Alergia a los medicamentos: ¿qué es y cómo reconocerla?

Con cierta frecuencia, los medicamentos producen reacciones adversas. Es decir, una sustancia administrada a una persona con el fin de beneficiarla termina, de alguna manera, perjudicándola. La mayoría de las veces esas reacciones adversas son los llamados efectos secundarios o colaterales de una medicación

Estos efectos pueden ir desde los más leves, como somnolencia o alteraciones digestivas, hasta los más graves, como los vómitos o la pérdida del cabello en los pacientes sometidos a quimioterapia. Pero todos están dentro de lo que se considera normal. En ocasiones, en cambio, lo que sucede es que el paciente ha desarrollado una alergia contra ese medicamento. Resulta importante identificar cuándo esto sucede, para poder actuar del modo apropiado. 

Esta alergia es “una respuesta anómala del organismo frente a un fármaco, consistente en una reacción inmunológica inesperada, impredecible e independiente de los efectos farmacológicos propios del medicamento en cuestión”. Así la define el Libro de las enfermedades alérgicas, elaborado por la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC) y la Fundación BBVA.

El mismo documento indica que es difícil determinar la prevalencia de esta clase de alergias, pues no existen suficientes estudios epidemiológicos. Sin embargo, se estima que constituyen entre el 6 y el 10% de todas las reacciones adversas a medicamentos, y que una de cada diez personas puede ser alérgica a por lo menos un fármaco. La alergia a medicamentos -añade el especialista Teófilo Lobera Labairu, autor del artículo en el citado libro- representa el 15% de las consultas en los servicios de alergología, solo superada en cantidad por el asma y la rinitis.

Síntomas para detectar la alergia farmacológica

Los síntomas más comunes de la alergia farmacológica son: urticaria, picor en los ojos, erupciones cutáneas, hinchazón en los labios, la lengua o la cara y sibilancias (es decir, la emisión de un sonido agudo y chillón al respirar). Si aparecen después de ingerir una medicación, lo recomendable es consultar con el médico lo antes posible, con el fin de realizar las pruebas que confirmen o descarten la existencia de una alergia.

Sin embargo, como explica un artículo de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos, en algunos casos los síntomas son más intensos y llegan a producir una anafilaxia, una reacción alérgica grave que puede incluir un picor muy intenso, cólicos abdominales, diarrea, palpitaciones, di.ficultades para respirar, mareos, vómitos, confusión y pérdida del conocimiento. Por fortuna, estos ataques no son muy frecuentes.

Por lo general, los medicamentos con mayor tendencia a producir alergia son los antibióticos más comunes -los llamados betalactámicos-, entre los cuales se encuentran la penicilina, la amoxicilina y las cefalosporinas. La mitad de los casos diagnosticados de alergia a fármacos, apunta el Libro de las enfermedades alérgicas, están dados por esos antibióticos. También numerosos antiinflamatorios, anticonvulsivos, la insulina y los medios de contraste (necesarios para ciertas radiografías y otros estudios) pueden ocasionar alergias.

Un problema que surge alrededor de los 40 años

Una pequeña curiosidad es que la alergia farmacológica suele detectarse en torno a los 40 años de edad, y no en la infancia o la adolescencia, como es común en otras alergias, como a los alimentos, la rinitis o el asma. La razón es muy sencilla: en promedio, a partir de las cuatro décadas de vida, las personas necesitamos tomar más medicación.

Este hecho nos enfrenta con fármacos con los cuales no habíamos estado previamente en contacto, y en consecuencia aumenta las probabilidades de que las alergias se produzcan. Se debe tener en cuenta que el primer contacto con un medicamento nunca produce una reacción alérgica. Esto se debe a que la alergia es, por definición, la reacción del sistema inmunológico ante un agente externo, en este caso el fármaco. 

Y para que el sistema inmunológico reaccione, primero tiene que haberse “preparado” para ello, a partir de un contacto inicial que haya provocado la sensibilización del organismo. No obstante, la alergia a los fármacos tampoco aparece siempre en el segundo contacto, sino que puede hacerlo mucho después. 

De hecho, un alto grado de exposición a un mismo medicamento es uno de los factores que pueden generar, en algún momento, la alergia a esa sustancia. Más allá de tratar de evitar esa alta exposición (algo que puede ser deseable, pues España es uno de los países desarrollados que más abusa de los antibióticos, pero que en muchos casos resulta muy difícil o impracticable) no existen formas de prevenir una posible alergia a los fármacos.

Tratamiento de las alergias farmacológicas

¿Qué hacer, entonces, cuando se detecta una de estas alergias? La solución más sencilla es, desde luego, dejar de tomar esa medicación. El médico ha de proponer fármacos que puedan sustituir al que ha desencadenado la alergia. Pero Lobera Labairu apunta que en los casos en que “no exista un tratamiento alternativo válido, y prescindir del medicamento al que el paciente es alérgico puede poner en peligro su vida, está indicada la desensibilización al fármaco causal”.

La desensibilización es un tratamiento que consiste en dar al paciente dosis crecientes del medicamento al que es alérgico. Se comienza con unas cantidades muy pequeñas y se aumenta de manera progresiva, procurando inhibir su capacidad de respuesta alérgica, hasta alcanzar la dosis terapéutica necesaria. 

Es una solución temporal, pues pasado un tiempo breve la alergia vuelve a “activarse”, pero permite la administración de las medicinas que el paciente precisa. Es un procedimiento de riesgo, que debe contar con el estricto control de un alergólogo. Por lo demás, también conviene estar atentos a un hecho del que alerta la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica (SEAIC. 

Esto es que muchos medicamentos generan reacciones alérgicas, sobre todo en niños, pero no porque estos sean alérgicos al fármaco, sino que lo son a algún alimento incluido como excipiente (para dar forma, sabor o consistencia al producto). Cacahuetes, huevo, proteínas lácteas y otros alimentos pueden formar parte de la medicación. Por ello, resulta fundamental plantear estas dudas al médico que la indique y leer los prospectos con mucha atención.

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