“¿Qué hacemos cuando el trabajo nos ahoga?”: sobre las ganas de llorar en mitad de la jornada y los 'whatsapps' en domingo
¿Qué hacemos cuando nos ahoga el trabajo?', pregunta Clara, de 35 años. Marina, de 25, dice: '¿Qué hacemos cuando no encontramos un nuevo trabajo y en el actual nos explotan, nos tratan mal y nunca dan las gracias?'. A., de 24, comparte: 'Andrea, creo que nunca podré trabajar de lo que he estudiado y me pone muy triste
Esta carta es como cuando te meten en un nuevo grupo de WhatsApp para decidir si quieres participar en el regalo de cumple de Carmen, la del curso de cerámica. No tienes ni un número guardado en la agenda, pero te quedas ahí dentro por lo que pueda pasar.
Marina, Clara, A. (se me hace raro lo de la sigla, te guardaré en el grupo de WhatsApp como Anabel, si te parece bien), siento unificar vuestras cartas, pero dejad que os explique el porqué.
Lo primero, es por pura desfachatez, no me hubiera atrevido nunca a unificar una consulta sobre desamor, parejas y ex. Imagínate, un “haced lo que podáis y no os fieis de los hombres”, así, generalizado, pues se me acaba el intercambio de cartas rápido.
Pero hay una razón de peso mayor: siento que me va grande, no sé de realización laboral sin caer en la autoexplotación ni he pensado mucho sobre cómo podemos luchar contra la precariedad. Mis consejos son erráticos. Ante el malestar generalizado por esta cultura del trabajo en la que vivimos, hago como muchas, me limito a leer a Remedios Zafra mientras asiento cada vez que leo palabrotas como “entramado capitalista”, ajá, “neutralización precaria”, sí, o “autoexplotación”, triple check. Queridas amigas, como vosotras, sé de los intentos por reducir la jornada semanal a cuatro días, y leí en su momento sobre su implantación en las oficinas de Desigual con cierta envidia. Retuiteo cualquier párrafo que hable de la Renta Básica Universal. Es un sí a todo de primero de activista acomodada, pero con el descaro de ser de esas que come delante del ordenador porque tiene que complacer a seis pagadores. ¿Qué consejos puedo daros?
He ido construyendo estas cartas sobre cierta palabrería apoyándome en páginas de libros y escenas de película como diciendo mira lo que dice esta gente ilustrada, pero ahora que toca enfrentarse al trabajo ¿qué puedo decirte cuando me cuentas que te ahoga el trabajo? ¿Que veas a Charles Chaplin en Tiempos modernos? Me cuentas que te tratan mal y que te explotan, ¿y qué puedo añadir? Podría incrustar un fotograma de la película de animación Chicken Run y hablar del mensaje implícito que se esconde entre toda esa plastilina y gags para niños de 12 años sobre la importancia de la organización obrera en sindicatos. Y me quedo tan ancha. O de lo cansada que estaba Hanna de Girls de esos trabajos esporádicos que le ofrecía Nueva York a una niña mimada que quería ser escritora. Menudo morro tengo.
También he sido de las que comparte el meme de “abajo el trabajo”. Sí soy. Pero ¿para qué? Hay algo inmovilizador en los memes e imágenes políticas que compartimos en redes, hay cierto alivio en dejar claro de qué lado estás con un simple movimiento de pulgar; hasta aquí el activismo de hoy, gracias, siguiente story, mira que faldita más chula me he comprado. Supongo que saldremos en algún libro de historia como la generación que contempló un genocidio, con streaming en directo de asesinatos, bombas y niños decapitados, mientras dudábamos si la superficialidad está en colgar un “pray for Gaza” o mirar hacia otro lado.
Por supuesto he sido de estas:
Una carta a la directora de El País se viralizaba hace poco abrazando ese sentimiento compartido por tantas: qué hago aquí; ¿esto va a ser así siempre?; si esto es vivir, no lo quiero, hasta luego. Alba Lorenzo explicaba que había dejado su trabajo mientras era felicitada por su entorno, empieza así su carta: “Hace una semana dejé mi trabajo. Cuando empecé, volvía cada día a casa llorando por cómo me trataban, y la cosa no mejoró. Nunca me había pasado, pero me empecé a sentir muy insegura y triste. Mi familia me pedía que lo dejase, pero como el sitio tenía renombre yo creía que, si aguantaba, impulsaría mi carrera. Lo único que he conseguido es llevar dos años en terapia reconstruyendo mi autoestima”.
Compartir carta, copiar enlace, enviar a todo el mundo.
El trabajo ahoga, y me da igual lo que digan otras generaciones (o los comentarios que acompañarán este texto y que puedo ya predecir). No trabajamos en una mina de coltán —ya basta con la misma cantinela— ni hemos vivido una guerra —de momento— y no, efectivamente, no hemos trabajado de sol a sol cultivando patatas, así que por favor, señor, suélteme el brazo. Pero sabemos lo que es llorar delante de un ordenador y encerrarnos en el baño de la oficina para respirar y no empezar a lanzar pantallas de ordenador contra la pared. No me voy a poner a comparar las lesiones físicas de la extracción del carbón con recibir un whatsapp de tu jefa el domingo a las 10 de la noche en mayúsculas, ¡joder! estamos todos en esta.
El trabajo ahoga, exprime, erosiona y si vuelvo a leer la frase “no es que no te gusten los lunes que es que no te gusta tu trabajo” es posible que os arranque los dientes uno a uno. He hecho de mi pasión mi puñetero trabajo y los lunes vivo mi particular infierno, así que no me jodas con tu frase barata de emprendedor de medio pelo.
También he sido de las que comparte el meme de 'abajo el trabajo'. Sí soy. Pero ¿para qué? Hay algo inmovilizador en los memes e imágenes políticas que compartimos en redes, hay cierto alivio en dejar claro de qué lado estás con un simple movimiento de pulgar
Y perdón por querer que esta vida sean sobremesas muy largas y fiestas de cumpleaños con partidas de ping pong, y sentarse a leer al sol mientras tomas un cafelito en vaso de tubo. ¿Lo demás? Pues un mero trámite que nos pague ese cafelito, ese libro y esa sobremesa. Parezco un anuncio de cerveza barata, pero creo que por primera vez hay gente, mucha gente, que ha asimilado que el trabajo no debe ser central en sus vidas. He notado en personas más jóvenes que yo (¡por fin!) la asimilación del curro como aquello que te pagará el alquiler, y nada más, ni realización ni pasión ni vocación, a la mierda, no me voy a quedar más horas, ni este mail a las seis de la mañana es tan urgente. Basta de entusiasmo simulado. He visto a gente cobrar el salario mínimo interprofesional quedarse hasta las once de la noche a oscuras en una oficina acabando el trabajo que deberían hacer tres personas. Y puede que esta gente esté aquí entre nosotras.
Querida Marina, Clara, Anabel, sí, yo también me he ahogado en el trabajo, me han explotado y he trabajado en sitios alejados de lo que había estudiado. Como dice Zafra, “en teoría podemos elegir (no está claro si ejercer) el trabajo al que queremos dedicarnos”. Os confesaré que nunca he tenido muy clara cuál iba a ser mi trayectoria laboral, nunca me proyecté ni soñé a lo grande. Ni tan siquiera tengo un destino final. Y no lo hago desde la relajación propia de quien lo ha tenido todo, sino desde el más puro pesimismo de el día que alguien descubra esta farsa me devolverá a la casilla de salida.
Soy de esa generación que en la universidad solo recibía aullidos por parte de los profesores: ¡Qué hacéis aquí! ¡No queda nada para vosotros ahí fuera! ¡No hay mercado que os absorba! Me lo creí y durante unos años fue real. He aceptado trabajar a cambio de una entrada para un festival. En fin.
Y pensé que siempre iba a ser así, ¿cómo me lo he hecho? Teniendo los niveles de aguante muy altos, pero siempre en alerta. Una puede tolerar jefes déspotas que humillan al equipo día sí, día también. Puedes también aguantar trabajar fines de semana sin remuneración alguna, y aguantar los tejemanejes de unos y otros que nunca son a tu favor. Puedes aguantar el no haber cobrado en tu vida una sola hora extra. ¿La remuneración extra por horario nocturno? Jeje, ni se le ha visto ni se la espera.
El trabajo ahoga, y me da igual lo que digan otras generaciones. No trabajamos en una mina de coltán —ya basta con la misma cantinela— (...) Pero sabemos lo que es llorar delante de un ordenador y encerrarnos en el baño de la oficina para respirar
He tolerado desplantes, que me engañen en reuniones, que me prometan falsos aumentos de sueldo, que me timen, que me prometan un equipo que nunca llega, que me aprieten para entregas de trabajo que nunca fueron urgentes. Pero hay un día que despierta en ti una mezcla de orgullo, cansancio y dignidad que hace que te levantes por la mañana y digas: hasta aquí. Hasta aquí hemos llegado.
Te tomas el café por la mañana, y a esa misma de recursos humanos que cuando le pediste hablar de tu sueldo te dijo que era momento de arrimar el hombro, vas, y le dices… No, no le dices nada, porque ante todo somos cobardes, y mucha boquita para cagarse en la empresa a la hora del café, pero a la hora de la verdad, una baja la cabeza, envía el dichoso correo de me dirijo a usted para informarle de mi decisión de renunciar a mi puesto con efecto a partir del blablabla y manda luego un mensaje en el chat de la oficina diciendo no creo que vaya a encontrar una familia igual. Hartas pero educadas. Y un poco cobardicas también.
Dos consejos rápidos e intrascendentes de una persona que ha convivido con la angustia de mantener el equilibro entre el ego y la autoexplotación desmedida. Tomadlos o quemadlos, yo todavía ando en ello.
- Nunca enseñes lo que puedes llegar a hacer en tu primera semana de trabajo. Sé que cuesta porque venimos de un sistema educativo que nos ha enseñado a competir y a querer mostrar todos nuestros talentos como si viviéramos en un concurso de belleza infantil representando a Miss Iowa. Y si lo haces, por supuesto que gustarás y caerás bien a todo el mundo, regarás tu ego por unas horas, pero ten en cuenta que no hay vuelta atrás. No puedes sacarte tareas de encima una vez has dicho que podías con todo. Limítate a hacer aquello para lo que se te ha contratado. Shh. Calladita. No, tu no te apañas con el Photoshop ni has oído hablar nunca en alemán. Manos quietas.
- Sé que de forma racional asimilaréis todo lo que os he dicho. En realidad, ya lo sabíais, sois listas. No vais a tomar ninguna decisión, pero un día vuestro cuerpo lo hará por vosotras. Os aseguro que no he tenido grandes experiencias como negociadora laboral, me sudan las manos cada vez que pido vacaciones, y cuando me preguntan en una entrevista cuál es mi rango salarial, sonrío, y tontamente, digo: nada, lo que tú quieras. Así que ni caso. Eso sí, tengo una gran veteranía en ronchas en el cuerpo, tos nerviosa, bruxismo y fiebre cuando no me atrevo a decir no puedo más.
Si vosotras no decís hasta aquí, lo harán vuestros órganos, vuestros dientes, el insomnio, la alimentación nerviosa, las uñas, el abuso de CBD y diazepanes. Copa de vino blanco o un relajante muscular son mano de santo. Pero muchísimo mejor es la conciencia política y social, y la apropiación del tiempo. O eso dicen.
Esto me recuerda que debo pasar por el dentista para recoger mi segunda férula de descarga para dormir. La primera la he partido. Serán 250€. Debo entregar esta columna, debo escribir un guion, debo subir dos reels y mandar una factura. Os dejo.
Siempre vuestra,
Andrea.
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