Vivimos rodeados de plástico: nos cepillamos los dientes con un cepillo de plástico y con pasta que sacamos de un tubo de plástico, desayunamos cereales de una bolsa de plástico y leche de un envase de plástico… Hasta hace unos años esto no era un problema porque los alimentos se vendían más a granel que cerrados en plástico.
Pero esto ha cambiado, y cada vez más, fruto de los cambios de hábitos alimentarios, comemos y bebemos productos que están envasados en plástico. Uno de los que más controversia y debate están generando es el bisfenol A, al que se le atribuyen efectos nocivos para la salud.
¿Para qué se usa el bisfenol A?
El bisfenol A se usa para la fabricación de plásticos de policarbonato. Este tipo de material rígido transparente tiene numerosas aplicaciones. Una de ellas es la fabricación de envases para alimentos y bebidas como botellas de agua, biberones para bebés y vajillas. Las resinas epóxicas se usan también como lacas para recubrir productos metálicos como latas de alimentos.
Esta sustancia está autorizada, en la Unión Europea, para la fabricación de materiales plásticos gracias al Reglamento 10/2011 de la Comisión, de 14 de enero, sobre materiales y objetos plásticos destinados a entrar en contacto con alimentos. Pero desde el 1 de julio de 2011, su uso está prohibido para la comercialización e importación de biberones de policarbonato para lactantes.
Además del ámbito alimentario, también se usa en otros muchos objetos que forman parte de la vida diaria, como CDs o DVDs, juguetes, cosméticos, los recibos de las cajas registradoras fabricadas en papel térmico, pinturas, ordenadores, tuberías de agua potable o empastes.
¿Por qué genera preocupación?
El bisfenol A es una sustancia con un comportamiento difícil de definir. Mientras otros productos químicos etiquetados como tóxicos tienen un claro impacto, el bisfenol A, en lugar de dañar directamente al cuerpo, actúa como un disruptor endocrino, es decir, cambia la forma en la que funcionan las hormonas de nuestro cuerpo, imitando nuestras propias hormonas naturales, en este caso el estrógeno.
El bisfenol A puede migrar en pequeñas cantidades a los alimentos y bebidas que se almacenan con materiales que contienen esta sustancia. El grado de filtración depende sobre todo de la temperatura del líquido y de la antigüedad del envase, de ahí que no se recomiende rellenar una botella de agua varias veces y que esta no se exponga a temperaturas muy altas, especialmente durante los meses calurosos del año.
Hay diferencias de opinión sobre sus consecuencias reales en la salud de las personas, en parte porque los efectos negativos están relacionados, sobre todo, con los ratones. Las investigaciones realizadas en el laboratorio demuestran que los ratones pueden verse perjudicados si están expuestos, pero ¿significa eso que las personas también?
Para los expertos, los hallazgos concluyentes pueden tardar en llegar décadas porque los efectos de los estrógenos no aparecen hasta más adelante. Los estudios exhaustivos deben hacerse a lo largo de décadas. La web de la industria de plásticos Bisphenol-A.org dice que esta sustancia es segura a menos que se ingiera de forma regular una gran cantidad de comida enlatada o embotellada al día. El Consejo Estadounidense de Química y la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos parece estar de acuerdo.
No obstante, en 2015, la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) publicaba una reevaluación completa del riesgo de esta sustancia en la que concluía que, a dosis altas (más de 100 veces la ingesta diaria tolerable), puede “probablemente causar efectos adversos en el riñón y el hígado, así como efectos en las glándulas mamarias de los roedores”. Pero no quedaba claro cómo es el mecanismo de acción que relaciona la exposición y estos efectos.
De “candidato a producto altamente preocupante” a “sustancia altamente preocupante”
Canadá ha sido el primer país en declarar oficialmente el bisfenol A como un químico tóxico, una decisión que podría llevar a la prohibición parcial o total de su uso relacionado con los alimentos. La Unión Europea también está adoptando un enfoque más proactivo y obliga a las empresas a demostrar que una sustancia química es segura antes de aprobarla. Francia ha sido, de todos los países europeos, el que ha ido más allá: en 2010 prohibía esta sustancia en biberones y en 2012 lo hacía en envases para alimentos.
En junio de 2017, la Agencia Europea de Sustancias y Mezclas Químicas (ECHA) incluía el bisfenol A en la lista de “sustancias altamente preocupantes” ya que define este químico, que se encuentra en muchos productos plásticos comunes, como un disruptor endocrino, es decir, con capacidad para alterar el equilibrio hormonal en humanos. Se trata de la primera vez que una sustancia se declara altamente preocupante por sus propiedades de alteración endocrina y también de la primera vez que la etiqueta “disruptor endocrino” se coloca en el bisfenol A (hasta ahora se asociaba sobre todo a pesticidas).
¿Cómo de expuesto está el consumidor?
La dieta es la principal fuente de exposición al bisfenol A (según informa la Agencia Española de Consumo, Seguridad Alimentaria y Nutrición, AECOSAN, supone el 78-99%). Los bebés y niños menores de tres años son los más expuestos porque hay una relación desigual entre su peso corporal y el consumo de alimentos, es decir, consumen una mayor cantidad de alimentos en relación a su peso corporal.
¿Cómo sé si un plástico tiene o no bisfenol A?
El etiquetado y los códigos que llevan los plásticos nos ayudan a conocer la composición. Si el código corresponde a un triángulo con el número 7 dentro significa que puede contener bisfenol A. Este número, además del 3 (PVC o vinilo que puede contener ftalatos) y el 6 (espuma de poliestireno), son los menos recomendables. Pero si el código lleva el número 7 seguido 'BPA FREE' significa que no contiene la sustancia.
Esto es así porque en el apartado 7 se engloban todos los plásticos que no están clasificados en alguno de los otros tipos. Es decir, si aparece un nuevo tipo de plástico inocuo, se clasificaría dentro del 7. Este sistema de codificación lo introdujo la Sociedad de las Industrias del Plástico en 1988 para informar a los consumidores de los tipos de materiales. Los números no indican el nivel de inocuidad del producto sino que informan del tipo de plástico del que está hecho el recipiente.
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