Las nuevas tecnologías aportan soluciones para problemas antiguos, pero también generan problemas nuevos. Los canales de comunicación que antes no existían abren posibilidades novedosas, a la vez que crean exigencias que no existían hasta unos pocos años atrás. Es lo que sucede con WhatsApp, el servicio de mensajería instantánea más popular del planeta, una red a través de la cual más de 1.000 millones de personas en el mundo (uno de cada siete seres humanos) envían al menos un mensaje cada día.
Se habla de “mensajería instantánea” debido a que los textos, audios y fotos, tras el envío, si la conexión a internet es buena, llegan al destinatario prácticamente de inmediato. Las que no tiene por qué ser inmediatas, desde luego, son las respuestas a esos mensajes. Y sin embargo, la tardanza o la ausencia de respuestas a los mensajes de WhatsApp es un fenómeno que, en los últimos tiempos, genera ansiedad y angustia en muchas personas.
¿Por qué no me responde, si el doble check azul me avisó hace dos horas que vio mi mensaje, y su “estado” me confirma que está en línea, y ha publicado una foto en Instagram hace 15 minutos…? Esos y otros datos disponibles en la propia aplicación y en las redes sociales incrementan el agobio. Un agobio que aparece en muy diferentes situaciones: en una pareja, entre amigos o familiares, en el ámbito laboral. Es decir, en casi todos los espacios en los cuales, por lo general, nos movemos la mayor parte del tiempo.
Fobia a estar desconectado
“Se trata de un estrés que se puede ubicar bajo el caso general de la ‘nomofobia’, es decir, la ansiedad o el miedo a no estar conectado, no disponer del móvil o no recibir respuesta”, explica Joan Francesc Fondevila Gascón, especialista en tecnologías digitales y director del Centro de Estudios sobre el Cable (CECABLE), con sede en Terrassa. “De hecho -añade-, cuando se acentúa el estrés al no recibir un mensaje, en buena medida es por desconfianza en el terminal o en la red. En el fondo, quien lo padece piensa que está fallando la conexión”.
Los casos de personas que sufren este tipo de angustia “son más de los que parecen”, apunta Fondevila Gascón, quien además da clases en las universidades Pompeu Fabra y Ramón Llull, ambas de Barcelona, entre otras. Es un problema que aqueja sobre todo a los más jóvenes, por un motivo sencillo: quienes hoy en día ronda o superan los 40 años han crecido sin teléfono móvil y saben lo que es vivir sin él. Los de menos edad, en cambio, son una presa más fácil para esa nomofobia (acrónimo de ‘no-mobile-phobia’, un término acuñado en 2011 en el Reino Unido).
Esas personas que consultan con frecuencia si ya llegó la respuesta, sienten alivio en cuanto la reciben, pero “tienden a mantener niveles de ansiedad más elevados durante el tiempo de espera”, explica por su parte el psicólogo Fernando Azor. En consecuencia, esas personas “se harán más dependientes de las respuestas inmediatas y pueden disminuir su capacidad para decidir y tener iniciativas propias”.
Explica Azor que esa exagerada dependencia “puede ser la señal de alerta”. “Cuando la persona automatiza conductas de chequeo de información en el móvil y apenas es consciente de hacerlo, la ansiedad también puede estar por detrás”, asegura. Ese grado de dependencia, o un malestar cada vez mayor debido a la supuesta tardanza en las respuestas, y que esto sea motivo de peleas y discusiones con la persona que no le responde, pueden ser señales de lo que los expertos consideran un trastorno obsesivo.
Obsesiones y presiones
Como explica Antonio Cano Vindel, catedrático de psicología de la Universidad Complutense de Madrid y presidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), esta clase de conductas obsesivas -sobre todo en situaciones de pareja- pueden derivar en “un exceso de preocupación, de deseo de control, de rigidez”, que lleva a no pensar más que en esa otra persona, dejando de lado el resto de la vida. “Eso tiende a provocar un cierto aislamiento social -continúa este especialista- y a centrar cada vez más su atención en el monotema”. Se produce una suerte de círculo vicioso, ya que eso genera mucha emoción y más ansiedad, lo cual refuerza el enamoramiento y la obsesión.
Por otra parte, la ansiedad también se produce en sentido contrario (no por esperar la respuesta, sino por sentirse obligado a responder) y no solo en el ámbito de las relaciones de pareja, claro está. Un estudio dirigido por Joan Fondevila y publicado en 2016, basado en entrevistas a 247 estudiantes de la Universidad de Navarra, arrojó como resultado que el 33 % de los alumnos solían sentirse “estresados o presionados” por contestar los mensajes de WhatsApp, incluso aunque no se trate de asuntos urgentes, y que otro 38 % habían experimentado “a veces” esa sensación. En otras palabras: siete de cada diez alumnos sufrían o habían sufrido esa ansiedad.
Características de la ansiedad
La ansiedad es “una sensación o un estado emocional normal ante determinadas situaciones”, según explica la Guía de Práctica Clínica para el Manejo de Pacientes con Trastornos de Ansiedad en Atención PrimariaGuía de Práctica Clínica para el Manejo de Pacientes con Trastornos de Ansiedad en Atención Primaria, editada por el Ministerio de Sanidad. De hecho, tal sensación es “una respuesta habitual a diferentes situaciones cotidianas estresantes”, y cierto grado de ansiedad “es incluso deseable para el manejo normal de las exigencias del día a día”.
Pero cuando esa ansiedad sobrepasa cierta intensidad, o cuando supera la capacidad adaptativa de la persona, puede tornarse patológica, y derivar en un malestar significativo. Fondevila destaca algunas señales para diagnosticar esta clase de ansiedad: dificultades con la concentración y la memoria, dolor de cabeza, irritabilidad, insomnio, fatiga y un desgaste general.
Un estudio realizado en Finlandia, de hecho, comprobó que el uso compulsivo de las redes sociales y los servicios de mensajería dio lugar a la llamada “fatiga de las redes sociales”, y halló una relación entre tal uso compulsivo y mayores índices de ansiedad y depresión. Si los niveles de ansiedad se agravan, las consuencias pueden ser tanto físicas como psicológicas y conductuales. Sudoración, sequedad en la boca, tensión muscular, preocupación desmedida y palpitaciones son algunos de los síntomas más característicos de que el problema ha alcanzado un grado preocupante, que exige actuar para remediarlo.
Qué hacer cuando se detecta esa angustia
¿Qué hacer? En primer lugar, tratar de que la persona reconozca el estrés y su causa, es decir, el teléfono móvil. Lo cual puede no ser sencillo. “No siempre este tipo de ansiedad se hace insoportable, y por tanto la motivación para cambiar no existe o es muy baja”, señala Fernando Azor. “En muchas ocasiones, la percepción subjetiva de que uno se calma cada vez que llega un mensaje hace pensar que la calma llegará de manera definitiva, y entonces ya no habrá más malestar. Mientras la persona lo perciba de ese modo, lo normal es que no ponga medios para resolver la causa”.
Una vez que la persona admite que tiene un problema, se pueden implementar “técnicas de alejamiento”, es decir, no consultar el teléfono durante una cierta cantidad de minutos o de horas. Joan Fondevila destaca que “los centros académicos que prohíben el uso del móvil están haciendo un favor generacional, ya que los estudiantes se percatan de que el teléfono no es tan decisivo o necesario como creen”. Es decir, que pueden vivir sin estar todo el tiempo conectados.
Para sobrellevar esa falta de conectividad, si surge alguna suerte de síndrome de abstinencia, Fondevila sugiere recurrir a técnicas de relajación. Y también indica como recomendable que “si en el ámbito profesional se percibe mucha presión por estar siempre conectados, habría que procurar limitar esa tarea, de forma pactada con los superiores de la empresa o de la entidad”.
Por supuesto, la consulta con un profesional puede resultar clave. En definitiva, se trata de frenar, primero, y revertir, después, el círculo vicioso que hace que, quienes más “conectados” están, sientan que es más importante seguir estándolo. Una sensación falsa. Se puede vivir, aunque las respuestas en WhatsApp tarden un poco en llegar.
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