Daban gloria ambos programas, la verdad, sobre todo después de ver el Debate a 4 la noche anterior, con esa luz, esos planos, esa realización carpetovetónica. Aprovecho la ocasión para hacer un llamamiento a todos los técnicos que trabajan en esos encargos de la Academia de televisión: quizá es el momento de ir a la desobediencia civil.

Cosas que supe anoche o conclusiones que saqué, tras ver El Hormiguero:

Que Pablo Motos es un indeciso. “No me mojo en ningún lado” le dijo a Albert Rivera.

Que, según el líder de Ciudadanos, “el PP y Podemos hicieron un pacto de no agresión para el debate a 4”. Y que el hecho de que Irene Montero, de Podemos, y dirigentes del PP se fueran juntos en el mismo coche oficial tras alguna sesión preparatoria del debate, lo demuestra. ¿Perspicaz? ¿Suspicaz?

Que un motivo de peso por el que Rivera no puede gobernar con Rajoy y su modelo actual es que “los viernes tendría que salir a defender a Rita Barberá”. Mientras tanto, en El Intermedio, Gonzo se adentraba en un mitin del PP donde salía una señora entregada al partido diciendo que solo “hay cuatro corruptos”.

Que efectivamente, y no pasa nada, a Pablo Motos le gusta Albert Rivera. Se les nota a gusto juntos. Pero a mí eso me parece bien. Pablo Motos no es un periodista haciendo una entrevista seria en un formato serio. Pablo es un presentador del formato de entretenimiento más visto en España.

Que Albert Rivera abre la boca y se convierte en TT, y que defensores y detractores le tienen pillado el punto. Es lo que tiene la equidistancia. Que los chistes de las hormigas Trancas y Barrancas no están hechos para provocar mi risa en concreto pero sí la de muchísimos espectadores, y eso está bien. En la rueda de prensa ibérica que le hacen al invitado se presentan como “El heraldo de turrón”, o la “Panceta de los negocios”.

Cosas que supe anoche o conclusiones que saqué tras ver Dos días y una noche, con Susanna Griso y Pedro Sánchez.

Que un expresidente es un patrimonio de todos, Pedro Sánchez dixit.

Que hay mucho estúpido en Twitter capaz de hacer bromas con un supuesto flirteo sexual entre una estrella de la tele y un político (Griso y Sánchez) a estas alturas de simbiosis televisiva y política.

Que aunque compitas con la gala de Supervivientes, o con los minutos finales de un partido de la Eurocopa, tu programa también puede ser TT como ellos. Y eso tiene mucho mérito. Sobre todo si para el arranque del programa, citas a tu entrevistadora en la cafetería de una gasolinera. A mí me habría dado bajonazo.

Que Susana Díaz, que salió mientras se preparaban para un mitin, me podría resultar más insoportable pero sería difícil. Cuando Susanna Griso les dijo a los del partido, allí en el corrillo, que los de Podemos están que se salen, ella cogió el guante y dijo algo así como, “sí, para asaltar vallas”. Y luego cortó a la Griso, “ala, pa dentro”. Me dejó loca.

Que un autobús con militantes hombres heteros de más de 60 años quizá no es un lugar al que pueda subir Susanna Griso sin temor a eclipsar al líder.

Que, según Pedro Sánchez, “mis votantes tienen un cabreo con Pablo Iglesias que no te puedes imaginar”.

Que el candidato del PSOE conquistó a Begoña, la mujer de su vida, con muchos paseos, mucho café, cine, alguna copa… Lo normal, vamos.

Que, según Begoña, es romántico. Y que los dos son muy apasionados, que son un equipo y reman juntos, y que en la “prensa se dicen tantas cosas…”.

Y que una conversación como esta, merece la pena:

-Tú quieres ver un Pedro a lo loco, dice Begoña Gómez.

-¿Existe?, pregunta Susana Griso.

-Existe, responde rotunda la esposa.

Si me hubiera tomado un bourbon por cada una de las veces que un directivo/ejecutivo/productor de televisión dijo en mi presencia que la política no interesaba, que no daba audiencia o que las entrevistas como género estaban muertas y que no funcionaban, hoy quizá sería alcohólica. Me acuerdo mucho de ellos desde que la tele puso el foco de nuevo en la política e intentó innovar, sorprender con nuevos formatos. Es verdad que lo hacen en su propio beneficio, ¿y qué?

El caso es que, con mayor o menor fortuna, la televisión ha conseguido que la política (que lo es todo) se haya colado en lugares, en salones de casas donde jamás había entrado antes. Y eso es bueno, así como concepto. Cada vez que me siento a ver un nuevo programa de televisión donde un candidato va a dejarse zarandear, mecer, acariciar o lo que sea por una estrella o por varias de la pequeña pantalla, me vuelvo a acordar de ellos.