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Los beneficios de tener cuadros en las paredes de casa

Desde hace años, arquitectos y diseñadores tienen en cuenta la relación de los individuos con el entorno a la hora de crear espacios y ambientes. Parten para ello de la llamada psicología ambiental, que se centra en la relación entre conducta y medio ambiente y basa sus estudios en el examen de procesos fundamentales como la percepción de los paisajes y edificios por parte de una persona o un grupo de personas.

Trabajos como los realizados por Robert Gifford, profesor de psicología de la Escuela de Estudios Ambientales de la Universidad de Victoria (Canadá), inciden, pues, en la importancia de las interacciones con el espacio y el modo en que repercuten en la conducta y la salud mental de los individuos. Cualquier espacio en el que nos encontremos –calles, transportes y locales públicos, lugar de trabajo, escuela u hogar– influye de manera positiva o negativa en nuestro bienestar.

Tal y como explica Harold M. Proshansky en Environmental psicholgy: man and his physical setting (1970): “El mundo construido por el hombre, sea una escuela, hospital, apartamento, comunidad o carretera, es sencillamente una expresión particular del sistema social que determina en general sus actividades y sus relaciones con los demás. Los espacios, las características de estos, la gente que se encuentra en ellos y las actividades a que se entrega representan importantes sistemas para el participante individual e influyen así en sus respuestas al medio”.

Espacios y colores de bienestar

Teniendo en cuenta los fundamentos de la Psicología Ambiental, los profesionales del diseño de interiores buscan la creación de espacios en los que la comodidad y el bienestar individuales vayan de la mano. De esta manera, los espacios amplios y bien iluminados se relacionan con la tranquilidad y el sosiego. De igual modo, la presencia de luz y la visión de paisajes naturales se asocian a una óptima calidad de vida, de ahí que estén socialmente tan valoradas.

Otros factores que se tienen en cuenta para la creación y decoración de espacios son las texturas de los objetos y la gama cromática de los colores. Existe abundante bibliografía sobre la influencia de los colores en nuestro estado de ánimo. Ya en 1810, el polifacético Goethe se atrevió con un estudio del color desde la percepción humana.

Enmendándole la plana al mismísimo Newton, el genio alemán difirió del espectro visible del primero. Además, confirió un significado simbólico a los colores que, de alguna manera, establecía las bases de posteriores estudios estéticos y psicológicos sobre los colores. El amarillo es sereno y alegre; el azul estaría vinculado a estados sombríos y melancólicos; el verde se presenta como gratificante; y el rojo combina la dignidad con la irresistible atracción.

Por su parte, el medievalista Michel Pastoreau escribió en 2010 el ensayo Los colores de nuestros recuerdos en que afirmaba que los colores primordiales en Occidente son el blanco, el negro, el rojo, el verde, el amarillo y el azul, mientras que el naranja, el rosa, el violeta, el marrón y el gris están considerados como “semicolores” o colores de “segunda fila”.

Así pues, aunque no existan conclusiones científicas inapelables, es indudable que los colores poseen un marcado efecto sobre la percepción y el estímulo, aparte de que histórica y culturalmente están vinculados a unos valores determinados. A los ya citados podríamos añadir la elegancia y sobriedad del negro, la pureza y delicadeza del blanco o el dinamismo y espontaneidad del naranja.

Pinturas contra el estrés

Conjugando espacios y colores llegamos a la pintura. Sabemos que el dibujo y la pintura son disciplinas artísticas que, como el resto, requieren de concentración e introspección. Existen estudios que, además, se refieren a cómo el arte puede proteger contra el declive de funciones cerebrales que se produce con la edad. Asimismo, un estudio de la Universidad de Westminster demostró que los niveles de estrés disminuían después de una visita a una galería de arte durante la hora del almuerzo, tal y como recogió Mic.

En el caso de los cuadros colgados en casa no existe una conclusión científica que demuestre su capacidad de incidencia en nuestros niveles de estrés, pero parece lógico pensar que su presencia en una parte determinada del hogar responde a nuestra elección. Por tanto, su función decorativa es la de proporcionarnos una sensación de bienestar, orden y equilibro estético.

Podría decirse que, más allá de las ventanas, con su entrada de luz y las vistas exteriores, los cuadros en las paredes de casa son remansos de tranquilidad que nos proporcionan sensaciones y estados de ánimo agradables. Tanto si se trata de una obra abstracta como figurativa, una naturaleza muerta o un retrato, un paisaje natural o una escena urbana, una tela cotizada o una acuarela amateur, el cuadro tiene que transmitirnos unas emociones que nos permitan estar bien en el entorno escogido.

Es la “paz de espíritu” a la que se refiere el escritor japonés Junichiro Tanizaki en el célebre ensayo Elogio de la sombra cuando describe la conjunción perfecta con el espacio. Sin embargo, el novelista japonés no pensaba precisamente en obras pictóricas, sino que su ideal de serenidad se encontraba en los retretes de estilo japonés.

Al respecto escribió: “Siempre apartados del edificios principal, están emplazados al abrigo de un bosquecillo de donde nos llega un olor a verdor y a musgo; después de haber atravesado para llegar una galería cubierta, agachado en la penumbra, bañado por la suave luz de los shöji y absorto en tus ensoñaciones, al contemplar el espectáculo del jardín que se despliega desde la ventana, experimentas una emoción imposible de describir”. Cada uno, por tanto, tiene sus preferencias estéticas a la hora de escoger objetos y espacios relajantes.

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